Los calendarios y almanaques, y poco a poco las agendas en papel, ya no son lo que eran y van desapareciendo de nuestras vidas de forma inexorable, víctimas de los tiempos (fugit irreparabile tempus) y de las que dicen nuevas tecnologías. Algunos sobreviven todavía, irredentos y puntuales de año en año a quienes les aguardan y guardan fidelidad, que toda la vida los han tenido en casa, como si fueran de la familia y que si por ellos fuera, no los desahuciarían jamás.

La Academia Española define al calendario como "Sistema de representación del paso de los días, agrupados en unidades superiores, como semanas, meses, años, etc.". Y por su parte, al almanaque, con más amplitud, por "Registro o catálogo que comprende todos los días del año, distribuidos por meses, con datos astronómicos y noticias relativas a celebraciones y festividades religiosas y civiles".

ALMANAQUES

A destacar en este esperanzado ejercicio, el que se dice taco de Arantzazu, correctamente Arantzazuko Andre Mariaren Egutegia, que cumple tres cuartos de siglo, 75 años y sigue tan terne y tan formal. Siempre en euskera, incluso en aquel tiempo miserable y desgraciado en el que obligaban a la "lengua del imperio" o como poco te multaban, gozaba de hospedaje en las paredes de decenas de casas y caseríos, morada de euskaldunes o simpatizantes.

Otro que nunca falla y eso que pasa de los 180 años, que ya son, y que se autoproclama "el calendario de mayor circulación" es el Calendario Zaragozano. Solía, y suele, llegar a ferias y mercados en el tercero y último trimestre, de las manos de gentes humildes de no muy lucrativa ocupación, hasta que se fue ganando el favor de estancos, librerías y otros de los que se dicen del comercio. Y el que murió, que ya va para 40 años, como injustamente lo hizo su casa editora, era el de "la municipal", añorada Caja de Ahorros Municipal de Pamplona, que en sus últimos tiempos alegraba con reportajes y entrevistas a las gentes del pueblo, del común, el recordado José María Jimeno Jurío, igual que lo hacía con la humilde Hoja del Sábado. El almanaque de "la municipal" se nos fue como la propia caja de ahorros y "monte de piedad" víctima de la ambición y del politiqueo escandaloso en un chanchullo nunca suficientemente aclarado.

ADIÓS AL PAPEL

Los móviles o celulares, agendas digitales, smartphones y todos esos artilugios tecnológicos que se han adueñado de nuestras vidas, están acabando quieras que no con artículos que hasta hace nada considerábamos necesarios y de utilidad.

Los calendarios que se colgaban de las paredes, editados por bancos, cajas de ahorro y todo tipo de empresas y de comunidades religiosas que rivalizaban en tamaños y ediciones están en más que serio peligro de extinción. Se ofrecían en sucursales bancarias y comercios, por los que se pasaba a recogerlos hacia el fin o el inicio del año que llegaba si se iba algo tarde. "¡Que te busques algún calendario, que aún no tenemos ninguno!".

Y una vez colgados, se les consultaba y el personal se enteraba de los santos del día (Robustiano, Apolonio, Pompilio que ni se soñaba existieran) y se hacían cruces o anotaciones para el recuerdo, aniversario de fulano, cumpleaños de zutano, y todo eso. Luego llegaron los de bolsillo, que hasta tenían en el borde una pequeña barra del sistema métrico, que ayudaba lo suyo en ocasiones. Y las agendas que usaban gentes de la banca, el Derecho y para anotarse plenos, comisiones y reuniones los políticos, igual de capacaída (las agendas) superados por ordenadores portátiles y otros artefactos tecnológicos.

EL DE LA MUNICIPAL

Desaparecida la entidad, se sabe el cómo pero no el porqué devorada por la provincial en aras de la presunta caja más grande del mundo mundial, cesó en su humilde pero honesta función el calendario almanaque de "la municipal". Informaba de todo lo habido y por haber, desde La huerta en la zona de Pamplona por Fray Félix, "hortelano en el convento de Capuchinos de la ciudad, por más de 40 años" consta en 1971, hace medio siglo, hasta las más antiguas y usuales medidas usuales en Navarra y sus equivalencias. Resiste el Calendario Zaragozano que no falla ("fríos en invierno y calores en verano"), creación de don Mariano Castillo y Ocsiero a quien Camilo José Cela tachaba de "obtuso y malencaráo".

En ferias de Elizondo lo vendía don Lui (Luis Mata Carmona), que enseñaba caló o romaní, la lengua de los gitanos a los jóvenes. Y subsiste el de Arantzazu, surgido de labor franciscana en 1947 con el Padre Gárate, su director por 22 años. El P. Teófilo Arzalluz lanzó la primera edición de 40.000, y los padres Gárate y Garmendia, casa por casa, caserío en caserío, vendieron la mitad. Felizmente permanece, recordatorio vivo de su impecable labor en favor del euskera. Todavía queda algún otro, el del Verbo Divino, de carácter religioso, Burlada/Burlata encomiable intento de almanaque local de Ricardo Gurbindo, y quizás algún otro que se nos escapa. Pero como señales de un tiempo que se acaba.