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De Glosas, escritores y memoria

De Glosas, escritores y memoria

Hola, personas, ¿qué tal se aguantan las inclemencias? A nadie engañan, en su nombre llevan su intención: inclemencias=no clementes, sin compasión. Así nos tratan. Y lo que queda.

Bien, yo en esta ocasión me he defendido de ellas y he escrito mi trabajo de esta semana desde mi cómodo cubil, dando un paseo histórico entre libros, fotos y memoria, me he armado de los elementos necesarios y vamos a ver cómo le damos forma.

Hoy concretamente vamos a conocer y reconocer a un pamplonés que me precedió, salvando todas las distancias, en esto de contar en prensa el latido menudo de la ciudad en unos escritos en los que cabe todo pero no todo cabe, que pueden ir de las cloacas a la catedral y del más humilde de sus ciudadanos al más postinero, unos escritos blancos, sin el más mínimo atisbo de controversia, en los que el amor a la ciudad, a su historia y a sus gentes quedan patentes en escritor y lector.

El insigne escritor al que me refiero fue y es D. Ángel María Pascual Viscor (Pamplona 1911-1947).

En la Pamplona de la primera mitad del siglo XX era fácil y difícil a un tiempo despuntar en el mundo de la cultura y el pensamiento. Era fácil porque había poquísimos, me vienen a la memoria el Dr. Victoriano Juaristi, Eusebio García-Mina, los Huarte de la calle Mayor, Jose María y Manuel Iribarren, Lipuzcoa, Remigio Mújica y pocos más, y era difícil porque prácticamente esos poquísimos y alguno más iban a ser los únicos receptores de tu obra. Sin embargo Angel Mª Pascual consiguió ser profeta en su tierra y su corta vida le dio para mucho. Su curriculum era apabullante, licenciado en derecho, Dr. en filosofía y letras, profesor de piano titulado, destacado dibujante, escritor, tipógrafo, poliglota que dominaba latín, griego, euskera y alemán, teniente de alcalde en los consistorios de Garrán, Echandi y Archanco, delegado provincial de Educación y algunos otros cargos públicos.

Estuvo casado con Josefina Ripa con quien tuvo tres hijos, dos chicos Ángel y Julio, profesor mío en el Instituto Ximenez de Rada, él fue quien me enseñó a manejar los trastos de revelar y positivar en el laboratorio del centro donde me picó el gusanillo de la fotografía que aun no me ha abandonado, y una chica, Josefina.

Empezaron sus inquietudes literarias en 1926 de la mano del sacerdote Fermín Yzurdiga; él le dio a conocer la Falange, partido al que se afilió y en cuyas filas se alistó en el 36, si bien su estancia entre balas y obuses fue corta y volvió pronto a retaguardia a ocuparse de la propaganda. Junto a Yzurdiaga fundó y dirigió el diario Arriba España de corte falangista y altavoz del régimen; periódico poco leído en una Pamplona mucho más cercana al carlista Pensamiento Navarro y al clásico Diario de Navarra que al rotativo de la calle Zapatería.

Pascual disfrutó y aprendió con un grupo de intelectuales de primer orden que durante la guerra se refugiaron en Pamplona. Durante el 36 y el 37 vivieron en nuestra ciudad primeros espadas de la pluma como Luis Rosales, Gonzalo Torrente Ballester, Pedro Lain Entralgo, Eugenio D´Ors, Agustín de Foxa, Alvaro Cunqueiro y alguno más. Cuenta Sanchez Ostiz en el prólogo de la obra de Ángel MªPascual “Capital de tercer orden”, en su edición de 1997, que algunos de ellos vivían juntos en un piso de la calle Tudela al que se llamó “El piso de la sabiduría”.

Acabó la incivil y cada mochuelo se fue a su olivo, él pudo haber dado el salto a Madrid, capital con infinita más proyección que la vieja Iruña, pero se quedó y se quedó haciendo ciudad.

En Arriba España publicó durante dos años, prácticamente a diario, sus “Glosas a la ciudad”. Hoy veremos alguna de estas Glosas, si alguien está interesado en leerlas todas, en la librería del servicio de publicaciones del Gobierno de Navarra en la calle Navas de Tolosa 21 tienen una cuidada y asequible edición.

En ellas supo reflejar la añoranza justa del pasado, la esperanza en el futuro y la crítica o el aplauso del presente, y lo hizo con estilo llano a veces, gongorino otras, poético siempre.

Sus Glosas podían llevar una denuncia, como en la titulada La Merced; en ella da muestras de ser una rara avis de su tiempo y se queja de que el viejo convento de la Merced, frente al obispado, haya sido derribado, y apunta algo que en aquella Pamplona meapilas nadie se hubiese atrevido a proponer, su opción era restaurar la iglesia pero para usarla como museo, sala de conciertos o cosa análoga. La idea era genial. Nadie le hizo caso. Ya era tarde.

Sus Glosas podían relatar algo tan prosaico como los fuertes vientos sufridos en la ciudad una tarde y relatarlo así: “ ?silban los postigos, las rendijas, los canceles; chocan con un dolor de huesos secos los desnudos árboles y las chimeneas gimen con sus capuchas de hierro sobre los tejados”, pasado el vendaval nos describía el estado de la Taconera con estas bellas palabras:” La Taconera llena de rumores y tinieblas, fingía una gran bahía negra con algún foco disperso rielando en los baches de las últimas lloviznas”. Él también era paseante y también era afectado de la meteorología, como un servidor.

Sus Glosas criticaban con sorna el mal gusto reinante y en dos de ellas alza la voz contra la proliferación de kioscos que hay en la ciudad, comienza diciendo: “Creemos que el kiosco es una de las mayores tentaciones al pecado urbanístico.” Y sigue: “ El kiosco ha concitado en sí los peores insultos a la estética, los más horribles tejados en forma de pera, las más despampanantes marquesinas, las barandillas más curvadamente cursis, todo lo que pueda producir una fantasía galopante sobre pintado pino, hierro barato y jardincillo raquítico para que resuene bien el baile de Luis Alonso”, después de dar un repaso pormenorizado a todo tipo construcciones kiosqueras, termina diciendo del recién estrenado en la Plaza del Castillo: “?tan perfectamente adecuado al lugar y sus colores, que más que un kiosco de música podría ser, entre masas vegetales, un templete de los jardines de Trianón.”

Sus Glosas podían elevar de categoría algo tan nimio como un juego de canicas. Encuentra diferentes categorías en el útil empleado en tan sencillo juego y dice:”Los bolos humildes de barro, los bolos señoritos de cristal como diminutas esferas armilares de la ilusión y del ensueño y los bolos de acero, lentos , pesados?”, y hace una sesgada lectura de tal actividad viendo en ella la primera relación del niño con la codicia, con la propiedad, con el negocio, dice Pascual: ”Comprendemos la ilusión del niño al agitar su bolsa de bolos colmada, porque le introduce , sin saberlo enteramente, en el mundo humano egoísta de la posesión, del libre cambio, de las riquezas; su bolsa de bolos, con el gollete corredizo, tiene algo de bolsa de Judas con sus traiciones y sus engaños”.

Ya veis, esta era la línea de sus Glosas, evidentemente hay que leerlas con el filtro del tiempo, hay que ponerse en aquella Pamplona de poco cozcor y valorar que con ellas sacaba agua de un pozo casi seco. Solo he podido acercaros un botón de muestra pero creo que queda claro cuál era la intención, el fin y el estilo de Angel Mª Pascual. Un erudito que amó a su tierra.

Su lema: Etiam si omnes, non ego. Aunque todos (lo consientan), yo no.

Besos pa’tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com