- Prácticamente todas las piedras talladas y las maderas trabajadas que lucen en Guerendiáin llevan la firma de su vecino Ángel Mari Rípodas. Desde el cartel de bienvenida en su casa hasta una fuente y un murete con los nombres de las familias que conviven en este enclave privilegiado, en el que se reparten una decena de casas arropadas por la sierra de Alaitz. Es el pueblo con más extensión del Valle de Elorz, incluido Noáin, un paraje hecho a sí mismo porque ha sido adecentado entre todos los vecinos. Afincado en Mutilva, hace ya 25 años que Rípodas compró y reformó por completo su casa en Guerendiáin, que ha convertido en un auténtico museo con paredes vestidas de relojes, cuadros, mapas de Navarra y escudos elaborados por él mismo.

Modesto, eso sí, dice este vecino que el 17 de noviembre cumplirá 69 años que es "aficionadillo", aunque sus piezas revelan mucho trabajo y mucho esfuerzo, pulidas con mimo y elaboradas con esmero. Nunca ha cobrado nada por algo que haya hecho, y han sido muchas cosas. Su hermano tiene en su casa el escudo del Mutilvera, como buen forofo, pero el Osasuna tiene en Tajonar el suyo propio elaborado también por Rípodas, una piedra con historia que decidió regalar al club para mostrarle su cariño. "Hace ya muchos años, es de las piezas que más me ha costado hacer", confiesa, protegido con su mascarilla del equipo. En su casa tiene también más escudos de un club que le ha dado muchos buenos momentos, y aunque tiene un par de sonoras carracas -talladas por él-, explica que nunca se las ha llevado al Sadar: "A mí me gusta estar tranquilico, pasar desapercibido", dice.

Frecuenta el pueblo para cuidar a sus cabras y gallinas, también a los tres perros que le guardan los terrenos y hacen las delicias de sus cuatro nietos. "Mi hijo suele decir que soy carne de extinción porque no suelo ir mucho por ahí. A mí en el bar no me habrían pillado nunca", bromea. Siempre ha sido trabajador aunque confiesa que la afición no le viene "de nada en especial", jubilado ya después de años trabajando con su hermano en un taller en Mutilva. De los coches a la piedra y la madera, a trabajar el nogal, pero es un hobby que le ha acompañado siempre: "Ya en la mili hice dos barcos enormes, todos con palillos". Son dos de las piezas más llamativas en su salón, aunque no las únicas. Conserva en la entrada bustos en piedra de sus padres, un San Miguel de Aralar que elaboró en un taller en Juslarrotxa por el que recibió un premio, reproducciones para marcar el ganado, herraduras de caballería... Y su vitrina, una en la que guarda, en miniatura, más de 300 herramientas de las de antaño. Auténticas piezas de museo como un molinillo para picar remolacha, la máquina de embutido, la cesta de remonte, unas brasas para hacer barbacoa, bueyes y yeguas, una bicicleta y hasta una balanza romana con todos sus detalles. "Decidí hacerlos para que no se pierda su significado, para que no nos olvidemos de estos utensilios ni de para qué servían antaño" -señala Rípodas, sonriente-. Para que no se pierda la tradición". Empezó a hacerlas en el año 2000 y confiesa que ya no hace de éstas, aunque no ha parado nunca. "Cuando empiezo a hacer una cosa, es como si fuera lo más importante del mundo. Lleve el tiempo que lleve".