Hola personas, hoy no pregunto ¿qué tal? porque en mis paseos veo la respuesta, se ve a la gente feliz y risueña, el sol y el buen tiempo alegran la vida.

Yo esta semana he paseado de día, ha sido a media mañana del jueves cuando he encaminado mis pasos hacia ese maravilloso parque que tenemos ahí abajo formado por un enorme meandro de nuestro Arga y que se llama Aranzadi, de ahí el horario diurno de mi andada, ya que de noche Aranzadi es negro como boca de lobo y poco podría ver para contaros. Lo hice hace un par de años y en muchos tramos tenía que alumbrarme con la linterna del móvil para ver donde ponía el pie. Solo el rumor del río y el crepitar de mis pasos daban alguna señal de vida en la negrura de la noche.

He salido de mis feudos a las 11,30 de la mañana, sol radiante, un lujo, he atravesado el ensanche y he llegado a lo viejo. Por Chapitela, Mercaderes y Curia me he plantado en la Plazuela de San José y he visto que en su esquina con la calle Salsipuedes mi amigo Manolo Mosquera estaba vaciando su tienda de antigüedades, auténtico santuario del pasado que ha mantenido abierto durante más de 20 años con una gran afición, buena atención y buenos precios; la mesa de roble del S. XIX sobre la que estoy escribiendo en estos momentos salió de su casa hace años y me acompañará para los restos. Pero Manolo no se va del todo, no puede, él seguirá en la pequeña tienda que, llena de titos maravillosos, tiene en la misma plaza a la que tanto sabor aporta, y seguirá fiel a su cita cada primer sábado de mes en el mercadillo de las buenas pulgas.

Por la mañana la banda sonora de la plazuela, evidentemente, no es el silencio al que estoy acostumbrado cuando la visito de noche, pero tampoco es el primaveral y cantarín trinar de aves que se podía esperar, quia, es un jolgorio infantil del más alto nivel decibélico, ya que un colegio de niños ha salido de excursión a ver la catedral y se hacen sentir ostensiblemente. ¡Qué capacidad de griterío!.

He franqueado el portal de Zumalacárregui y he bajado la adoquinada cuesta para atravesar su impresionante puerta de puente levadizo, pasada ésta he seguido bajando y he abandonado el camino hacia mi izquierda para meterme en los fosos y bordear el baluarte del Pilar hasta llegar al pie del baluarte del Abrevador, nunca había pisado esos terrenos, nunca jugué por ahí de niño y nunca me escondí de miradas indiscretas de menos niño.

De nuevo en ruta he atravesado el puente del Vergel por debajo de la calzada y por el viejo camino del puente de San Pedro he llegado a mi destino. He entrado por un acceso que hay entre las piscinas y un canal. En seguida se abre el gran terreno del meandro, a mi derecha veo la primera construcción y me acerco a ella, es un antiguo frontón, en uso, vestigio de una pequeña finca de recreo que allí poseía el Dr. Martínez Lizarraga, la cual contaba con dicho frontón, una piscina, muchos árboles y una casita merendero, y donde, según me cuentan, media docena de familias amigas, con sus innumerables hijos, solo una de ellas aportaba 11, dieron vida, color y alegría durante muchos veranos a aquella entrañable huerta. Conozco a varios de ellos y todos la recuerdan con nostalgia.

He salido a la carretera que lleva a la entrada de las piscinas y me he dirigido al convento de las Madres Agustinas de San Pedro, las Petras, para ver con luz y calma como está el magnífico edificio que Fernando Redón firmó en 1969 y que hoy, propiedad del ayuntamiento, está en un estado de abandono intolerable, ¿A qué esperan para hacer algo que detenga su deterioro?. Yo que soy curioso patológico no he podido resistirme a fisgar, he saltado una minitapia y? alehop, pa dentro, una pareja con un perro se encontraba en el jardín, hemos cambiado unas palabras y he empezado mi expedición, he rodeado el edificio y en la parte trasera me ha llamado la atención una pared con treinta y seis nichos de los cuales tenían muestras de haber sido usados la mitad, resulta curioso que la ley que desde Carlos IV prohíbe enterrar en iglesias y conventos no incumba a las casas de clausura. El edificio a pesar de ser del S. XX respeta la distribución típica monacal, con su iglesia por un lado y sus celdas y lugares comunes formando un claustro por otro, en esta ocasión los pisos superiores que rodean el patio han sido retranqueados para que el sol lo llene todo de luz y de calor. La casa del hortelano y su huerta de autoabastecimiento y la casita del sacristán completan el complejo religioso. La cosa aun tiene remedio, supongo que los daños que tiene son de chapa y pintura, pero de seguir así acabará en el suelo. Ahí lo dejo.

He vuelto mis pasos hacia adentro y he llegado a una de las construcciones más curiosas del parque, el hórreo que alguien construyó trayendo un poco de aire asturiano a este rincón pamplonés, frente a él Etxe-Zuri, la Casablanca, casi nada. Un poco más allá “Aitaren Txokoa” la preciosa casa de los Arraiza que aguanta como una jabata el paso de ocupas, ayuntamientos y algún incendio que otro para seguir siendo testigo de lo que pasa en torno a lechugas, cardos y achicorias, el pasar por delante de ella he echado de menos una suerte de canalillos con patos que tenían en el jardín hace años y que supongo que han sido víctimas de la reordenación del lugar. También aquí esperaba trinos de pájaros canoros y?, maldita sea mi suerte, otro colegio de excursión visitaba la zona, estos hacían que los anteriores pareciesen mudos.

Aranzadi ha sido siempre un terreno netamente hortelano, pero a finales del S. XIX y principios del XX alternaba tal fin con el de ser lugar de veraneo de unas cuantas familias acomodadas que tenían entre las huertas sus casas de recreo, todas han ido desapareciendo pero quedan dos como testimonio, la de Arraiza y Casa Irujo. Junto a estas, había otro tipo de casas como Casa Gurbindo, Casa Beroiz o Casa Aldaya entre otras, que eran donde habitaban los artistas de la tierra, los que consiguieron aunar valores del río, arrancándole el limo, y de la tierra para sacar el mejor producto que podían lograr.

El nuevo Aranzadi lo ha mutado todo, un presupuesto millonario con ayuda europea nos ha cambiado una gran y ubérrima huerta por el “Escarola-Park”. Se han creado puntos de interpretación de la naturaleza, escuelas profesionales para enseñar a los jóvenes interesados los secretos del agro, huertas de recreo que unos cuantos ciudadanos disfrutan y de las que algún tomate amigo he comido, y alguna zona de ocio y esparcimiento. Todo eso está muy bien, pero se han cargado siglos de explotación hortelana ejemplar.

Me quedan rincones, sitios y datos por comentar pero eso será otro día, el espacio se me acaba.

He salido a la Magdalena y he ido a tomar el ascensor para subir a la ciudad, pero? un colegio de niños había salido de excursión a ver las pasarelas y todos ellos esperaban para subir en el dichoso artefacto. ¡Con lo bien que están los niños en clase!

He subido a pie y para casita que aun quedaba mucho día por delante.

Que tengáis una buena semana y yo que lo vea.

Besos pa’ tos.

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