Hola, personas, ¿qué tal va la vida?, ¿se han cumplido vuestras expectativas políticas con los resultados?, ¿sí?, ¿no?, ¿mediopensionista? Venga quien venga nosotros seguiremos paseando.

La semana pasada nos dimos un garbeo por el barroco y el S. XVIII y esta lo vamos a hacer por el ladrillo y la actualidad. He salido de casa y he tomado Carlos III, a los pocos pasos de empezar a andarlo he dado de frente con el número 53 y me ha venido a la memoria el comercio que allí se instaló en los años 60 y que fue pionero, no en su género, que es harto antiguo, sino en su tamaño y la originalidad de su nombre: El Palacio del Niño; aquí estábamos acostumbrados a que los comercios luciesen el apellido de su dueño, Unzu, Inda, Ayestarán, Nagore, Alonso, Archanco, Orbaiceta etc, etc. Y a mí, que era un inocente infante, lo de Palacio del Niño me impactó, me gustó, me parecía algo como mío, yo era un niño y no me importaba tener un palacio. Era muy grande y con unos escaparates inmensos y había de todo, ropa, cochecitos, juguetes, más que un palacio era un paraíso. Aguantó muchos años. Luego llegó un banco. Ese ya no me hizo ilusión. Ninguna.

He llegado hasta Baja Navarra y he tomado dirección Burlada, la noche estaba fresquita, a mi derecha los chalets de Argaray que dan a la avenida. En el centro de la acera, viejo, tapiado y semiabandonado se encuentra el más grande de todos, el que fue durante muchos años la clínica San Francisco Javier fundada por el Dr. Labayen en 1935, su fachada la cubre un gran cartelón de una promotora anunciando que en breve la suerte del olvidado edificio cambiará, lo malo es que no es el primer cartelón que lo viste y sin embargo el pobre sigue ahí hecho unos zorros. La clínica ocupaba el gran caserón y dos chalets más pequeños que dan a la calle Valle de Baztán en el interior de la vieja colonia, a ver si lo hacen bien de una vez porque ese pobre edificio ha debido pasar avatares sin cuento, de mano en mano y qué sé yo, según se dice y se comenta, que uno ni pone ni quita, oiga.

Acabados los chalets cruzo la nueva avenida, que es la antigua y recoleta calle Valle de Egüés, para llegar a la tapia de uno de los edificios más inexplicables de Pamplona: el seminario diocesano. Obra magna de Víctor Eusa, en su más puro estilo de ladrillo y hormigón, fue levantado durante la República, se empezó en el 31 y se acabó en el 36 y para demostrar a la impía España de la época que aquí por encima de todo estaba Dios, se construyó un edificio rematado al frente con una enorme cruz visible desde gran parte de la ciudad. Durante la guerra incivil cumplió papel de hospital con el nombre de Hospital Alfonso Carlos, también durante la guerra de la Independencia y durante las dos carlistas los seminarios fueron transformados en hospitales; hay muchas fotos de la vida en el hospital durante la contienda y por lo que reflejan parece que ciertamente el guerrero en él encontraba descanso en un ambiente relajado lejos del frente, ya sabéis que en Pamplona la guerra pasó con relativa calma. Al acabar el lío empezó a funcionar como seminario llegando a ser el principal centro docente de Navarra, entre los años 39 y 69 pasaron por sus aulas 4.000 alumnos, de los cuales 750 se ordenaron sacerdotes. Con los años 70 y las distintas maneras de entender el sacerdocio, la mayor integración en la vida civil de sus miembros y la secularizando de la sociedad, los seminaristas fueron desperdigados por pisos repartidos en la ciudad.

El edificio en los últimos años ha recuperado parte de su actividad y aun así, viendo su volumen, no cabe duda de que está infrautilizado, pero? como es de la Iglesia, de lo suyo gastan y no hay nada que hacer.

Lo he bordeado por la antigua carretera de Badostáin, dejando a mi izquierda la afrancesada Villa Margarita, y he salido a lo que ahora es un nudo de vías y antes era una estrecha carretera que llevaba a dicho pueblo. Un vial con un puente salva el nuevo parque de las Pioneras, llamado así en honor de seis mujeres que destacaron en sus vidas y que abrieron caminos para la igualdad de género desde la ciencia, la literatura, el arte o la política, es un gran parque, el quinto en dimensión de Pamplona. En él hay una tapia rústica, de sillarejo, perteneciente a un muro de contención de la traída de aguas de Subiza en el que han adosado una fuente que pretende ser la antigua fuente de la Teja. Miraba yo a esa fuente, luego miraba a mi derecha hacia las viejas casas del Soto y no me cuadraba, no podía estar ahí la fuente de la Teja, cuando llegué a casa me puse a comparar una foto del Sitna de 1966 con una actual de la zona y me reafirmaba en mi idea, solicité el concurso de un amigo maestro en interpretar planos y cotas y cosas de esas y me confirmó que la fuente actual está desplazada 103 metros, 30º al sudeste. Así que mi percepción de memoria estaba en lo cierto.

Qué buena excursión era ir allí con los primos, lugar de juegos sin fin, merendola y bien de agua fresca de la fuente. En verano solía estar muy concurrida. Hasta 1936 era tradición bajar al Soto la tarde del 12 de octubre, día del Pilar, a merendar, bailar y divertirse. Hay fotos que dejan ver el gran ambiente que reinaba en la fiesta, por lo que se llamó, según dice Arazuri, Soto de la Pilarica.

El Ayuntamiento en el S. XIX adecentó dos fuentes extramuros para aprovechar los viejos acuíferos, la Fuente del Hierro en Iturrama y la de la Teja en Lezkairu. Aquí adquirió los terrenos cercanos a ella para adecuar en ellos una mini plaza donde poder disfrutar, construyó unas escaleras de acceso y más adelante le dio rango de parque pamplonés colocando esas típicas y bonitas barandillas que hay en la medialuna y que lucen el león pasante de nuestro escudo. Uno de los laterales de aquel espacio lo marcaba la pared de una casa muy curiosa que, con pretensiones de castillo, ostentaba una torre almenada cuyas ventanas eran de arquillos y columnas con su basa, fuste y capitel. Espíritu medieval que tendría el dueño, digo yo.

He seguido mi paseo y he cruzado hacia las viejas casas de Lezkairu, las de toda la vida, las he rodeado y las he recorrido por su calle de en medio, cosa que no había hecho nunca, y he visto que les están haciendo la cirugía estética y las están dejando más bonitas que un San Luis, están casi todas revestidas de una moderna cubierta de lamas blancas y discretas que han mimetizado el viejo barrio con el nuevo y pujante Lezkairu. En una esquina se ha recuperado una antigua fábrica como sala y espacio de arte con mucha delicadeza, respetando elementos fabriles los han mezclado con lo necesario para su actividad. Su nombre hace referencia al producto que allí se fabricaba: la Fábrica de Gomas.

He vuelto al parque y he subido por él hasta la avenida de Juan Pablo II para salir a Serapio Esparza y por Paulino Caballero he rendido viaje a las 00.15 del martes.

Nada más por hoy, solo me queda desearos a todos una felicísima semana y que el domingo que viene estéis ahí para leerme porque si vosotros no estáis, yo sobro.

Besos pa’ tos.

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