- La culpa de que en Améscoa esté la mayor concentración de saunas de Euskal Herria por habitante (5 para 1.500 vecinos), no es de la Unesco, que el último diciembre la declaró como bien inmaterial de la Humanidad. No. El culpable es Joseba Ossa y su periplo a finales de la década de los ochenta por Finlandia. "Fui para tres meses y al final estuve tres años. Allí me enamoré de mi pareja, Mia Rissanen, también de la sauna y de toda la cultura que gira en torno a ella". Hoy, esta pareja regenta y habita el camping de Artaza. Un establecimiento que ofrece a sus clientes una visión turística "alternativa" y respetuosa con el medio ambiente ya que, desde su creación hasta hoy, cumple a rajatabla los parámetros de la sostenibilidad.

Pero desde que Ossa llegó a Artaza vio claro que allí tenía que construir una sauna que ofreciera esa experiencia a los usuarios del camping. Lo hizo por partida doble y, por supuesto, en cabañas calentadas con estufas de madera de haya, uno de los productos que más abunda en esta zona de Navarra cobijada a la sombra de Urbasa y del monte Krezmendi.

Para que funcionen las saunas, lo primero es encender la estufa que ponga la estancia a 70 u 80 grados y que caliente también unas piedras. "Al echar un cazo de agua sobre las piedras sale el vapor de agua, que se esparce por la estancia creando una indescriptible sensación de calor". Dentro, se suele estar unos 10 o 15 minutos, explicó Ossa, "sales fuera y te das una ducha de agua fría" o como hace unos días, un baño en la nieve, y luego también uno se puede meter en una gran bañera con agua caliente antes de descansar en la hamaca "a tomar el sol, la luna o las estrellas". Además del calor de la leña, el secreto de una buena sesión de sauna está en realizar esta operación el número de veces que uno sienta necesario, sin tener la presión del tiempo. Y este rincón de Améscoa es un sitio ideal para ello por el silencio general que lo impregna. "No puedes entrar y pensar en el tiempo que llevas, eso no es sauna", comenta Mia, quien asegura que cuando en alguna película o serie se vea que alguien entra a la sauna con un libro "eso tampoco será sauna".

La historia de Ossa arrancó hace más de treinta años. "Yo fui a Finlandia a hacer trabajo voluntario en Traperos de Emaus. Fui sin visado: era un inmigrante ilegal". La sauna fue todo un descubrimiento para él, ya que antes "nunca me había atraído; la consideraba un rollo fitness y no me llamaba la atención". Hasta que la descubrió. Hoy ya afirma que la sauna es el lugar por excelencia para desconectar. Ahora de los móviles y antes del periódico o la radio o la tele. "Entras ahí dentro y es el lugar donde estás tú solo, desnudo y sin estímulos exteriores".

Y luego está cómo hacerlo, porque su práctica es todo un ritual: entrar; estar un rato; salir; secarse. Volver a entrar "y así te olvidadas del mundo. La gente que tiene que ir a trabajar sí que tiene que estar pendiente de la hora, por eso se elige un día en el que no tengas otras obligaciones. Lo ideal es no tener reloj mientras estas en la sauna", asegura Mia.

Tanto ella como Joseba aseguran que es una forma de escapar de las enfermedades de nuestra sociedad como el excesivo ruido o las excesivas prisas. "En Finlandia la gente sabe estar y disfrutar de momentos especiales sin hacer nada y en parte se lo deben a la sauna". Un lugar donde la gente puede estar hablando de sus cosas en familia o en grupo y, al mismo tiempo, pasar ratos en silencio "sin que pase nada".

Con todo, en las conversaciones procuran evitar los temas conflictivos, "cuando te desnudas en la sauna, te desnudas de la ropa que es un símbolo de identidad: soy progre, soy conservador o soy alternativo. De alguna manera, nos presentamos al mundo según cómo nos vestimos. Mandamos estímulos; comunicamos símbolos de estatus, de clase social y en la sauna de golpe desaparece todo", explican.

Ossa trajo a colación un documental de un grupo de hombres en una sauna pública en el que decían que hasta que no estaban fuera nadie se había dado cuenta de que uno era un alto representante del Gobierno, otro un prestigioso médico cirujano, un tercero era barrendero y el cuarto celador de un hospital. "Las clases sociales desaparecen y esta es otra gran virtud de la sauna, ahí todos somos iguales, incluso los militares no tienen la obligación de saludar a sus superiores dentro de la sauna".

La pandemia también ha cambiado las normas de la sauna. Ahora las sesiones en conjunto solo pueden ser de unidades familiares. "Pero también es una buena oportunidad para vivir esta experiencia en pareja o en familia", proponen.

La labor de Ossa en el fomento de la sauna no para. Por un lado, porque ha estado detrás de la construcción de 27 de ellas -la última en la localidad navarra de Bigüezal-. "La gente se piensa que es algo muy caro pero yo les digo que, menos la estufa, que puede costar unos 250 euros, el resto se lo puede autoconstruir cada cual a su medida".

Esta pasión de Ossa también ha hecho posible un hito histórico, ya que junto con otros conocidos han oficializado la Euskal Herriko Saunazaleen Elkartea, que es la primera asociación de Euskal Herria como único país sin estado miembro de la Asociación mundial de la sauna. Por su parte, Mia ve con optimismo el futuro de que la sauna cuaje entre las costumbres de esta tierra. "Aquí encaja bien porque los inviernos son largos y fríos y la sauna te aguarda con todo el calor y esa sensación de empoderamiento de disfrutar ahí, en mitad del frío; es una experiencia muy fuerte que engancha a quien la vive".