n compañero de redacción nos mostraba esta misma semana un mapa interactivo de la universidad Johns Hopkins y su brutal radiografía del coronavirus. Espectacular como el Covidvisualizer.com arrojando cual dragón cifras estremecedores. Las nuevas herramientas al servicio de los medios te muestran esta letal carrera a tiempo real, que alcanza a todo el planeta y se ceba especialmente en las grandes ciudades como ya está ocurriendo de forma alarmante en Nueva York, en un país por cierto con el que temblaremos porque Trump compre millones de tests cuando la mayoría de la población no goza de sanidad pública. En este momento apelar al miedo es más fácil que a la razón. Es uno de los motivadores más poderosos para tomar decisiones. No debería ser así pero funciona. Yo diría incluso que algunos poderes están realmente cómodos. Tener doblegada a la población bajo un mismo mando, sin diferencias territoriales, ni lo hubieran soñado unas semanas atrás. Y meter al Ejército, ni te cuento. Incluso se ha hablado estos días de la eficacia del sistema chino para contener la pandemia porque tras dos meses el régimen ha logrado reabrir sus controles. Sin embargo muchos expertos aseguran que los datos que ha dado China hay que cogerlos con lupa, y que las primeras alertas fueron silenciadas bajo una ferrea censura. Y qué decir de Rusia, por poner un ejemplo, donde da la impresión de que no ha llegado el virus. Pero no nos engañemos, en todas partes cuecen habas. Especialmente durante los primeros días todos los gobiernos se cuidaron muy mucho de informar del número de sanitarios contagiados o de la carencia de material. Se ha llegado a decir que el Estado tenía informes de lo que se avecinaba pero tardó en adoptar medidas. No tengo tan claro que el final hubiera sido el mismo.

El miedo también habita en nosotr@s, sin duda. Las imágenes de los hospitales chinos con médicos vestidos con escafandras o los vídeos las sirenas de los carabinieri nos impuso en su día. Luego saltó la alarma en ciudades como Barcelona o Madrid. Cientos de pacientes atascados en los pasillos de las UCI madrileñas. Más tarde supimos de algunos casos aislados en colegios navarros. Hoy, reconocer que hay gente que contagia como portador pero sin síntomas angustia. Saber que puedes tener apenas tos pero dejar muy grave o incluso matar a tus padres o abuelos es terribe. Ser consciente de que cualquier complicación de salud puede ser letal nos hace pensar. Ser consciente de que los profesionales sanitarios en primera línea no cuentan con material suficiente moviliza redes de solidaridad y apoyo (fabricación de mascarillas, viseras...). Saber que en Navarra hay 827 pacientes hospitalizados, 84 en la UCI y 70 muertes provoca escalofríos (y más cuando vemos el impoluto edificio de Consultas Externas desmantelado para meter camas por lo que venga). Pero lo que seguramente más miedo nos da a tod@s los trabajadores es lo que supone un ERTE y un futuro laboral incierto. Esperemos que los bancos rescatados durante la crisis estén obligados ahora a asumir su responsabilidad. La que no tuvieron en la anterior contienda. Porque de lo contrario deberían tener miedo a la respuesta social. A un terrible motín.