Hola personas, ¿Qué tal todo?, ¿bien?, me alegro, yo también. Bueno, yo no estoy bien, yo estoy requetebién porque hoy hacemos cifra redonda y eso parece que a los humanos nos pone muy contentos, este que empezáis a leer es el Rincón del paseante nº 50, medio centenar de domingos llegando puntual a vuestras manos y espero que a vuestro corazón pamplonés. El próximo domingo celebraremos el primer aniversario y en ese Rincón haré un pequeño balance de lo paseado.

Al lío.

El miércoles ha sido la noche elegida para conocer un poco más de nuestro pueblo. He salido protegido porque así lo aconsejaba el baroji. La farmacia de Aralar con Gorriti marcaba 2º, eran las 23.29.

He llegado a la Media Luna y he ido derechito a la barandilla para ver el lienzo, propio de la escuela holandesa del XVIII, que ofrecían las luces de la Txan bajo la niebla. Mi querido camino de la Magdalena discurría sumido en una luz tétrica, pobremente alumbrado por unas farolas rodeadas de un halo de niebla que llevaba a pensar que el propio David Hamilton les había prestado su filtro de flou.

He acabado el paseo por el parque y he tomado la calle Arrieta dejando a mi mano diestra el foso trasero de San Bartolomé donde en otros tiempos se señorearon los mejores columpios que Pamplona haya conocido jamás. Giro y, dejando a mi manca la tapia de los corrales y patio de caballos de la Monumental pamplonesa, llego a esas anchas escaleras que bajan al Labrit , por donde no hace tantos años bajaban los cabestros después del encierro para ser llevados de nuevo a los corrales del Gas. Y lo hacían a la mañana sin cortar la circulación, ni el paso de personas humanas, ni nada de nada, hay fotos que lo atestiguan. Igualito que ahora.

He cruzado la calle del Vergel y me he adentrado en la Iruña histórica por la calle de San Agustín, larga calle que cambia de nombre al cruzarse con la bajada de Javier y pasa a llamarse Calderería. En la primera había un local que en mi infancia yo tenía por el propio infierno; resulta que yo había oído en casa comentar, entre adultos, que en la calle San Agustín había un sitio donde “recibían” mujeres malas y pecadoras, ese sitio se llamaba Batey, estaba a mitad de la calle a la izquierda y yo cada vez que pasaba por allí aceleraba el paso pensando que el propio Satanás se escondía en semejante covacha. Enfrente del presunto lupanar se encontraba el cine Novedades donde vi la tercera película de mi vida: La Chica yeyé, antes había visto Dumbo y Fray Escoba en el Avenida. Siguiendo la calle he llegado a la iglesia que le da nombre, una antigua iglesia del XVI que pasó por las manos de Florencio Ansoleaga y quedó en el pastiche que hoy podemos apreciar. En ella, según reza una placa, se armó caballero al soldado y poeta Garcilaso de la Vega, y de ella partió a final del XIX la primera javierada. No fue elevada a la categoría de parroquia hasta entrado el XX.

He seguido por Calderería, calle cañera en los 80 donde las hubiere, y mi memoria ha volado, como vuelan los ruiseñores, a aquella pequeña fábrica de caramelos que allí había y que se llamaba, precisamente, El Ruiseñor, allí nos llevaba mi abuelo y nos compraba unos deliciosos caramelos de fresa, gordotes, con forma de dado, rebozados de azúcar y envueltos en un celofán que, vaciado de su contenido y puesto ante los ojos, nos hacía ver la vida de otro color: rojo. Más adelante estaba la papelería-imprenta del señor Areta, el impresor era amigo de mi padre y alguna vez asistí con él a alguna de aquellas tertulias improvisadas que montaban en torno al mostrador cuatro paisanos para poner verde al régimen, yo no me enteraba de nada, pero para aquellos señores todo estaba mal y todos eran unos cabrones y esas cosas era mejor no comentarlas en sitio público.

He tomado Navarrería, he salido a la antigua plaza de Zugarrondo, donde dicen que frente a Le Palais Desokupé, en el lugar que hoy ocupa la preciosa fuente de Luis Paret y Alcazar, hubo un olmo (zugar, en euskera) que dio nombre al barrio, ¿exageración?, seguro, pero, bueno, oye, eso se dice. He seguido ruta por la antigua Rua de los Peregrinos, hoy calle del Carmen, y he llegado al Portal de Francia o de Zumalacárregui, único portal que se conserva completo de los 6, (Tejería, San Nicolás, Taconera, Nuevo, Rochapea y Zumalacarregui), que cerraban las murallas y con ellas la ciudad al mundo. No sé cómo serían de firmes y seguros los otros portales desaparecidos pero este me parece inexpugnable, conté cuatro vanos con puerta. La primera se cerraba con un enorme portón y con un férreo rastrillo, la segunda está provista de un gran tinglado de poleas y cadenas para levantar un puente levadizo, seguimos camino abajo y vemos aun en pie restos arquitectónicos que evidencian la presencia de otra gran puerta, pasamos el pequeño puente que Basiano pintó con tres sores sobre él y que título “Puente de las monjas” y llegamos a dos pilares de sillería que albergaban la última puerta que había que atravesar para salir de la ciudad.

He pasado por debajo del puente del Verjel y he salido a la antigua carretera que llevaba al puente de San Pedro y que acababa en éste a su izquierda y en Lore Etxea a su derecha, de frente la negrura de Aranzadi, coquetuela ella, me ha invitado a entrar y he aceptado con gusto, no se veía nada, la linterna de mi móvil me hacía de guía, he llegado al puente de madera que atraviesa un pequeño canal de antiguos usos molineros y me he parado a oír, oír y disfrutar de la música que el rebrinco del agua entona interminable. Cuando el frío de la noche ha llegado a mis huesos he tornado al asfalto, he cruzado el alto y románico puente de San Pedro y he desandado lo andado.

He vuelto a entrar en la ciudad y me he dirigido, Redín arriba, hasta el Caballo Blanco, he salido a mi adorada plazuela de San José y he bajado un poco Curia para tomar Compañía. Esta calle debe su nombre a la Compañía de Jesús ya que en ella estuvieron instalados los jesuitas desde su llegada en 1580 hasta su primera expulsión del país en 1767.

Terminada Compañía, sin solución de continuidad, empieza la Merced, calle castiza y gitana por los cuatro costados, calle de Berrios, calle de Txoko Pelotazale, de la Raspa y del Kaos, todo cabe, todo vive, nada desentona, nada excepto ese monstruo de Acuavox. Pasado el monstruo iba yo mirando la casa que hace esquina con Tejería y he parado para escudriñar con calma y tratar de ubicar donde acababa la calle antes del derribo de la muralla, en esas estaba cuando desde un balcón de la casa 27-29 un chico que fumaba ha tenido un gesto muy de aquí y me ha preguntado: ¿busca algo?, ¿se ha perdido?. No, gracias, sé bien donde estoy, le he dicho y entonces hemos empezado a hablar de balcón a calle a cerca de cómo era la Merced y hasta donde llegaba la calle, y de los alpargateros y de cosas de esas, se llamaba Rafa; cuando ya me había ido, he dado media vuelta y le he dicho quien era yo y que le iba a convertir en personaje rinconero, así que ya ves Rafa, lo prometido es deuda, te saludo a ti y a Malú con mucho cariño, espero respuesta.

He subido al ensanche y a casita. La farmacia de Tafalla con Paulino Caballero marcaba 3º y las 00.26. Tenía calor.

Hasta la semana que viene.

Besos pa’ tos.

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