Hola personas, ¿qué tal va la vida? Preparando las fiestas, supongo. Precisamente de las fiestas quiero hablar hoy. Del ayer y del hoy de las fiestas de Navidad en nuestra querida Pamplona.

Esta semana me di un par de paseos por el centro para ver de qué manera la ciudad se engalana para celebrar estas fiestas en las que el Ayuntamiento gasta unos euros en ponernos luces hasta en la sopa, un pino aquí, otro allá, una esfera llena de bombillas, un paquete de regalo gigante, la fachada de casa Seminario con obsequiosos paquetes y osos de peluche, y demás parafernalia que llena a los niños, y no tan niños, de ilusión.

Pero miremos un poco hacia atrás.

Recuerdo perfectamente como eran estas fechas cuando yo era un enano, recuerdo aquel trajín familiar previo a los días clave. La compra en el mercado para que no faltase de nada, los turrones en Arrasate de la calle Pozoblanco, los espumillones, serpentinas, bolas de colores, bombas que al explotar soltaban regalos sorpresa y demás divertimentos festivos en el Bazar J. Recuerdo que miraba con envidia las fotos e imágenes de otras ciudades, como Madrid o Barcelona, en las que las calles estaban ricamente iluminadas de luces navideñas. Aquí no, aquí las luces brillaban, pero por su ausencia. Hay fotos de años anteriores en los que sí hay iluminación navideña. Famosa es la de la calle Mercaderes con una guirnalda de luz de lado a lado de la calle y otra parecida que hay de la plaza Consistorial. Supongo que sería criterio de la alcaldía que decidió eliminar ese gasto y así fue durante muchos años, hasta que tiempo después, en los 80, volvió a aparecer la iluminación, pero en muchos casos por iniciativa y financiación de los comerciantes. Otro recuerdo imborrable de mis navidades infantiles son los belenes. Mi padre, como miembro de la Asociación de Belenistas, era uno de los organizadores de todo aquello que en Pamplona sonaba a corcho, musgo, pesebre, mula y buey. A lo largo de los años los belenes se han instalado en diferentes sitios, pero desde el año 53 en que se instalaron los primeros en las Escuelas de San Francisco, no han fallado ni una campaña navideña. Otro belén que era obligado visitar era el del padre Alejandro en Escolapios, con su pescador que subía y bajaba la caña frente a un río de agua, con su mula que daba vueltas alrededor de una noria y sacaba algún mililitro que otro y otros artilugios que nos dejaban a todos boquiabiertos.

Lo que más ha cambiado quizá sea la costumbre de las compras en una fecha u otra. Antes ese trajín no se vivía en Nochebuena, lo normal era regalar en Reyes. Papá Noel era una importación de origen más bien pagano y con ninguna raigambre y Olentzero aún no había irrumpido con la fuerza que hoy tiene en los hogares navarros.

Había algún acto concreto que se celebraba en Navidad, como, por ejemplo, el Festival de Villancicos nuevos en el Gayarre, o el partido de gordos contra flacos en el Anaita en el que el bueno de “V” era un ídolo de masas. Si bien hoy con la corrección lingüística que impera estaría mal visto llamar así a este partido y se llamaría: encuentro de personas sobredimensionadas contra jugadores escasos de materia cárnica. No exagero.

Los escaparates de las calles se engalanaban y lucían bonitos belenes y decoración netamente navideña. Los villancicos inundaban todos los ambientes y en los cines solo se proyectaban películas de Disney, o Marcelino, Pan y vino.

Veamos como lo he visto esta semana. Las calles están, como he dicho, engalanadas de lujo, no falta de nada, si es caso hay algo que sobra, sobran todos esos energúmenos que no saben vivir en sociedad y que han vandalizado algunos de los adornos sintiéndose por ello más valientes, más revolucionarios y más iconoclastas que nadie, la pena es no cogerlos con las manos en la masa y castigarlos de manera que ni se les pase por la imaginación repetir sus hazañas.

Me acerqué hasta el Ayuntamiento a ver el Belén del zaguán, que antes se colocaba en la plaza pero que los antecesores de los anteriormente descritos rompían sistemáticamente y obligó a ponerlo a resguardo de sus putas zarpas. Este año, en realidad, el Ayuntamiento ha tenido dos belenes, el de la entrada y otro más gordo que se ha montado dos pisos más arriba pero que no es de nuestro negociado. El de abajo, obra de la Asociación de Belenistas, como siempre, el autor de mis días lo montó algún año, me gustó. Dice un cartel, que han colocado a modo explicativo, que es un homenaje al Privilegio de la Unión, quizá es que los pastores y pastorcillas que se acercan a adorar al niño sean uno de Navarrería, otra de San Saturnino y otro de San Nicolás, no sé. A juzgar por las torres góticas que por atrás asoman, rematadas por el inconfundible gallico de San Cernin, la gruta con el nacimiento está instalada en los terrenos que hoy ocupa el consistorio y que entonces era tierra de nadie. Ya digo que no sé, todo son elucubraciones.

De ahí me fui a ver la exposición que, con motivo de la creación, hace 800 años, del primer belén por parte del Poverello de Assisi, San Francisco de Asís en lenguaje claro, se ha instalado en el refectorio de la Catedral. Llegué y lo primero que vi al pisar el atrio catedralicio fue un enorme nacimiento colocado tras los balaustres del balcón de la izquierda. Entré y camino del claustro me sorprendió otro belén que se ha instalado en la capilla de Santa Catalina. Es sencillo, pero lleno de sabor, un cartel explicativo nos dice que es un Belén realizado en 1825 por Juan José Velaz y que es de estilo barroco, en ese punto no estoy muy de acuerdo, pero ellos sabrán más que yo. Lo que no me gustó es que está instalado en un gran hueco que alberga un calvario de piedra, de manera que, en menos de un metro, se encuentran el nacimiento y la muerte.

Llegué al claustro y tras acercarme a admirar esa maravillosa Epifanía que hay en el paño de pared que se dirige a la capilla Barbazana, entré al refectorio donde está instalada la exposición. Si sois amigos de los belenes no os la podéis perder, hay figuras de los mejores imagineros que se han dedicado al arte de reflejar lo que sucedió la noche del 25 de diciembre. Desde el catalán Martí Castells i Martí, al murciano Francisco Salcillo o el pamplonés Ignacio Fernández. Todo ello al abrigo de las impresionantes trazas del refectorio que es, para mí, una de las cinco construcciones más interesantes de Pamplona.

Hay más cosas que contar, la Navidad da para mucho, pero mi espacio no da para más, cuidaros en esta semana prenavideña que así os podréis desmandar en la siguiente.

Besos pa tos.

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