Emoción, ilusión, interacción, sonrisas y alguna que otra lágrima. Todo esto en resumidas cuentas es lo que busca y está consiguiendo el proyecto Música para el alma que ha puesto en marcha en la residencia de ancianos de Lodosa Merche Roldán, graduada en musicología a la que enganchó la musicoterapia desde el primer minuto. Y es que, explica, tras realizar un intenso trabajo en torno a la recuperación inmaterial oral con personas mayores, decide en 2021 promover una iniciativa que ayude a reducir la depresión y la tristeza de estas personas, así como a promover el ejercicio físico coordinado, a paliar el estado de ansiedad, a conectar con compañía y a mejorar la calidad de vida.

Aunque llegar hasta aquí ha sido un camino costoso, “sabía que en cuanto se abriera una puerta iba a estar ahí”. Y esa oportunidad llegó con los presupuestos participativos del municipio; los vecinos respaldaron su propuesta así que el primer martes de octubre comenzó esta aventura que, aunque estaba previsto que concluyera en junio, parece, ha llegado para quedarse.

Pilar Pastor, Luisa Martos y Javier Suberviola. Maria San Gil

Tres partes

Un día a la semana Roldán realiza dos sesiones de 45 minutos; en una está con las personas más dependientes y en la otra, con los que son más válidos. Además, divide cada taller en tres. Los primeros 15 minutos, con música y sonidos relajantes, “intento que cierren los ojos y que vayan donde más les gusta; a la playa, al monte o con sus seres queridos. Y, durante ese viaje interactivo, intentamos hacer algún estiramiento y ejercicios de respiración”.

Los segundos 15 minutos, explica, “hacemos juegos, todo ello con una música acorde de fondo. Cogemos, como les digo, el autobús y viajamos por el mundo o por España al son de las canciones más típicas (pasodobles, sevillanas, sardanas, chotis, etc) y, además, también trabajamos el ritmo y el tempo con instrumentos de percusión; platillos, triángulos, baquetas o claves”.

Para terminar, los últimos 15 minutos “pongo canciones que ellos me piden, sobre todo La Josefina, el Vals de las mariposas, Las mañanitas, alguna de Rocío Durcal, boleros y mexicanas. Cantan, aplauden e incluso llevan el ritmo con los bastones. Estoy consiguiendo mucho más de lo que me podía imaginar”.

Y es que, “la memoria musical es la última que se pierde y con enfermedades como el Alzheimer, por ejemplo, puede emplearse como puente emocional a momentos pasados. Está claro que nunca les va a curar, pero les va a ayudar a reconducir sus vidas”.

Con ellos, asegura, “he creado un fuerte vínculo; para mí es muy reconfortante. Cuando entro ya me están esperando y creo que su evolución se nota; hay quienes empezaron atrás, tímidos, y ya están en el círculo con todos. Quiero mantener esa unión y esa motivación. Creo que es algo muy necesario, pero ya no solo en residencias sino también en personas a título particular e incluso en niños pequeños”.

Mejora notable

En la residencia están 58 personas y, aunque muchas veces han organizado actividades o conciertos musicales, nunca habían tenido este trasfondo. De hecho, de acuerdo con Cristina Cordón, monitora del centro, “esto les vine muy bien tanto a nivel cognitivo como físico porque es una forma de que estén activos, de que se muevan y, además, en el caso de los asistidos, de que se relajen”. Esta prueba piloto, asegura, “ha sido un éxito y nos gustaría seguir, que no acabe en junio. Los vemos muy motivados y, de hecho, el martes es el único día de la semana que lo tienen grabado a fuego; en cuanto se levantan ya están preguntando a qué hora viene Merche. La mejora de los residentes es más que notable”.

Evocación de recuerdos

Precisamente sentados tranquilamente en sus sillones, aunque llevando inevitablemente el compás, estaban, entre otros, Javier Suberviola, Luisa Martos y Pilar Pastor que, una vez terminada la sesión, se mostraban encantados. “Nos lo pasamos en grande; muy, muy bien. Nos entretiene la mañana y es una forma de desconectar”.

Pilar aseguraba que “son canciones de nuestra época joven y la verdad es que te vienen a la mente muchos recuerdos; es emocionante. En aquella época bailábamos muchísimo, sobre todo en la plaza del pueblo”.

Javier, por su parte, tiene claras sus preferencias: “A mí me encanta Nino Bravo y siempre me la dedican. Me acuerdo de los karaokes, cuando ponían una pantalla grande para que siguiéramos la letra”, afirmaba al tiempo que de fondo se escuchaba: “¡Es el que más canta con diferencia!”.

“Todo lo que hacemos es bien recibido”, apuntillaba Martos que coincidía con los otros dos residentes en que “estaría bien tener esto dos días a la semana; nos sirve para borrar algunos malos pensamientos y para recordar buenos momentos. Nos distraemos, disfrutamos y nos divertimos, que es lo importante. No nos hemos perdido ningún día, siempre estamos en el cogollo”.