Hola personas, ¿cómo va la vida? La mía esta semana ha tenido un cambio importante, la dama negra de la guadaña pasó por casa y salió acompañada por mi querido y nonagenario padre.

Sé que soy uno de los pocos afortunados que han disfrutado de tan importante figura a una edad tan avanzada como la mía, pero me duele como si lo hubiese perdido a los 15 años.

Mi padre me enseñó miles de cosas buenas, las malas las aprendí yo solo.

Él me inculcó este amor a Pamplona, a su historia grande y a su historia menuda, él me enseñó sus calles y sus rincones, mira chaval, me decía mientras señalaba algo, en aquella casa una vez?, y me contaba una historia, él me empujó a ser curioso y a entrar en los sitios y preguntar y ver, me dejó claro que con educación todas las puertas están abiertas.

Conocía Pamplona como la palma de su mano. Recuerdo que en los 80 y 90 participé en varias ediciones del Rally fotográfico del Anaitasuna con mi hermana, con Antonio Álvarez, con José Luis Nobel (QEPD) y algún otro pamplógrafo más, como cerebro llevábamos a mi padre en el coche con los tres tomos de Arazuri a su vera y con su memoria aun viva. No teníamos rival, tampoco teníamos Google. Era un fiera.

Con pantalón corto me llevó por primera vez al Museo de Navarra y consiguió que me gustase, recuerdo como si fuese hoy que el cuadro que más me impresionó fue uno de la escuela española del XIX que había en la escalera antigua y que representaba un patio de caballos donde los picadores lloraban y se tiraban de los pelos por las muertes de sus jamelgos despanzurrados.

Él me enseñó el claustro y la catedral, el Caballo Blanco y el portal de Francia, el palacio Arzobispal y la belena de Pintamonas, la Ciudadela antes de abrirse y la clausura del Monasterio viejo de San Pedro, la carroza del zaguán del Palacio de Guendulain y el puente del Plazaola. Él me enseñó Pamplona.

Él me llevó a mi primera Javierada y a la segunda y a la tercera y el 2 de septiembre de 1967 estuvimos los dos en la inauguración de El Sadar viendo al Zaragoza contra el Vitoria de Setubal. Me había prometido que me llevaría y cumplió. No cuajó en mí esa afición. En fin, ya perdonaréis el panegírico pero me parece de justicia hacia él que sepáis que el Rincón del Paseante, en gran parte, es cosa suya. Hoy he paseado pero, contra costumbre, no he ido solo, me ha acompañado él. Como está muy mayor hemos dado un corto paseo por las calles de lo viejo que siempre tienen algo nuevo.

Hemos entrado por Comedias y a pocos metros nos hemos desviado para tomar una de las calles más recoletas y umbrías de todo el casco, la calle Lindachiquia, calle ayer principal, hoy trasera de las casas de Sarasate. Ciento cuatro pasos contados son los que hemos empleado en recorrerla para salir al rincón de San Nicolás, memorable lugar de memorables 6 de julio; tras el chupinazo hay cita obligada en casa Paco.

Hemos llegado a San Gregorio y el mismísimo titular de la calle nos ha recibido desde una talla de piedra que alberga una hornacina de madera que suplica atenciones. Un pelín de restauración sucinta y respetuosa no le iría mal. San Gregorio sigue siendo calle de bares pero pocos conservan el nombre de toda la vida, van cambiando de nombre y de tendencias, por ejemplo ya no está el Ganuza y sus patatas bravas al que tantas veces veníamos juntos o separados. El Museo sí está, también me lo descubrió él, pero ya no tiene animales disecados por las paredes, ni te arrea en el ojo con el chorro de la cafetera. Eso eran cosas de cuando éramos cavernícolas y no nos la cogíamos con papel de fumar.

Hemos salido a la calle Ciudadela y nos ha alegrado mucho ver que la casa del Anaitasuna la están haciendo manteniendo su fachada, la cual, por cierto, no vale mucho, es muy modesta, pero es la que corresponde al lugar y la que guarda consonancia con el resto.

Donde sí han metido la piqueta es un poco más adelante, y, al llegar, hemos visto asombrados el gran mordisco que han pegado a la manzana comunicando la calle Ciudadela con la de San Antón por medio de un solar enorme dejando la casa de la esquina en una especie de isla sujeta al continente por un laberinto de tirantes y sostenes metálicos y futuristas.

J.J. Martinena el otro día se preguntaba dónde habrá ido a parar el escudo de la casa derribada de la calle San Antón, y yo también me lo pregunto y le ruego que si se entera lo haga público. Gracias.

Hemos vuelto a salir a la amplitud de Navas de Tolosa y hemos admirado lo bonito que está ese nudo, con Navarro Villoslada, señor del lugar, escondido entre árboles, el Hotel “monegasco” dando lustre, le petit forêt al fondo, la capilla de San Fermín, el Rincón de la Aduana, el paseo de Arazuri y, cerrando el círculo, el palacio de Vesolla y la casa de los Gaztelu. De ahí hemos entrado en la calle Nueva, así llamada porque antiguamente no era calle sino el foso que separaba el burgo de San Cernin del de San Nicolás hasta que en el S. XVI el virrey marqués de Almazán mandó rellenarlo y allanarlo para abrir la que se llamó Calle Nueva de Almazán. Es calle con pocos números porque muchas de sus casas son traseras de las de San Antón y en su lado izquierdo se encuentran las escuelas de San Francisco. En ella vivió Pio Baroja y desde allí vio pasar de niño al condenado que llevaban al garrote vil en siniestra procesión y que tanto le marcó.

Calle adelante hemos llegado al cruce con la calle San Miguel en cuya esquina hay una casa, con una vieja mercería en sus bajos, que desafía todas las reglas de la gravedad; enfrente se abre la plaza del santo de Asis, lugar hoy lúdico y espacioso, antes oscuro y siniestro ocupado por la antigua cárcel y el palacio de justicia en un lado y el convento de los franciscanos en el otro, si esos suelos hablasen? La casa del Gran Hotel, obra del donostiarra Urcola, que preside la plaza, será de los edificios más dignos de Pamplona, a su vera dejamos la preciosa plaza del Consejo y, al oírnos pasar, Neptuno Niño desde el pedestal de su fuente se ha dado la vuelta para despedirse de él. Seguimos Nueva adelante y, pasado el Maisonave, llegamos a la calle San Saturnino y por ella a su iglesia homónima que empezamos a bordear por Ansoleaga. Al entrar en esta calle, tras el pasaje de Seminario y de una casa que luce uno de los arcos ojivales más bonitos de Pamplona en el vano de su portal, nos encontramos con el Oratorio de San Felipe Neri, también llamado Capilla de la Divina Misericordia, poseedor de una de las pocas fachadas barrocas que hay por estos lares, a la derecha la pared de San Cernin y la puerta de su sacristía, todo ello, sumado a la estrechez de la calle y al color albero que alegra la fachada del oratorio, hace pensar al paseante que su caminar discurre por el sevillano barrio de Santa Cruz en vez de por el pamplonés burgo de San Cernin.

Hemos rodeado la iglesia para salir por Campana a Mayor y San Saturnino, de ahí hemos emprendido el viaje de vuelta por Consistorial, Mercaderes, Estafeta, Amaya, Roncesvalles, Carlos III y a casa. Eran las 00.15 del jueves.

En casa lo despedí, yo seguiré paseando, él me seguirá enseñando. Siempre.

Hasta la semana que viene.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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