Sus idiomas y acentos son diferentes, también lo son sus costumbres, tradiciones y, en algunos casos, incluso sus tonos de piel. Diferentes: ni mejores ni peores; diferentes y diversos y, entre todos, hacen pueblo. Este es el mensaje que desde la asociación Taupada, de Sesma, han querido lanzar a la población con un documental que acaban de presentar en torno al Día de la Diversidad Cultural, una herramienta para romper prejuicios y barreras, para ponerles voz y rostro a esas personas que han llegado de fuera para quedarse, sin caer en el victimismo, y que contribuyen a la cohesión y a la construcción del día a día de un municipio pequeño.
Diez protagonistas, diez historias, diez realidades, diez vidas y nacionalidades; tan diferentes y tan iguales al mismo tiempo. El documental, Herria Gara-Somos pueblo, ha logrado sensibilizar y concienciar a los vecinos sobre la migración, un tema, apuntan, “muy recurrente del que muchas veces se habla desde una completa desinformación”.
De hecho, si hay dos palabras que se repiten durante la hora que dura el audiovisual (que ya está colgado en Internet) esas son riqueza y convivencia; con momentos duros, pero también divertidos, estos sesmeros hablan sin tapujos sobre la discriminación, la inmigración, el racismo, el pasado y el futuro, entre otras cuestiones.
Cinco testimonios
Un ejemplo es el de Silvana Algarañaz, de Bolivia y que lleva en el municipio 17 años; para ella todo fue más o menos sobre ruedas. “Tuve buena experiencia al llegar a Sesma, no me costó encontrar trabajo en la residencia de ancianos”. Aun así, asegura, dejar tus raíces “no es fácil, añoras a la familia porque está muy lejos; es muy duro”.
La segunda de las protagonistas es Gabriela Pereira, de Brasil, país que abandonó porque “allí la educación, la salud y la seguridad no estaban bien. Vinimos buscando una mejor calidad de vida”. Aunque alguna vez ha tenido que escuchar algún comentario fuera de lugar, anima a la ciudadanía a “no juzgar antes de conocer”.
Oana Loredana, de Rumanía, está feliz en Sesma, municipio en el que solo iba a estar unos meses cuando llegó en 2009. “Soy muy habladora y no me costó relacionarme. Me gustaría que a la gente que viene de fuera se le diera una oportunidad; ni todos los extranjeros somos malos, ni todos los de aquí, buenos”.
Desde Camerún, y por motivos económicos llegó Sandrine Bitoro. “La verdad es que aquí me he sentido acogida. Cuando llegué no sabía decir nada, ni hola, pero creo que estar en una zona rural me ha venido muy bien para aprender”. En cuanto a si ha sufrido discriminación, apunta que “en la parada de autobús a veces me llamaban morena, pero yo no sabía ni qué significaba. En la diferencia está la riqueza, me encanta que haya diferentes culturas; es cuestión de juntar lo bueno de cada una y crecer juntos”.
Y también está Janire García, que llegó desde República Dominicana “para trabajar y lograr un mejor porvenir”. Aunque mantiene todas sus tradiciones, explica que también tiene que adaptarse al sitio que les acoge; “cada cultura tiene algo que aportar y de la que aprender”.
Cinco vivencias
Algo peor lo pasó Alassane Mendes, de Senegal. A Sesma llegó de la mano del fútbol, un deporte que le ha ayudado a hacer amigos. “Yo he sufrido mucho para llegar hasta aquí y no querría que otras personas pasaran por lo mismo. A veces me han gritado, insultado y dicho palabras feas”.
Nada que ver con Patricia Deza, argentina que decidió emprender un proyecto de vida junto a su pareja aquí. “A veces me han discriminado por el acento pero creo que la multiculturalidad es una riqueza. Mi situación no es igual a la de otras personas a las que no les queda más remedio que venir, que emigran por necesidad; hay que tener el corazón y la mente abierta, tanto por parte del que emigra como por parte del que recibe”.
Otro caso es el de Isabel Henrriquez, de Ecuador, que lleva 23 años en Sesma. “Vinimos a trabajar y siempre con la idea de volvernos, pero aquí la educación y la calidad de vida eran superiores, sobre todo para los chiquillos. Aun hablando el mismo idioma se me hizo complicado integrarme porque tengo un acento muy marcado. Dejar tu origen es algo terrible, durísimo. Yo siempre dejo claro que vivo en Navarra pero que soy de Ecuador; mi tierra como prioridad”.
Y de Marruecos son Soukaina Anoubl y Adil Moundir. En el caso de Soukaina afirma que no todo es un cuento de hadas cuando emigras. “Vinimos buscando un futuro mejor, pero es muy difícil; al llegar te chocas de frente con la realidad. A veces sí que me siento discriminada porque te miran de forma rara por llevar el pañuelo, pero somos iguales y solo pedimos respeto”. Mientras que en el caso de Adil, “sabía que al llegar, sin permiso de residencia, iba a ser difícil trabajar. Fue complicado pero ahora tengo familia, una mujer maravillosa y cuadrilla. La diversidad cultural creo que es algo muy grande, que aporta muchísimo”. Además, y sin dejar de lado sus costumbres, es un sesmero más: “Las fiestas me encantan aunque le tengo mucho miedo a las vacas, mis hijos van al modelo D, que es la cultura de aquí, y la Navidad la comparto con suegros y amigos”.
“Respeto, algo valioso, interesante, arco iris, armonía, riqueza, experiencia, aceptación, no etiquetar y mundo de burbujas” son las palabras que a estos vecinos de la localidad ribera les evoca la diversidad cultural, un concepto que, para poder hablar de él de forma completa, queda aún un largo camino por andar pero en el que poco a poco se va avanzando.