Hola personas. ¿Qué tal va la vida? Esta semana voy a contar un paseo elevado de categoría porque ha sido paseo con excursión. El domingo a la mañana, temprano, a las 10, (sí ya lo sé, pero para mí es temprano), me puse al volante del haiga y tomé la 121-A para darme un atracón de verde en los valles a los que ella conduce. Pasé Oricain, pueblo playero; el Hotel Aguirre, a cuya altura lancé un beso al cielo para mi inolvidable amigo Miguel Javier; pasé Sorauren, con su querida Posada junto al río donde me he comido kilómetros de txistorra; Olave, donde estuvo funcionando el Fresas; Ostiz, donde pastaban los bravos toros de Cesar Moreno y la Joaquina nos daba de merendar; los cruces de Burutain y Etulain; Olagüe, hoy con variante, antiguamente con una infernal travesía; pasé los cruces de Ulzama y Lanz, las Ventas de Arraiz y empecé a subir por la vieja carretera del puerto ya que mi intención era visitar el monasterio que Velate custodia entre sus bosques. 200 metros más adelante de Venta Ulzama, el paraíso de la cuajada, hay un aparcadero donde aparqué y me dispuse a entrar en terrenos mágicos. Al salir de casa lucía el sol pero en Velate no, allí la niebla es sempiterna y ahí estaba ella cubriéndolo todo de un halo de misterio y fantasía, en cualquier momento puede aparecer Campanilla batiendo las alas y haciendo brillar sus estrellas.

Me abrigué, tomé mi cámara, notario de lo que veo, y me adentré en un claustro de hayas que apenas dejaban pasar la poca luz de la mañana y que, empapadas de niebla, goteaban al ser mecidas por el viento dándome una duchas inesperadas y traicioneras. El final del túnel lo marcaba una curva iluminada que entre hojas y ramas ofrecía una imagen de esas que alimentan el magín. Efectivamente tras la curva el paisaje se abrió y se animó un poco, a mi diestra mano pasto y vacas, al fondo el canto de un arroyo, a mi manca helechos y más vacas se intuían en la niebla. Casi al final, tras un repecho, abajo a la derecha se presenta ante tus ojos, en la medida que el omnipresente fenómeno atmosférico lo permita, el maravilloso Monasterio-Hospital de Santa María. Es un tosco edificio románico de tejado a dos aguas con cinco contrafuertes en cada lateral, portada con arquivoltas lisas y poco más. Su interior es una nave con bóveda de cañón algo apuntada y con cuatro fajones apoyados sobre unas fuertes ménsulas de piedra a media altura. La pared testera tiene una ventana saetera abocinada y la pared izquierda una puerta. Eso es todo. En el exterior en su lado derecho es curiosa una gran chimenea que rodeada de un porche, del que quedan los sillares que marcaban su perímetro, servía de refugio a los peregrinos, en la actualidad se ve que es usada como barbacoa, las cenizas de la última aun estaban ahí y hay leña cortada a disposición de quien quiera encenderla.

Frente a la iglesia hay un edificio de parecido tamaño con tejado a dos aguas y planta rectangular que corresponde al viejo hospital.

Todo el conjunto fue fundado en 1160 y funcionó ininterrumpidamente hasta el siglo XVIII, siendo un punto importante en el Camino; pero hace muchos años que su actividad cesó y los edificios pasaron a ser privados para uso de las necesidades del monte y la ganadería, de hecho el edificio del hospital sigue siendo de uso ganadero, la iglesia está adecentada y vacía, pero no es lugar de culto. Bajo todo ello discurre un vivo riachuelo que enverdece aun más, si cabe, el entorno y que aporta música y frescura. La visita vale la pena.

He vuelto a tomar el auto y he bajado el puerto dirección Baztán. Velate nunca defrauda, es curioso, a pesar de haber sido transitado durante siglos por miles y miles de personas, muchas de las cuales, incluso, han dejado la vida en él, ahora que los túneles le han quitado el 99% del tráfico rodado ha vuelto a recuperar el aspecto de naturaleza virgen, es tal su volumen de verde, sus centenarios ejemplares, sus sombríos barrancos, la frondosidad de sus bosques que se diría que el depredador humano no ha pasado por allí.

Mi siguiente objetivo era Oronoz-Mugaire donde me esperaba la Pastorcilla para pasar el domingo. He llegado al punto de cita en la esquina de la calle Santa María con la calle Sagualde, frente a la iglesia, le he saludado cariñosamente, como ella se merece, y piano, piano hemos empezado a andar dirigiendo nuestros pasos hacia Santesteban. Hemos salido de Oronoz y, dejando a la derecha el Señorío de Bertiz, hemos entrado en Oieregi, hemos pasado Narvarte y hemos tomado un camino que nos ha llevado a la vera del Bidasoa. Impagable la paz que se respira, nada la perturba. En unos minutos hemos llegado a Legasa, ¡¡¡qué caseríos!!!, es algo increíble. La plaza, presidida por una extraña iglesia de sobria fachada y horrible campanario, estaba concurrida de paisanos y paisanas, neskak eta mutilak que sentados en bancos y terrazas pasaban en animada charla la deliciosa mañana del domingo. Un perro corría tras un balón. Pasado el pueblo un letrero nos indica que nos quedan 2,7 kilómetros de verde camino. Una hora y quince minutos después de salir hemos rendido viaje siendo recibidos por un polígono industrial que termina en un pequeño aparcamiento en cuyo solar antiguamente se encontraba un caserón que fue estación, Alkartetxe y al final tienda-paraíso de antigüedades de mi amigo Juan Pérez Lizasoain a quién saludo desde aquí. Nos hemos acercado al centro y hemos disfrutado por sus calles, como siempre, empapándonos de su historia. Éstas son hilera de casas medievales, caseríos y palacios, la mayoría cuidados y mimados; otros, muy pocos, abandonados a su suerte. Todos ellos construidos con sillares de piedra roja de Baztán y roble de sus bosques, muchos presentan elementos arquitectónicos, como arcos conopiales o apuntados en sus vanos, que no dejan lugar a duda sobre la época de su construcción; por si esto no fuese suficiente tienen en su fachada una pequeña placa que nos da fe de su edad y su linaje, la mayoría son del S. XVI y XVII, así por ejemplo, Petribeltxenea 1558, Domingonea 1567, Arretxea 1538, Gazteluenea 1500, o uno que me llamó la atención por lo bello de su nombre: Amonaenea, la casa de la abuela. Una calle a la derecha nos muestra la imponente torre campanario de la Iglesia hacia la que dirigimos nuestros pasos. Su reloj marcaba las 13.30. Es un templo grande y poderoso, como corresponde a un lugar tan principal como es Donetzebe, su portada, fechada en 1775 está resguardada por un gran porche de vigas y columnas de madera que habrá sido testigo a lo largo de los lustros de rumores, amoríos, pendencias, chuchicheos, traiciones, pactos y tratados.

El río Ezkurra es elemento fundamental en el paisaje urbano, a su paso por el pueblo él sabe que su fin está próximo, él sabe que ha entrado siendo Ezkurra pero que saldrá Bidasoa.

Queda mucho por contar de tan privilegiado lugar pero mi espacio se acaba y habrá de ser en otra ocasión. Siempre es un placer volver.

Qué tengáis una buena semana. Cuidado con las vacas.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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