¿Qué aporta de nuevo la segunda parte de su obra?

-Dos cosas fundamentales diferencian ese volumen de su predecesor. Por un lado, el contenido de varios de sus paseos que, mandados por la pandemia, al estar confinado discurren forzosamente de puertas adentro paseando por legajos, biografías, libros y archivos. Y por otro, y de más peso, la inclusión de 225 fotografías de la Pamplona pasada que muestran cómo era la ciudad y cómo éramos sus habitantes. Son fotos que he encontrado en archivos públicos y privados, salidas de las cámaras de Galle, Gómez, Calleja, Esparza y yo mismo. Los tres primeros nos muestran la Pamplona de los años 50, 60 y 70. Mikel Esparza y yo revivimos la década de los 80. He de señalar que la mayoría de las fotos son inéditas y que no son fotos que reflejan paisaje de la ciudad, sino que casi todas ellas muestran paisanaje, caras conocidas de muchos y situaciones que nos harán revivir momentos pasados.

Esta recopilación descubre parte de la obra fotográfica de Galle y Gómez. ¿Qué destacaría de esta parte?

-La selección de esas 225 imágenes me ha llevado más horas de las que puedas imaginar. Han sido muchas mañanas en el Archivo General de Navarra buceando en la obras de Galle y haciendo una selección muy general que luego en casa iba puliendo y reseleccionando hasta dejar las 60 que he traído a estas páginas, pero en realidad habré visto unas 40.000 y en mi ordenador podré tener unas 5.000. Las descartadas verán la luz en otros volúmenes porque muchas de ellas tienen calidad para ser publicadas. Todas reflejan aquella Pamplona de posguerra que no tenía lujos, ni fiestones, ni mucho color, pero que tenía su vida y, a su manera, su felicidad.

Las de Gómez han sido mi gran sorpresa. Me puse en contacto con Ana Gómez, la hija de Juanito, para pedirle algo de su padre para mi libro y me lo dejó todo, miles y miles de negativos donde elegir, y me sorprendió gratamente la gran calidad que encontré entre sus archivadores. De su obra, en esta ocasión, he querido traer exclusivamente San Fermín de calle y fiesta, que retrata como nadie. Lo de Calleja es poco porque su hijo Carlos me envió lo que tenía, pero en ellas apreciamos el sentido de ver la vida que Carlos senior tenía, siempre con humor. Lo de Mikel lo vi nacer, son imágenes que las conozco desde que colgaban de una pinza en el pequeño laboratorio de su casa. Siempre me he gustado su trabajo y forma parte de mi vida, por las muchas horas juntos en el cuarto oscuro positivando y revelando. Y de las mías ¿qué voy a decir? Solo hay 15 porque prefiero dejar paso a los demás, ya que tiempo y volúmenes de este Paseante habrá para ir mostrando más cosas.

Ha sido, según dice, un libro de textos escritos en el confinamiento, una mirada hacia adentro, hacia sus legajos, su biblioteca... ¿Radica ahí su valor, en descubrirnos esas historias casi ocultas?

-Pues sí, y no. No necesariamente radica ahí su valor. Su valor, de tenerlo, radica en el conjunto, en el todo. Las historias de legajos y archivo son historias que han salido como recurso por mi reclusión forzosa, y son muy válidas y muy dignas, no son menores ni mucho menos, pero tampoco son ellas las que dan más o menos valor a todo este trabajo. Me ha gustado mucho hablar de ellas, hablar de la pobre Cándida, aquella viuda que no tenía ni un duro y que pasó su vida de sablazo en sablazo, dejándolo todo ello reflejado en el tesoro epistolar que llegó a mis manos, donde cuenta sus penas y estrecheces, y marca, pide y suplica a sus familiares las cifras que le arreglarían la vida. Sin embargo, paradójicamente, y según se colige de una de sus cartas, no renuncia al servicio doméstico. Me ha encantado sacar a la luz la obra del Gigante Kilikizarra, nacida de la pluma de Ignacio Baleztena, o hablar de la poesía con la que Ángel María Pascual glosaba y de mostraba su am or a Pamplona. Y tantos otros...

Díganos la historia más curiosa que ha recuperado.

