Hola personas, ¿cómo ha sido la semana?, ¿santa?, bueno con que haya sido venerable ya vamos bien.

Yo he llevado a cabo un paseo distinto, un paseo por el interior de un edificio y guiado por una simpática y preparada muchacha que nos explicó a la perfección cosas que hoy, junto con otras de mi coleto, vais a leer en este Rincón.

El miércoles por la tarde salí de casa a las 17.30, a las 17.50 había quedado con mi cuñado que había conseguido unas entradas para visitar el antiguo convento de las salesas en la calle de San Francisco y pa’ allá que nos fuimos.

Llegamos puntuales a la cita y, mientras esperábamos, escudriñé la fachada con espíritu crítico, he de reconocer que la obra de Ansoleaga me pone los pelos de punta. El folleto editado para la visita dice de él “arquitecto historicista”, pero? ¿qué le ven de historicista?, más bien deberían decir historicida a la vista de intervenciones suyas en templos con buena carga histórica (San Nicolás, San Lorenzo, San Agustín) que se han visto convertidos en pastiches gracias a la regla y el cartabón de D. Florencio, a la sazón arquitecto eclesiástico y provincial.

La fachada tiene dos partes bien diferenciadas, la de la iglesia, fabricada en serie junto a la de San Lorenzo, es casi idéntica, en ella un muestrario de elementos constructivos, metal, ladrillo, piedra, cristal, junto a una suerte de elementos decorativos, arcos, arquillos, verjas, ángulos, columnas, capiteles y vidrieras correspondientes a varios etilos arquitectónicos se dan cita en un tótum revolútum , pegada a ella está la gran fachada del convento, esta vez de estilo renacentista, el que faltaba, con decoración conopial en los vanos de las ventanas.

A las 18 en punto se abrió la pequeña puerta de la clausura, a la cual, ahora que no hay monjas, le han puesto una cerradura que se puede abrir desde fuera ya que en tiempos en los que cumplía su función de casa cerrada, las puertas del convento solo se podían abrir y cerrar desde dentro. Siempre quedaba alguien encerrado.

Nos recibió una guía empleada de la Mancomunidad, se presentó muy amable y nos empezó a enseñar y explicar los entresijos de tan siniestro lugar. Fue buena comunicadora. No recuerdo su nombre pero le mando un saludo.

En primer lugar vimos la iglesia, neogótico en estado puro, trabajo ímprobo sobre madera de nogal tallado por Florencio Isturiz siguiendo los planos de su tocayo Ansoleaga. Las imágenes de los fundadores, San Francisco de Sales a la izquierda y Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal a la derecha, en pinturas de Lluis Masriera, aquel polifacético artista catalán, flanquean la imagen central que en un altorrelieve de escayola policromada representa una de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque, religiosa de la orden en el S. XVII. Los altares menores también tiene su correspondiente escayola y el resto es una profusión de pilares de planta de cruz con columnas en media caña sobre pilastras de madera con unos estucos incalificables, púlpitos, confesionarios y en las alturas unas muy meritorias vidrieras. Dos enormes celosías del coro y sobrecoro que dan al altar eran el lugar de rezo para las inquilinas separadas del mundo.

Salimos de la iglesia para entrar en lo que era la clausura propiamente dicha. El caserón lleva deshabitado desde hace 16 años y eso se nota, no solo en la capa de polvo que todo lo cubre o en la gotera que gotea feliz porque nadie se lo impide, no, me refiero a que la casa ha perdido toda vida. Yo ya había entrado antes en esa clausura y tenía vida, las paredes eran las mismas, la sobriedad la misma, la pobreza la misma, pero todo estaba vivo. Me explicaré.

Un día de 2003 recibo una llamada de mi madre para decirme que las salesas se iban del convento y que ella, que iba no sé qué día de la semana a misa, se había hecho amiga de la hermana portera, la hermana Mikaela, un encanto de mujer que no olvidaré en la vida, y que ésta le había contado que se iban del convento y que tenían que vender sus enseres. Mi madre le habló de mí, ya que por aquel tiempo yo me dedicaba a las antigüedades, la monja dijo que quería conocerme y allí que me presenté. Llegué a un acuerdo económico con ella y me dijo que ya me avisaría.

Al poco tiempo me llamó, fui y entré en una clausura que poca gente en Pamplona a lo largo de su siglo de vida había pisado. En todo el caserón vivían seis monjas, yo solo vi a cinco, mi amiga Mikaela, setentona ella, dos muy mayores y dos de mediana edad que trabajaban en la cocina, eran razonablemente simpáticas y eran de movimientos lentos, no tenían prisa para nada, habían sufrido cierta mímesis con el entorno. Vivían solas en semejante edificio, juntas comían, dormían, rezaban, trabajaban, todo lo hacían juntas durante años, décadas y, sin embargo, se trataban de Vd. y de su reverencia, ¿hermana, su reverencia va a venir a comer?, por ejemplo.

La hermana Mikaela fue mi cicerone y me enseñó todos los entresijos del convento, incluido el desván, ¡¡¡¡qué joyas había en aquel desván!!!, del cual incluso me dio la llave y... “qué no se pierda, por Dios”, me decía con su voz dulce y aflautada.

Durante tres días saqué un montón de enseres domésticos comunes, tinajas, pucheros, bastidores de bordar, bolillos de hacer puntillas, aguabenditeras, tiestos, algún cromo de santos y poca cosa más, el negocio no fue mucho, pero la aventura fue inolvidable.

Aun conservo un tremendo tocho Missale Rumanum del XVIII, sor Mikaela me hizo prometerle que no lo vendería nunca y aquí lo tengo a dos palmos de mí.

Bien, dicho lo cual es fácil entender que la visita para mí tenía doble motivo, uno conocer el estado actual del edificio y los planes a futuro que para él tienen y otro recordar aquello que vi y viví hace ya 16 años y que pensaba que nunca más iba a volver a ver ni a vivir.

El recorrido es interesantísimo, está muy bien explicado con un guión dinámico, ni banal ni excesivamente profundo y da a conocer con meridiana claridad cómo era la vida de aquellas mujeres.

La visita recorre locutorios, cocinas, despensas, comedor, ropería , lavadero, celdas, cuarto de costura, sala capitular, enfermería y un sinfín de dependencias que van siendo pertinentemente explicadas en pasado y en futuro.

El cementerio tiene un precioso retablo relicario del S. XVIII perteneciente al palacio de Armendariz, anterior inquilino del solar del que hablaremos otro día, que está suplicando unas manos delicadas que lo devuelvan a la vida. El huerto es espacioso y presume de pozo medieval, en los nuevos planes está el abrirlo al paseo del Dr. Arazuri para disfrute de la ciudad.

Hay algo de todos modos que encierran esas paredes y que en ningún documento está registrado, y son los sentimientos de esas vidas que entraron entre sus muros con 18 años y fueron enterradas en ellos tras una larguísima existencia en la que no volvieron a ver el mundo. Muchas fueron felices, no lo dudo, pero si esas paredes hablasen?

Bueno gente, que tengáis una semana de no podéroslo creer de lo rebuena

Besos pa’ tos.

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