unque no seamos creyentes, Santa Ana simboliza todo lo que hemos vivido durante la infancia. Te quedas un poco planchado cuando ves que la imagen ya no está en la plaza", relata Javier Gutiérrez Echeverría, vecino de la Rotxapea pero que vivió sus primeros treinta años en el número 37 de la calle Jarauta.

La planta baja de la casa de la familia de Javier era un bar, La Perrera, que regentaba su abuelo Joaquín Echeverría. El establecimiento tenía derecho de salida a la plaza de Santa Ana y por eso el Ayuntamiento tuvo que pedir permiso a Joaquín para que les dejara colocar, en la fachada del local que daba la plaza, una hornacina con la imagen de Santa Ana. "Mi abuelo no puso ninguna pega", comenta Javier. Y la imagen se instaló el 26 de julio de 1963. "Vi cómo ponían la hornacina con la madre de Javier. Fue un día muy emocionante", recuerda Tere Azkarate, la vecina más longeva de Jarauta.

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Santa Ana, plaza con historia

Sin embargo, unos operarios retiraron la imagen hace una semana: la peña La Única ha comprado el edificio número 37, donde estaba el Bar Roncal, y ha decidido que el local tenga salida a la plaza de Santa Ana, espacio que hasta ahora ocupaba la hornacina. "Da mucha pena porque para mí Santa Ana es el recuerdo de la infancia, los críos jugábamos en la plaza y la veíamos todos los días", indica Javier, que añade que "no hay nada que reprochar a La Única porque tienen todo el derecho del mundo a hacer lo que quieran". Según él, los vecinos que se están "moviendo para revitalizar Jarauta son los que tienen que decidir qué se hace" con la figura de Santa Ana. "Ojalá la dejen donde estaba", desea Tere.

La reciente retirada de la hornacina ha hecho que Javier y Tere se retrotraigan a épocas pasadas. Ambos explican la peculiar historia de la plaza y de la imagen de Santa Ana, recuerdan las "innumerables" horas que jugaban allí y añoran las "increíbles" fiestas que se organizaban en su honor cada 26 de julio. Santa Ana, una plaza con historia.

Ausente de 1997 a 2013

Cerdos y perrera

La plaza ha pasado por distintos nombres hasta llegar al de Santa Ana. Tere explica que hasta 1908 se conocía como Plaza del Mercado de Cerdos porque era allí donde se celebraba el mercado porcino los sábados. Desde 1909 y hasta 1959, indica Tere, la plaza tuvo el nombre de Rincón de la Corrección porque "la perrera estuvo instalada en esa esquina de Jarauta".

Por acuerdo del Pleno del 17 de septiembre de 1959, el Ayuntamiento decidió cambiar el nombre, esta vez definitivamente, al de plaza de Santa Ana. Este título, explica Javier, se concedió porque Santa Ana era la patrona del antiguo barrio de las Pellejerías, fundado entre los siglos XV y XVI y del que la plaza y la calle Jarauta formaban parte. Dos años antes, en 1957, José Uranga Iraola, conocido popularmente como padre Carmelo, había escrito algunos artículos proponiendo que se diese a la plaza el nombre de Santa Ana, comenta Javier.

Además de poner nombre a la plaza, Santa Ana contó, a partir del 26 de julio de 1963, con una hornacina. Sin embargo, Santa Ana ya había tenido su espacio en Jarauta 300 años atrás. Según Pamplona, calles y barrios, en 1682 "se adecentó una capillita en la casa número 42 de las Pellejerías", que desde entonces se llamó basílica de Santa Ana. El libro indica que en 1879 "se derrumbaron distintas casas del barrio", y Javier comenta que "desde ese año y hasta 1963 la figura debió estar guardada en alguna casa del barrio".

La imagen se retiró en 1997 debido a "actos vandálicos" contra la hornacina. "Había unas bajeras y la gente empezó a quedarse a dormir. Cerraron la plaza con una verja, pero la gente saltaba igual", comenta Javier. Los Echeverría habían dado permiso para colocar la imagen y también podían pedir que la retirasen. Hicieron uso de él: "Mi hermano Jokin hizo una instancia al Ayuntamiento para que se retirara la imagen". El Consistorio guardó a Santa Ana en un almacén municipal y en el año 2013 se volvió a poner, ya reparada, ante la petición de la Asociación de vecinos Alde Zaharra.

