Hola personas. ¿Qué tal va la vida? ¿se deja o no se deja?, se va dejando, diremos, ¿no?

Esta semana he vuelto a mis horarios, he desgastado mis “Cara Norte” de noche y he sido tempranero, hoy es lunes y ya estoy sobre el teclado poniendo negro sobre blanco, toma tópico, todo lo que me bulle en la sesera.

He salido menos abrigado de lo que la noche requería pero he aguantado bien.

He tomado la avenida de Galicia para salir a la plaza de los Fueros, obra civil que hace de nudo, y lo hace bien, entre lo que eran 4 zonas de la ciudad: el Ensanche, los cuarteles, Abejeras y la Milagrosa. Hoy en día, por suerte, uno de ellos, el castrense, ha cambiado y ha pasado a ser la maravillosa Vuelta del Castillo, hogar de esa joya de la corona pamplonesa que es la Ciudadela. Estar ya estaba, pero no era lo que es.

He atravesado la plaza por sus túneles y rampas y he llegado a la carretera de Circunvalación, que talmente se llamó de los años 40 a 70. Resulta que en esos años la adecentaron, ensancharon la calzada, le dieron mayor capacidad de circulación y se abrió como la primera “variante” de Pamplona, tal variante llegaba por la cuesta de La Reina (Isabel de Valois) hasta la Avda. de Guipúzcoa.

Caminar de noche bajo los árboles que se levantan en los antiguos glacis tiene algo de mágico. Los cedros, no sé si del Líbano o del Himalaya, abren sus manos protectoras para que pases bajo ellas y da la sensación de que unos seres extraños, paternales, te cubren . Los de hoja caduca recortan sus ramas contra la claridad de la noche y asemejan enormes esqueletos que conocieron días mejores. Ya los tendrán de nuevo, y pronto.

Llego al punto que lleva a la puerta del Socorro y me fijo que en el suelo una borbónica flor de lis en una gran rosa de los vientos indica el norte a quien lo haya perdido.

Los muros de la ciudadela siempre que los miro me transportan a siglos pasados y me hacen imaginar cientos de acciones bélicas, si bien, nunca se ha visto inmersa en grandes enfrentamientos armados. Famosa es la batalla de bolazos de nieve entre los franceses, añagaza que les franqueo la entrada en la Ciudadela en la guerra de la independencia. Pero no todas sus historias son así de chuscas, sus paredes sin duda llevan sangre, y bastante, la última en el 36. Os recomiendo Lobos del Norte, de Ignacio Allí, es una novela sobre la guerra de la independencia en Navarra cuyo protagonista, un joven de Ezperun, se alista en la guerrilla de Mina para combatir al invasor; el autor relata episodios entorno a la ciudadela, entradas, salidas, defensas, ataques, fugas, deserciones, presos, visitas, que, aun siendo novela, no creo que se alejen mucho de la realidad de cuanto allí sucedió. Ilustres personajes, como el conde de Floridablanca , ministro de Carlos IV, dieron con sus huesos en sus frías y húmedas mazmorras.

He llegado a la avenida del Ejército, he hecho? ¡derecha!, ¡ar! y he enfilado terrenos por los que corretee cuando era un zangolotino. Cuando empezaron las obras para abrir la ciudad hacia San Juan, todos esos terrenos, continuadores de la muralla, fueron abiertos a la población civil y durante años tuvimos la chiquillería una deliciosa zona de esparcimiento no oficial, eran las mejores. El antiguo campo de deportes de los militares había sido trasladado a Antoniuti y de él aún quedaban vestigios, el frontón, la piscina, pasadizos y recovecos por los que perderse y correr mil y una aventuras. El foso, antes de rellenarse, y los arcos sobre los que se asienta el final de Navas de Tolosa tampoco era mala zona para hacer el borrico. Las postillas en codos y rodillas no eran sino medallas de aquellos lances.

Hoy la zona está irreconocible, el señor del lugar es el Edificio Singular. Fue éste un proyecto que el ayuntamiento tomo de la mano con mucho interés, convocó un concurso de ideas al que acudieron arquitectos de toda España; las condiciones eran claras: el edificio había de respetar el entorno histórico, debía mimetizarse con la piedra de la Ciudadela y ser una moderna puerta que diese paso a la nueva Pamplona, en definitiva un edificio con pasado, presente y futuro.

Siete pasaron el corte y se proclamó vencedor el proyecto del estudio madrileño de Manuel Jaén, que firmó este trabajo junto al arquitecto pamplonés Javier Guibert. Levantaron un triple edificio de 14, 14 y 12 plantas respectivamente, con zona de recreo ajardinada en la 8ª, piscina y restaurante en la azotea y todo tipo de tiendas y servicios en la entreplanta. El proyecto no era malo, pero todos sabemos que ni restaurante, ni tiendas, ni servicios; algún bar de copas, memorable en los 80 fue el Plural, y poco más ocupan sus locales, la mayoría están vacíos. Aparte de eso el edificio es un gran edificio.

Continúo por la gran avenida que está a punto de perder su nombre y llevo a mi derecha durante toda ella el enorme lienzo de muralla que cierra la obra de El Fratín. El primer tramo es de época y el segundo no. Me explico. Siempre se conservó el tramo que a partir de la puerta de entrada va hacia el oeste, no así el tramo que de la puerta va, en sentido contrario, hacia el centro de la ciudad, ese gran paño se levantó a principio de los 70 con piedras y sillares procedentes del derribo de edificios internos y es de una maestría digna del mejor maestro de obras del XVI, su mímesis con el entorno es total y levantar esa pared con los sillares en rampa no debió de ser fácil.

La puerta del recinto es sencilla pero nos gusta, se hace querer, pequeña, coqueta, llena de adornos, con sus balas de cañón (que ya no las tiene), su farol, sus cadenas, los tres escudos que la ennoblecen, la leyenda dedicada al virrey Vespasiano de Gonzaga y su pequeña arquería superior.

Pasado su ecuador la avenida se convierte en catafalco, el paseante anda en negro encajonado entre la gran pared negra del auditorio Baluarte (de San Antón) y la mole pétrea ya comentada. Aconsejable pararse una noche a apreciarlo. Acabada la gran vía, se abre otro tramo externo de las defensas donde ha sido reconstruido el revellín o luneta de Santa Lucía, la explanada que se abre tras ella, entre la muralla y la calle Yanguas y Miranda, durante muchos años fue la mejor ubicación de todas las que han tenido las barracas en la historia barraquil, ¡qué años tan divertidos!, años en los que reinaba la muñeca Chochona, la carrera de camellos, “arri, arri,arri, arri, arri men se”, el tobogán de las esteras, la foto de Retamosa, Los maños pisando uvas, Manolita Chen, los pollos al ast? y de ahí a las dianas a? 5 minutos andando.

Yo no he ido a las dianas, he ido en sentido contrario para volver a salir a la plaza de los Fueros y cerrar el círculo del envidiable parque de la Ciudadela-Vuelta del Castillo. Un lujo que tenemos gracias a que se entregó a la ciudad en los años 60 cuando ya había gente e instituciones con criterio conservacionista, si el ejército hubiese abandonado sus posesiones y las hubiese cedido a final del XIX, el ayuntamiento de la época hubiese entrado en ellas como elefante en cacharrería. Estaban ansiosos de espacio. Menos mal.

Que tengáis una buena semana.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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