-Yo creo que la historia más chirene y rocambolesca por su carácter novelesco es la vida de Pedro Esteban Górriz y Artazcoz, un personaje de la Pamplona del XIX que tras un cúmulo de desgracias, persecución, cárcel y pobreza, un buen día la suerte se puso de su parte y descubrió en tierras de Guadalajara la mayor mina de plata de toda España haciéndose inmensamente rico. Vendió todo tras varios años de explotación y enriquecimiento y volvió a Pamplona autotitulado Marqués de Hiendelaencina y fue emprendedor en cientos de negocios abarcando desde las bodegas al comercio, la prensa, la minería o el ferrocarril, nada se le resistía. Él levantó el edificio de La Perla en la Plaza del Castillo. Falleció rico en 1870.

Y descúbranos a algún célebre de la ciudad que merece ser recordado.

-Un célebre de la ciudad que sin duda merece más presencia de la que tiene y que nadie se sentiría ofendido porque le dedicasen una calle fue el Padre Carmelo. José María Uranga Iraola nació en San Sebastián en 1906 y se hizo carmelita en Villafranca de Navarra. En 1930 llegó a Pamplona ya como Padre Carmelo y en 1937 creó la institución cunas, un organismo que durante años el día de Reyes organizaba una función en el Gayarre y repartía a las familias necesitadas todo lo necesario para la llegada de un nuevo miembro. El lote era: una cuna, un cochón, almohada, hule, sábanas bajeras, encimeras, fundas de almohada, manta de lana y cubre cama, así como una canastilla completa para el bebé. No solo hacía esta labor, ayudaba a todo aquel que lo necesitaba, dinamizaba la ciudad en tiempos de pocas alegrías y organizaba funciones teatrales para niños. Él escribía las obras y Francis Bartolocci realizaba los decorados. Organizaba cabalgatas, festivales radiofónicos y un sinfín de actividades encaminadas a hacer felices a los más desfavorecidos. Hasta que la mala suerte se cruzó en su camino y una mañana de San Fermín, el 8 de julio de 1959, en la calle San Saturnino, pisó una cáscara de plátano que le hizo caer a la calzada y una camioneta de reparto lo mató. Un hombre digno de tener en cuenta, sin duda, sin embargo nada lo recuerda en la ciudad.

¿Pamplona tendría mucho que contar de su historia pretérita? ¿Hay mucha anécdota que ha pasado desapercibida a lo largo de los años?

-Evidentemente, como en todos lados. Quizá aquí hay más cosas ocultas dado el carácter santurrón y pacato que siempre tuvo Pamplona en tiempos pasados. Pero son anécdotas que no pasan del cotilleo, como por ejemplo la relación que Martínez de Ubago tenía con Rosa Oteiza, la modelo que le sirvió para la estatua de los fueros y que al mismo tiempo era su amante y madre de sus hijos naturales. Tamaño desafuero llevó al obispo a negarse a inaugurar el monumento y ahí sigue sin ser inaugurado.

¿Y verdades que hayan sido ocultadas?

-En una ciudad de unas decenas de miles de habitantes era difícil ocultar nada. Sin duda las hubo, las hay y las habrá, pero si algo pasaba de una boca a una oreja, su secretismo tenía los días contados. Yo tengo una carta de un vecino de la calle San Lorenzo en la que le dice al profesor de su hijo que investigue a la familia de otro alumno también de la calle San Lorenzo por los escándalos que se forman en su casa cuando la madre no quiere hacer el matrimonio con el padre, pero que, sin embargo, con otros de fuera de casa sí que lo hace. Así se ocultaban las cosas.

¿Es un libro para leer con mirada de pamplonés, es decir, para querer la ciudad que tenemos?

-Yo diría que sí pero que no es condición sine qua non. El libro es puro Pamplona. Podrá ampliar algunos conocimientos, podrá entretenernos poniéndonos en situaciones pamplonesas pasadas, podrá movernos el interior con viejos recuerdos y añoranzas, pero el amor a tu pueblo yo creo que en mayor o menor medida todos lo llevamos dentro. Qué duda cabe que lo que mejor se conoce mejor se quiere, y, desde ese punto, quizá sí sea un libro para amar la ciudad que vivimos.