ola personas, ánimo que ya queda poco para Nochevieja y con ella se irá a la mierda este año que Dios confunda. Yo sigo en ERTE (qué más quisiera, soy autónomo) y sigo haciéndome escapadas por nuestra tierra que tiene mucho y muy variado que ver. Esta semana de nuevo me ha acompañado mi amigo J.E.V. que está felizmente jubilado y puede y quiere acompañarme, hemos dirigido nuestros pasos hacia el sur y hemos llegado a terreno bardenero. Concretamente a Carcastillo, uno de los pueblos congozantes de ese trozo de nuestra geografía, extenso, agreste, seco, misterioso, y siempre bello en su aridez que son las Bardenas Reales. A dos kilómetros del centro urbano se encuentra nuestro objetivo: el monasterio cisterciense de la Oliva. El horario de visita mañanero es de 11 a 12 y a las 11 en punto allí estábamos porque una hora es ciertamente poco para ver tanto.

Aparcamos el perolo en la explanada que a tal efecto hay frente al monasterio y un gran arco carpanel nos dio paso a un porche que presenta dos puertas en arco de medio punto, que dan acceso al complejo monacal. Apenas habíamos puesto un pie dentro salió a recibirnos el hermano portero. La mañana estaba fresca, el río Aragón exhalaba una niebla que se extendía, cubría y enfriaba el ambiente, sin embargo el hermano José Luis calzaba sandalias sin calcetines, única reminiscencia de sus cartujas ropas talares ya que el resto de su atuendo eran un jersey y un pantalón de chándal, da igual, ya se sabe que el habito no hace al monje. Nos preguntó qué se nos ofrecía y nos pasó a la tienda de souvenirs que tienen para quien quiera llevarse un recuerdo olivense o unas botellas del delicioso vino que sus viñas y bodegas producen, nos vendió dos entradas las números 28665 y siguiente por las que nos pidió 5 euros que abonó Javier, él, que es muy rumboso, le dio el doble de lo solicitado: aportación a la causa. El hermano, amable y agradecido, nos contó cosas, pero no nos contó cosas manidas y automáticas como haría un cicerone al uso, no, nos contó cosas vivas, asuntos del día a día, nos explicó que eran 14 los habitantes de la santa casa de los cuales dos tercios eran más que octogenarios y que uno de ellos había sufrido un ictus que le había dejado en silla de ruedas y que cada mañana le venía a buscar la ambulancia para llevarlo a pasar el día al centro Infanta Elena de Cordovilla donde le atendían debidamente y que habían tenido una gran desgracia con la temprana muerte de su joven abad Isaac Totorica que regía el cenobio desde el año 2009 y que con 59 años se había ido rezar a monasterios del más allá sumiéndolos en una especie de orfandad, y€ que tal, y€ que cual, y nos hizo sentir como en casa. Ante mi requerimiento para visitar también la ermita de San Jesucristo nos dijo que ésta estaba en clausura pero que fuésemos al jardín que buscásemos al hermano jardinero y que él nos dejaría pasar y nos contaría todo lo quisiésemos saber. Y así fue, antes de entrar al gran monasterio que se presentaba ante nosotros, buscamos al hermano jardinero y lo encontramos recogiendo las hojas que el otoño esparce. Le pedimos, por favor, que si podíamos visitar la ermita y todo fue amabilidad y facilidades. Enseguida nos mostró su sentido del humor riéndose de lo mal que hablamos los navarros por haber bautizado la ermita con el nombre de San Jesucristo, claro que no le extrañaba porque cuando él vino, con diez años, a las monjas de Alloz a aprender castellano, ya que solo hablaba euskera a esa edad, allí había un hombre que sabía hacer de todo y todos le llamaban San Dios. Con ese comienzo la conversación ya no podía ser más que amable y distendida, su acento le delataba euskaldun de cuna y al preguntarle de dónde era nos dijo que "de Aspeitia soy", ¡hombre, Azpeitia!, dije yo, lo conozco muy bien porque durante muchos años he estado yendo a los San Ignacios a los toros y a fiestas, añadí, y hablando, hablando resultó que yo había conocido y tratado a su hermano Pedro propietario del hotel Izarra, el dato le emocionó al bueno del hermano Gregorio y la conversación se extendió un buen rato hablando de gentes y lugares comunes. 85 años lúcidos y muy vividos que hablaban con una envidiable sabiduría de jardinero docto en vida. Nos habló de Azpeitia y de su hermano Pedro y de otro hermano que vino de América, y se le iluminaban los ojos cuando hablaba de Cestona y de Urrestrilla y de Loyola y nos contó que fue profesor de inglés y muchas cosas más.

Despedimos encantados al hermano y nos dirigimos a ver la ermita: una joya, pequeña pero con todos los elementos del románico puro y sobrio del císter, es gracioso mirarla desde atrás y ver su ábside en primer plano y el del monasterio en segundo, son idénticos, se diría que han levantado una miniatura de éste. El interior es limpio y su único alarde arquitectónico son el arco fajón que sujeta la bóveda de medio cañón y que apoya en columnas pareadas y los 4 nervios planos que así mismo se sujetan sobre columnas de capiteles lisos y que forman la cúpula de la cabecera. A la puerta de la ermita estaba el hermano hortelano, hermano Enrique, de Lasarte él y así mismo muy amable. Volvió el hermano Gregorio para decirnos que iba a cerrar la puerta del jardín y volvió a quedarse con nosotros, y nos contó que€ fíjense ustedes si es fuerte el monasterio que por encima de los tejados ha estado una excavadora durante un año quitando piedra y tierra que había bajo las lascas del tejado y que toda esa tierra la habían sustituido por unos modernos nervios de ladrillo que habían aligerado el peso de la cubierta e impermeabilizado el interior y nos contó que con las obras se fueron las cigüeñas y que él ya no podía subir como hacía en tiempos a acariciar a los cigoñinos y a correr como un cabrito (sic) por la cubierta.

Nos despedimos definitivamente de nuestro encantador cicerone y empezamos a ver el monasterio cuando ya teníamos la hora de salir, pero allí no había nadie y nadie nos dijo nada, disfrutamos a placer y cuando lo habíamos visto todo nos fuimos. Y todo es mucho. Del jardín accedimos a la cocina que está en estado, digamos, que de€ no restaurada, con todos los balazos que le ha dado el tiempo sin sanar, en herida abierta y, de pronto, pasamos un vano y cambiamos de la nada al todo, entramos en un maravilloso claustro gótico de una belleza aplastante, del claustro salimos a la iglesia abacial que es impresionante, fue como dejar la montura de un pura sangre inglés y tomar la de un percherón: 74 metros tienen sus tres naves, la mitad, 37, su transepto y la mitad es su altura, todo en sobriedad cisterciense, las columnas son de tal solidez que no nos extrañó que aguantasen una excavadora por el tejado. Cuando nos dimos por satisfechos de ver piedra hecha arte e historia dimos por finalizada la visita, nos tomamos un bocata en el parque de la entrada y pusimos rumbo a casa con todos los sentidos llenos.

La semana que viene más.

Besos pa' tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com