José Javier Bariáin García practica una afición de muchos: la montaña. Desde joven ya recorría los montes que rodean Eslava, su pueblo en el que ha desarrollado toda su vida. Allá habita y allá ha trabajado durante 35 años como bodeguero. Este mes ya se jubila y junto a otros compañeros en su misma situación practicará esta disciplina entre semana, en vez de los domingos como hasta ahora. “La montaña es salud y me aporta felicidad”, expresa a sus 64 años. Soltero es el séptimo de ocho hermanos (cinco varones –dos ya fallecidos– y tres mujeres). 

Desde hace cuatro décadas forma parte del Club Montañero de Sangüesa, que presidió durante 12 años; y también se ha implicado en la política municipal de su villa al ejercer de concejal varias legislaturas. José Javier se define como una persona testaruda. “Si me propongo un objetivo, me esfuerzo al máximo hasta que lo consigo”, detalla. A estas alturas del relato conviene añadir que todas las personas que lo conocen no le llamarán por su nombre de pila, sino por Triki. Su pasión por los dulces propició que le apodaran como el personaje del Monstruo de las Galletas de Barrio Sésamo

Un sueño

Tras el Camino de Santiago el año pasado, este verano se planteó cubrir a pie la ruta transpirenaica, conocida como el GR-11, siglas correspondientes a Gran Recorrido: atravesar esta cordillera desde el cabo de Creus en Girona hasta el Cabo de Higuer en Hondarribia (Gipuzkoa), desde el mar Mediterráneo hasta el Cantábrico. Unos 844 kilómetros que Triki cifra en “908, con una media de 24 diarios”, según sus cálculos.

“Cumplí 64 años sin cobertura del móvil en plena ruta, y ese día me tocó subir la peor cuesta del GR-11”

José Javier Bariáin - Montañero

Así que alguno más recorrió, y eso que puntualiza que “únicamente se perdió en una etapa, que ya le advirtió un vasco que no estaba bien señalizada”, aclara. Planeó su aventura entre el miércoles 9 de agosto desde el Cabo de Creus hasta el sábado 16 de septiembre en el Cabo Higuer. Para ello necesitó 38 días, ya que solo descansó el lunes 28 de agosto tras nevar el día anterior durante toda la etapa de 14,8 kilómetros, entre Amitges y el Refugio La Restanca, en Lleida. “La nieve de verano moja más que la de invierno, porque se derrite mucho antes debido a que las temperaturas son más altas. Por eso, a pesar de que iba bien equipado, llegué empapado y con síntomas de hipotermia”, recuerda.

Aquella perniciosa jornada no amedrentó a Triki. En cambio, sí que se planteó abandonar en los inicios.

Calor junto al mar

En plena ola de calor, comenzó el GR-11 a las 11.30 horas del día 9, con su amigo Ricardo Barredo, quien le acompañó siete días. “Las tres primeras jornadas se desarrollan casi a nivel de mar, sin sombra y con poca agua, y sufrí mucho”, cuenta. El día 10, entre Port de la Selva y Vilamaniscle, notó un bajón físico, que achacó a las condiciones climáticas. “Dudé en retirarme, pero soy Bariáin y debido a mi empeño, continué. A medida que avanzas en el GR-11, coges altura, corre más aire fresco y el cuerpo se adapta”, subraya.

Durante una de las etapas. cedida

Portaba una mochila de 24 kilos, equipada con todo lo necesario –excepto fármacos–. Por eso, el día que unió dos etapas en una terminó con un dolor de rodillas insoportable; y tuvo que suplicar más que pedir unos analgésicos en un refugio. “Ya le dije a la persona que me atendió: te pago lo que quieras, pero dame paracetamol. Me lo tomé y las molestias desaparecieron”, repite.

Hasta en la calle

Aquella noche durmió en Amitges, pero durante la travesía se ha hospedado en hoteles de cuatro y cinco estrellas, en refugios varios –desde los que ofrecen diferentes servicios hasta los que se componen de las cuatro paredes de la cabaña– e incluso en la calle. “Ocurrió en la segunda etapa. Llegamos a Vilamaniscle, un municipio de la comarca del Alto Ampurdán en Girona, que carecía de alojamientos y de servicio de comidas. Nos dimos un baño en las piscinas municipales, conseguimos unos bocadillos y dormimos en un rincón protegido de una acera”, relata.

Triki, con su amigo José Vicente, que fue a visitarle en la Selva de Oza (Huesca). cedida

En la soledad del camino, tuvo tiempo para reflexionar y rezar. “Paraba y me bañaba en los lagos que quería, y compraba provisiones cada tres días”, detalla. El 3 de septiembre, cumplió 64 años con lluvia, “subiendo la peor cuesta del GR-11 y fuera de cobertura”. Durante el trayecto se comunicó con su gente a través del WhatsApp. Perdió ocho kilos y como el cansancio se le fue acumulando, prefirió cubrir las dos últimas etapas de unos 30 kilómetros cada una con un matrimonio de Málaga, Eugenio de 71 años y Carmen de 69, para que fueran más amenas. Satisfecho de la experiencia, ya piensa en su siguiente aventura: El Camino del Cid, de unos 400 kilómetros.

El 16 de septiembre concluyó esta hazaña en el Cabo de Higuer, en Hondarribia. cedida