ola personas, ¿qué tal transcurre el invierno? Esta semana el paseo ha sido interesante y con una novedad, ¿novedades a estas alturas de la vida?, os preguntaréis. Pues sí a estas y a cualquier altura caben cambios, innovaciones, novedades y sorpresas. Nunca deis nada por definitivo.

La novedad ha sido, en esta ocasión, el medio de transporte utilizado. He utilizado una bici, eso ya es viejo, diréis, sí y no, porque la bici en cuestión no ha sido mi joven y veloz corcel, no, la encargada de llevarme y traerme ha sido una de las bicis que el ayuntamiento ha puesto a disposición del ciudadano a cambio de unos pocos euros, son bicis con tripas eléctricas que multiplican la pedalada de uno y le hacen a uno el viaje mucho más fácil, ¡Si las llegan a conocer Bahamontes o Timoner!, se hubiesen dado la vuelta al mundo. La verdad es que son un buen invento, como decía aquel gitanico: ¡hay que ver lo que inventan los payos!

Yo en esta ocasión tomé la bici número 0006 en el aparcamiento de Carlos III al lado de mi querida calle Gorriti. Bajé por la arteria principal del ensanche y llegué al salvado de las garras renovadoras paseo de Sarasate. En su boulevard central se estaba celebrando el mercadillo de San Blas, como cada 3 de febrero, no pude resistir la tentación y me hice con una torta de txantxigorri, ese delicioso dulce que los navarros llevamos en el ADN. Di una vuelta para comprobar lo poco que ha cambiado la oferta, roscos de San Blas, bañados de su blanca azúcar, chupetes y martillos de caramelo colorado y toda suerte de fauna del mismo material. Seguí mi paseo y por Navas de Tolosa, la avenida amable, llegué a la cuesta de la estación que bajé a tumba abierta, ahí la ayuda eléctrica me sobraba y vi que al vehículo que había elegido le faltaba algo de fundamento en los frenos, lo cual me hizo ser prudente ya que me suele gustar volver a casa de una pieza. Llegado a la rotonda que encontramos al final de la cuesta la circunvalé para tomar la cuesta de la Reina, aquí sí que agradecí el empujón que me aportaban las baterías, llegué a Monasterio de Velate, me desvié hacia el Anaitasuna y dejando el pabellón a mi derecha, alcancé el caserón que aun queda en pie de la vieja granja provincial. Rebasado éste, hice derecha y llegué a donde quería llegar, comencé el paseo que me había propuesto: tomar el camino del Plazaola, aquel vapor de vía estrecha, tosedor y renqueante, chujú, chujú, qué por 18,75 pesetas en 1ª, 14,25 en 2ª y 9,55 en 3ª en poco menos de 4 horas te llevaba de Pamplona a San Sebastián atravesando los valles de Larraun y de Leizaran. La caja de vía del viejo tren está perfectamente adecentada y convertida en una zona de paseo de cinco estrellas.

Enfilé la ruta de tan castizo medio de transporte y vi que a mi derecha iban quedando las instalaciones del Anaitasuna, nunca había pasado por ahí y nunca las había visto, me sorprendieron. A unos metros entré en el túnel que daba acceso al puente por el que aquel hierro humeante cruzaba el río y le hacía adentrarse en la Rotxapea. Hay fotos preciosas del viejo cacharro saliendo de ese túnel envuelto en una misteriosa nube de vapor y otras en las que se le ve con su blanca cometa ya sobre el puente enfilando su destino. La vía una vez entrada en la Rotxa ha tomado forma de calle y de calle bien principal, la calle Bernardino Tirapu. Hasta hace unos años esto solo se daba en el tramo paralelo a los viejos corrales del gas, cruzaba Joaquín Beunza y marcaba la propia huella del tren describiendo la misma curva que hacía la vía, por ahí pasé y a mi izquierda fui dejando todo el valle del Salazar, Ezcaroz, mi querido Ezcaroz, Oronz, un saludo a Marchueta, Izalzu, Esparza, Sarries, Jaurrieta y para rematar Ochagavía. La continuación de esta calle, o sea, la parte nueva nada tiene que ver con la vieja, es ancha, dos carriles por sentido, casas con garaje, casas con altura, tiendas, bancos y de todo lo que el progreso trae. Atravesé la Avda. de D. Marcelo y seguí hasta llegar a esa rotonda final en la que desembocan Pedro de Ursua, Bernardino Tirapu, Cruz de Barcazio y Ximénez de Rada y un camino que se adentra en el campo: la caja de vía que continua su viaje. Por ella seguí dejando a mi paso Bustintxuri, Nuevo Artica y parques y polígonos. En un momento del recorrido, la variante norte impide seguir por la vía y te desvía un poco, pero para que quede constancia de que por allí pasaba han mantenido un tramo de carriles y han levantado una pared que simula un túnel en el que se pierden. Atravesada la ronda el camino vuelve a su sitio y a la izquierda en paralelo discurre la vía de los trenes grandes, los que circulaban, circulan y circularán, y yo en mi bici me imaginaba al pobre Plazaola, renqueante, lento, al final achacoso, pretendiendo pelear en carrera con el rápido de Irún o con el Talgo Madrid-Alsasua que, altaneros, le adelantaban y, sabedores de su poderío, le silbaban con sorna.

El camino está frecuentado por todo tipo de paseantes y no es de extrañar, ciclistas, andarines con perro, korrikolaris y algún patinete le dan vida y color. Al llegar a Berriozar a mi derecha, en la ladera del monte, vi las casas arracimadas del pueblo viejo y me vino a la memoria aquella vieja foto, no sé si de Rouzaut o de Zaragüeta, en la que se ve a un grupo de excursionistas a lomos de sus velocípedos atravesando un campo que tiene como fondo el mismo que yo tenía en ese momento. Seguí mi camino y llegué a los cuarteles de Aizoain que pasé por detrás, la valla deja ver el interior, vehículos orugas, Jeeps, camiones y un montón de cachivaches de color caqui se amontonan en patios y cobertizos, soldados no vi ni uno. Pasada la zona militar llegué al pueblo de Aizoain, entré en él para dirigirme a la iglesia y ver el bonito palacio Ansaldo , un típico palacio de cabo de armería del XVII que se construyó adosado a los muros del templo. De todo el conjunto tres cosas me llamaron poderosamente la atención, las tres se encuentran en el jardín trasero y son: una enorme secuoya que supera en altura a la torre campanario de la parroquia de Santa Águeda, un arco ojival puramente ornamental ya que nada más queda de la construcción a la que perteneció y un molino de aceite con sus enormes ruedas de piedra.

Después de disfrutar viendo todas estas joyas ancladas en el tiempo, volví a la caja de la vía e hice el camino de regreso igual que el tren hacía su cotidiano camino de ida y vuelta.

Es un paseo altamente recomendable, probadlo, lo tenéis ahí, en la puerta de casa.

Hasta la semana que viene.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com