Si existe en nuestro entorno un patrimonio que destaca además de por su volatilidad y fragilidad, por la falta de protección institucional, este es, el patrimonio gráfico. Rótulos y letreros comerciales, seña de identidad de pueblos y ciudades, que van desapareciendo físicamente de calles y plazas como por arte de magia, pero que sin embargo, logran permanecer en la memoria colectiva de un lugar durante generaciones.

Y esto es, precisamente, lo que ocurre con los magníficos rótulos que vamos a rescatar del pasado, que no del olvido. Publicidad y signos característicos de dos establecimientos bien distintos entre sí, pero, a la postre, unidos por unas singulares rotulaciones que tanta personalidad y atractivo aportaron a sus respectivos ambientes.

Son el espectacular letrero de la discoteca Cocorico y la joya que presidia el comercio Confecciones Gallego. La ciudad, claro está, es Tudela.

Tutu, Vértigo, Cocorico… De las diferentes discotecas que en los años 70 y 80 del siglo pasado dieron vida al ambiente nocturno tudelano, Cocorico es, sin duda, la que por su localización, diferentes tipos de ambiente, iluminación, acústica y característico e inolvidable rótulo, acabo convirtiéndose en referencia de una época y la que ha dejado una mayor huella en el recuerdo de su diversa clientela.

Fueron más de dos décadas de música y buen ambiente, hasta que los cambios en tendencias y gustos, terminaron por hacer desparecer esta discoteca donde sucedían muchas de las cosas importantes de la noche tudelana.

Todas aquellas transformaciones en gustos y tendencias, se fueron plasmando en los múltiples cambios de los que fue testigo este local, tanto a nivel de ambiente, horarios y decoración, como en la reforma definitiva realizada en los años 90, último intento por sacar a flote este buque insignia del ocio nocturno tudelano. Con el tiempo, incluso hasta el logotipo inicial se transformó. Solamente un elemento permaneció inalterable desde el día de la inauguración, allá por el año 1973: las ocho magníficas letras corpóreas de casi dos metros de altura que completaban el inconfundible e inolvidable rótulo de la discoteca Cocorico. Rótulo que como pieza clave de la identidad de ese local, acabo convirtiéndose en una referencia para prácticamente toda una generación.

Y así hasta el año 2001

Anticipándose a su previsible fin, hubo alguna persona interesada en conservarlo, pero la mala suerte vino a cruzarse en su camino, ya que en plena labor de desescombro, un vehículo golpeó el rótulo aplastándolo e inutilizando varias letras. Ahí acabó definitivamente la vida de la discoteca Cocorico.

Triste final para este icono del paisaje nocturno tudelano, que habiendo sido desde su privilegiada ubicación testigo de las confidencias y secretos de sus variados visitantes, llegue a desvanecerse sin dejar el menor rastro, confirmando, una vez más, la volatilidad del patrimonio gráfico.

Domingo Gallego fue ante todo una persona vital e innovadora y, en algunos aspectos, un pionero. Propietario del conocido comercio tudelano de Los Zamoranos, decide en 1966 reformar en su totalidad este local de la calle Gaztambide Carrera, contando para ello con el hijo de su gran amigo Rafa Moneo. El entonces joven arquitecto Rafael Moneo aborda la obra con un planteamiento no muy común en la época: la rotulación va a definir la imagen del edificio, constituyéndose por su escala en elemento de primer orden del proyecto.

La rotulación estará compuesta, al igual que en la discoteca Cocorico, por letras corpóreas de de casi dos metros de altura, que en este caso son de acero, y que se convierten prácticamente en las protagonistas absolutas del espacio, igualando incluso las dimensiones del escaparate.

Así el innovador Domingo Gallego abre al público un moderno local que por su ubicación, material empleado en su realización, dimensiones, papel que juega su rótulo en la solución de la fachada y por su precioso diseño, va a convertirse en protagonista indiscutible de la comercial calle Gaztambide Carrera y, por extensión, de la ciudad ribera. Añadir en este punto, que este local tudelano no es el único de estas características que puso en marcha, ya que por esa época, mediados de los 60, abre otros dos en San Sebastián y Calatayud, comercios que cuentan también con extraordinarias rotulaciones, dato que revela el interés por conseguir una imagen unitaria, de marca reconocible, que identificara las diferentes franquicias.

Desgraciadamente la trayectoria de este comercio de la capital ribera no va ser todo lo duradera que se podía esperar, ya que al fallecimiento de Domingo a principios de los años 70, se une la profunda crisis de la industria textil (la familia Gallego además de varios comercios eran dueños de manufacturas textiles). Ya en la década de los ochenta, con la apertura de grandes superficies de Zaragoza, llega el golpe definitivo que va a suponer el cierre de este emblemático comercio, que fue no solo referencia para Tudela y comarca, sino para poblaciones, entonces tan mal comunicadas con la ciudad ribera como Ágreda, donde contaban con una fiel clientela. Y con el emblemático comercio, desaparece también su no menos emblemático rótulo. Y de nuevo, como ya ocurriera con el de la discoteca Cocorico, sin dejar el menor rastro.

Lamentable final, una vez más, para un rótulo único y exclusivo, creado específicamente, y realizado magistralmente por un anónimo herrero local.

Afortunadamente Tudela conserva todavía estupendos rótulos. Junto al edificio de viviendas de Rafael Moneo en la calle Eza, encontramos el letrero del desaparecido cine Regio. Este cine, a pesar de que la última película se proyectase en mayo de 1989, mantiene todavía su preciosa rotulación metálica diseñada por otro conocido arquitecto: el pamplonés Victor Eusa en 1943.

Y además de antiguas gráficas comerciales, también se pueden disfrutar otras rotulaciones más actuales, como la de joyería Diestro, el teatro Gaztambide, las letras que forman el nombre del Paseo del Prado o el de la perfumería Ferrer, de Gaztambide Carrera, diseñado porel estudio de Efrén Munarriz y realizado por el herrero Ignacio y el metalista José Miguel “Metxele”, padre e hijo, ambos de Fustiñana.