Hola, personas, ¿Cómo hemos empezado la década? Yo bien. Este ERP lo empiezo con más gusto del habitual porque es el número 99 y, por tanto, tocayo de la compañera del Superagente 86 que en mi infancia me tenía totalmente enamorado. Esta semana ha sido muy especial porque ha sido de esas que empiezan en un año y acaban en otro, una semana a caballo entre dos décadas. ¡Casi na!, pocas lo pueden decir; esta ha sido una semanita de lujo, exclusiva ella entre sus 52 compañeras, ha sido tan especial que aun considerándose la primera semana del 2020, dos de sus días , lunes y martes, han pertenecido al 2019, ¡qué cosas!, y por si esto fuera poco en su primera mitad contuvo la noche más festera del año en términos universales; casi todo el orbe celebra esa noche el cambio de año de una manera o de otra, pero todos con una gran juerga, fuegos de artificio y litros de alcohol, donde no hay patxaran destilan patatas , el caso es poder brindar por deseos e intenciones a 365 días vista que raramente se cumplen. El paseo de hoy va transcurrir, en parte, montado en la máquina del tiempo de mis recuerdos y, en parte, pateando las calles festeras del nuevo 2020.

En mi vida las nocheviejas han sido muy eclécticas, cada edad te hace entenderlas y disfrutarlas de distinta manera. De niño, obviamente, se celebraba en casa con padres y abuelos, mis padres jamás se fueron de cotillón dejándonos solos; en la familia había tíos y tías que sí lo hacían y al día siguiente mis primos tenían cientos de matasuegras , serpentinas, confetis, cucuruchos de terciopelo rojo, pajaritas gigantes y un montón de cachivaches que eran motivo de mi envidia. Nosotros no, en casa se celebraba una cena familiar bastante formal, como mucho unas bombas de esas que vendían en el Bazar J y que llenaban el salón de confetis, una partida de cartas en la que podías ganar cinco duros, cuatro villancicos y a la cama. El tiempo pasó, llegué a zangolotino y las cosas cambiaron, ya tenía permiso paterno y, sobretodo, materno, para ir a dar una vuelta y tomar una copa o dos pero a las tres en casa. Con la juventud la cosa se salió de madre, con coche, amigos, chicas y un poco de pasta no había quién nos parase, fiestas por doquier, la calle se llenaba de música y color y los locales se afanaban por ser más transgresor que el de al lado. En el 82 una gran fiesta en el Labrit organizada por Radio Paraíso y la revista Cuatrovientos que bajo el nombre de Nochevientos en el Paraíso reunió a miles de personas en una fiesta inacabable e inolvidable. Pobre Labrit.

Por aquellos años empezaron a verse los disfraces que hoy en día nos han puesto en el mapa festero nacional, recuerdo como si lo estuviese viendo ahora, allá por el 84, a un energúmeno vestido de Hug el troglodita con una piel de oveja que justo le tapaba el pecho y el culo, a menos un grado centígrado, parado frente al ayuntamiento y gritando como un poseso en el idioma de su tribu: huuuugggg, huuugggg, ¡qué no llevaría en el cuerpo el angelico!. Aquellas nocheviejas acababan al mediodía de Año Nuevo y es que siempre te encontrabas con alguien que te retrasaba la llegada a casa.

Con la edad adulta se empezó a cenar en casas de uno u otro amigo organizando grandes saraos que no es cuestión de pormenorizar en público. Llegó la semimadurez ( y digo semi porque la madurez aun no me ha llegado) y estuve muchos años sin pisar la calle la noche de San Silvestre, incluso un año cené solo y? no me pasó nada, oiga. Ahora vuelvo a ser animal social y me reciben en casa de mi Pastorcilla, donde la nueva generación y alguna miembra de generaciones anteriores lo dan todo.

La que sí ha cambiado un montón en la forma de celebrar la última noche del año ha sido nuestra querida Pamplona. Mirando muy, muy atrás se diría que lo que se celebraba era otra cosa y sin embargo no, la celebración era la misma. Para que entendáis porque digo esto os transcribo un fragmento de cómo describe Arazuri la Nochevieja del 1900 en su obra “Pamplona estrena siglo” (Colección Diario de Navarra, Pamplona 1970), en ella dice: “?lluvias abundantes no impidieron que los pamploneses en gran mayoría acudiesen a las parroquias para asistir a la misa de media noche. El número de fieles alcanzó el súmmum en la Catedral donde el señor Obispo y cuatro sacerdotes estuvieron repartiendo la Sagrada Comunión desde la una y media hasta las cuatro de la madrugada. Hubo sacerdote que estuvo aquel último día del siglo más de nueve horas confesando”. Así celebraban Año Nuevo nuestros antepasados recientes, no más de dos o tres generaciones atrás, mi abuelo, nacido en 1890, probablemente fue uno de los comulgantes.

Con el paso de las décadas la religiosidad se fue calmando y las fiestas civiles empezaron a hacer su aparición; tengo, entre los miles de papelotes que mi Diógenes me impulsa a guardar, un tarjetón en el que el Dr. Vistoriano Juaristi y su esposa Adriana invitan a una fiesta de Nochevieja en su casa en estos términos: Victoriano y Adriana de Juaristi, solicitan su compañía para tomar una taza de café y las doce uvas despidiendo al año viejo y recibiendo el nuevo en su casa del Barrio de San Juan, a las diez y media de la noche. 1927-1928.

Cortés, sin duda, el texto de la invitación pero me parece a mí que ese café es eufemismo de algún que otro bebestible. Si tenemos en cuenta que la cita es a las diez y media, hasta la media noche tomando cafés se me hace peligroso, sobre todo para los hipertensos.

No tengo datos de cómo se disfrutaba la noche postrera del año durante la república pero imagino que todos los demonios reprimidos durante años y años salían en tropel a la calle con fiestas, risas y amoríos que son condición inseparable de un festejo humano en condiciones.

Durante los años 40-50, las fiestas de sociedad a donde acudía lo más granado de la sociedad pamplonesa se daban en los dos casinos de la plaza del castillo, el Nuevo y el Eslava, quien era alguien en aquel Pamplona había de desempolvar el smoking y los vestidos de tiros largos para dejarse ver por sus salones.

En los 70 llegaron las fiestas en los clubs privados como el Tenis o el club Natación con entrada reservada a socios e invitados y por lo tanto de acceso reducido y excluyente.

Pero por fin llegaron los 80, las costumbres cambiaron, la sociedad se igualó, la ciudadanía tomó las calles por voluntad popular y las tomó disfrazada. Y en esas estamos, y estamos en tal grado que nuestra Nochevieja a pasado a ser famosa en toda España y hay gente que viene atraída por el festero reclamo.

Yo este año tras cenar y festejar en familia, me eché a la calle para ver in situ lo que por ahí se cocía y ciertamente es la repera. Me acerqué a lo viejo para ver si me encontraba con un hada buena que gestionase todos mis deseos y no la encontré, habré de gestionarlos yo una vez más, pero encontré piratas, forajidos, naipes, tenistas, popeyes, libélulas, heidis, vikingos, spike blinders, exploradores, ingleses pro brexit y anti brexit, porteadores de San Fermín con su Santo a hombros, policías, los chicos de Abba, jugadores de Osasuna, toreros y un larguísimo etcétera, todas las maneras posibles de transformarse salen de sus cajones en la última noche del año pamplonesa, es un espectáculo digno de verse. Pasados los fastos llegó el día de Año Nuevo, el día del silencio. Y ahora solo nos queda escribir a los Reyes Magos.

De eso hablaremos en el 100. Besos pa’ tos.

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