Un pueblo dentro de Iruña

La calle Jarauta

Para Javier, la calle Jarauta hasta el cruce con Hilarión Eslava y la plaza de Santa Ana era como "un pequeño pueblo dentro de la ciudad de Pamplona".

En primer lugar, porque "éramos un montón de chavales que estábamos todo el día jugando en la plaza y no íbamos a otros sitios de Pamplona". Javier y el resto de niños jugaban en la plaza de Santa Ana a los bolos, a las canicas, a tres navíos en la mar, al pilla pilla, a los patines, a coger pájaros... Además, Javier recuerda que había un vecino de la plaza que tenía un pastor alemán, Iván, que les divertía a las tardes: "El perro estaba en la ventana y le gritábamos. Él saltaba y empezaba a perseguirnos. Una vez un crío se cayó y se dislocó el hombro". A las madres también les gustaba estar en la plaza: "Cuando podíamos nos colocábamos a la fresca y nos pasábamos la tarde con el ganchillo y hablando de nuestras cosas", afirma Tere.

En segundo lugar, porque aseguran que eran autosuficientes: "Hasta el cruce con Hilarión Eslava, había dos carnicerías, dos pescaderías, una lechería, una panadería€ No teníamos que ir a otros sitios de Pamplona a comprar, nos valía con las tiendas que había en nuestra calle", comenta Tere. Estas circunstancias hacían que hubiera familias "típicas" y "arraigadas" en la zona: los Zugarrondo, los Redín, los Echeverría€ "Nos llevábamos muy bien entre las distintas familias y los chicos y chicas nos pegábamos todo el día en la plaza. Éramos un montón porque en esa época el que menos tenía tres hijos", rememora Javier.

Los amigos de Santa Ana

"Mejores que San Fermín"

La plaza acogió las fiestas de Santa Ana (26 y 27 de julio) a partir de 1971 y durante unos cuantos años. Los festejos, explica Javier, salieron adelante gracias al "enorme" trabajo de la Asociación Amigos de Santa Ana, que tenían la sede donde actualmente se encuentra la peña Aldapa, y que organizaba los diferentes actos festivos. "Manolo Encinas, Joaquín Echeverría, Claudio, el padre Ramiro y González se encargaban de que todo saliera bien. Eran el alma de la fiesta", asegura Javier. Añade que venía "mucha gente de otros barrios de Pamplona" y que para los críos de la zona "las fiestas de Santa Ana eran mejor que San Fermín y servían para crear ese espíritu de pueblo".

Tere explica que las fiestas siempre comenzaban con una chocolatada y churros: "Se desayunaba a las ocho de la mañana. El chocolate se hacía en el Tropical, donde actualmente está la peña El Bronce, y la churrería La Estrella, en el cruce con Hilarión Eslava, daba a los críos churros gratis".

Ese mismo día el padre Ramiro oficiaba misa en las Carmelitas y se homenajeaba a las abuelas con unas flores. "Las niñas se vestían de caseras y les entregaban un ramo de flores", dice Tere, que explica que solo se daban flores a las mujeres porque "el 26 de julio también es el día de los abuelos y a Santa Ana se le conoce popularmente como la Abuela".

A la tarde había corridas de toros de cartón en la plaza Santa Ana que intentaban que fuesen lo más realista posible: "Los toreros hacían el paseíllo inicial antes de la faena, antes de que saliera el toro un chaval salía al medio del ruedo con un cartel en el que aparecía el nombre del animal, el peso...", afirma Javier. Los niños y niñas eran los protagonistas de esta particular faena: "Uno manejaba el toro de cartón, otro hacía de torero, de banderillero, de picador... Todos los críos participábamos", asegura Javier.

A la mañana siguiente también simulaban encierros con toros de cartón. "Se hacía desde el Museo de Navarra y hasta la Plaza de Santa Ana", explica Tere. Además había cenas, verbenas e incluso kilikis propios: "Las vergas eran de vejigas de cerdo, las traía el carnicero Jerónimo y picaban que madre mía", recuerda Javier.

Sin embargo, las fiestas fueron a menos. "Tuvieron cuatro, cinco años fuertes", confiesa Tere, y después "fueron decayendo poco a poco". Ambos creen que la desaparición de las fiestas se debió a que "era mucho trabajo" y porque muchos de los promotores "se fueron a vivir a otros barrios y algunos fallecieron".