hola personas, ¿cómo ha ido esta semana?, habiendo sido la última del invierno y con un fuerte Osasuna en todo lo alto, supongo que bien, ¿no?. Yo también, gracias.

Servidor cumpliendo tradiciones ha cumplido con la llegada de la primavera y ha bajado al río por su camino favorito: la serpiente de Beloso.

Eran las 23.30 cuando he salido por Gorriti tan tranquilo, una vez cruzado Carlos III, el de la Leonor, el padre de Blanquita, he oído tras de mí unos tacones femeninos marcando un paso ligero y acompasado, al oírlos he jugado a imaginar cómo sería ella, he pensado que por el ritmo sería joven, por el taconeo de sus zapatos más le pegaba llevar una falda tubo que unos vaqueros y por lo marcado de sus pisadas he supuesto unas firmes y torneadas piernas, me he vuelto para comprobar el número de aciertos o fallos y? no había nadie, ¡coño!, ¿sería la chica de la curva?, me he preguntado, bueno, se habrá metido en un portal, he pensado; he retomado mi paseo y? los tacones han vuelto a sonar, y no lejanos precisamente, me he vuelto rápido y? nadie, ¿qué pasa aquí?, me he preguntado; calma y análisis, me he dicho, he seguido andando pero afinando mucho el oído, los tacones volvían a taconear, yo seguía andando, y ellos, insistentes, seguían tras de mí, pero a mi espalda no había nadie. He seguido el toc, toc, toc, toc con el oído y he hallado al culpable: el chirimbolo de subir la cremallera del chaleco se balanceaba acompasado a mi andar y pegaba contra ella provocando tan misterioso “taconeo”. La culpa ha sido del gorro que me tapaba las orejas y me engañaba la audición. No reírse.

He llegado a la Media Luna y he entrado por la zona que custodia el Dr. Huarte de San Juan, él pasa allí sus horas en un modesto bajo relieve, antes lo hacía en la Taconera pero como era de San Juan de Pie de Puerto pues se ve que lo han puesto ahí para que esté más cerca de casa. He pasado rápido no fuera que me hiciese un examen de mi ingenio con el consiguiente resultado, que a eso se dedicaba él, su obra “Examen de Ingenios para las ciencias” (Baeza, Juan Bautista de Montoya, 1575), alcanzó más de cincuenta ediciones en varios idiomas. Era médico y filósofo, y afirmaba que todos tenemos la mente más preparada para un estudio que para otro y que en hallar esa predisposición y potenciarla está la clave del éxito.

Al ir a asomarme a la barandilla del paseo, un enorme gato me ha mirado desafiante, he parado y le he devuelto la mirada con gesto hosco, ni se ha movido, era gordo, grande y no era negro pero? era tuerto. Me ha mirado un gato tuerto, eso no puede ser bueno. He dado un zapatazo en el suelo y el Micifuz ha salido de naja. Empezamos bien la primavera, he mascullado.

Por fin me he plantado en mi querido Camino y he empezado a bajar, a la nueva estación aun no le había dado tiempo de empezar a trabajar y, por lo tanto, los árboles y arbustos estaban aun con el culo al aire pero en la punta de sus ramas se adivinaban unas yemas blancas que en una semana serán tiernas hojas recién nacidas. El camino estaba bonito, estaba silencioso, sereno, como siempre y en algún tramo estaba florido.

He atravesado la pasarela tamboril a la que con mi bastón he arrancado unos sones y una vez al otro lado he tomado a la derecha, hacia Burlada. Nada más salir del puente y empezar a andar a la vera del río, un olor a chipa, madrilla y fango me ha llevado a mi mocedad. Qué cosa es la memoria olfativa.

El paseo es cómodo y cuenta con esas mágicas farolas que, fiat lux, se encienden al paso de uno haciéndole sentir importante, aunque esa noche no era necesaria su luz porque la pedazo luna llena que había en lo alto alumbraba con generosidad, el río era un gran espejo negro en el que Catalina, coqueta, se miraba.

El sendero tiene a su derecha el agua y a su izquierda las minas de oro verde de la Magdalena, una valla lo separa de unos enormes viveros, nodrizas de esa maravillosa lechuga que solo se come aquí.

Un poco más adelante la huerta se convierte en cuidado jardín, el de la Sociedad deportiva Lagun Artea, un diminuto club de muy pocos socios que lo cuidan como si fuese su casa; un frontón, una casa social y un jardín son todos sus haberes.

Bordeando la sociedad salgo al Camino de Burlada, camino castizo donde los haya, es el camino que recibe a los peregrinos jacobeos desde hace siglos y desde hace siglos alberga unas pocas casas de abnegados hortelanos que cuando empieza a llover, y a llover, y a llover viven con un ojo su casa y el otro en la orilla del río. La calle tiene a su izquierda una larga y fuerte tapia que protege las huertas, las piedras que la forman sin duda proceden de algún derribo, probablemente de las murallas, ya que entre sillarejos y cantos rodados se encuentran fabulosos y fuertes sillares que sin duda fueron trabajados por el cantero para construcción de más fuste que una tapia hortelana. Pasada la preciosa casa de Huerta Vilella el camino hace “Y”, el de la izquierda va a las pasarelas, el de la derecha al puente de piedra, tomo esta opción. La zona es la única que conserva un cierto sabor rural de todo Pamplona. A la derecha varios caminos que atraviesan un gran descampado llevan a la Txantrea que luce iluminada a lo lejos. Más adelante se levantan dos grandes edificios habitados por los que toda la vida se han llamado los gitanicos, eufemismos como etnia gitana, minoría étnica y cosas así me parecen más racistas que las palabras con las que siempre nos hemos entendido. Manteniendo vivas sus costumbres, en un campo frente a la casa una docena de ellos hablaban y reían felices al calor de una hoguera rodeados de sus furgonetas. Tras jito-etxea hay unas pequeñas y curiosas casitas con las fachadas preñadas de conchas marinas haciendo dibujos. Un poco más adelante encontramos una vivienda que parece sacada de otro enclave, recuerda un poco a construcciones mediterráneas de principios del XX, con terrado rematado de pináculos en las esquinas y un curioso mirador sobre una terraza, dos amas debía de tener la casa ya que dos son sus nombres, uno sobre otro, Villa Monserrat y Tomasaenea. ¿Cual mandaría más?. Sigo hacia el río y tras Villa Juanita viene el convento de las josefinas, antigua leprosería y por último la casa de las moscas, antigua venta.

Salgo del camino, hago derecha y en nada estoy sobre 8 siglos de piedras amontonadas con arte y ciencia que me llevan a la otra orilla. Tomo al ascensor que me sube sin esfuerzo al fortín de San Bartolomé y al salir del ingenio miro a mi derecha para ver, quien sabe si por última vez, la pasarela difunta y me vienen al tarro unos ripios que el otro día le dedicó un amigo mío:

Réquiem por una pasarela.

No podíamos tener

un puente como cualquiera,

pasarela hubo de ser

¡salga el Sol por donde quiera!.

De diseño la mejor,

de premios un buen montón,

no le busques más valor,

el resto es un gran mojón.

Quien la hizo nada sabe,

quien la encargó ya no está,

no sé si el arreglo cabe,

la tiran y... qué más da.

Pues eso, que? adiós mi dinero. He atravesado la Plaza de Toros y por Amaya he vuelto a mis lares de donde había salido 59 minutos antes.

Hasta la semana que viene.

Besos p’a tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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