En un tranquilo rincón a las afueras de Tafalla, un joven de 25 años está desafiando la corriente del tiempo, sumergiéndose en el antiguo arte de herrar caballos. Juan Rodríguez, apasionado desde la infancia por estos nobles animales, decidió hace dos años que su vida tomaría un rumbo diferente al enrolarse en una escuela de herraje y podología equina en Andalucía.

La historia de Juan no es solo la de un cambio de carrera, sino la de un defensor apasionado de los oficios antiguos, que lucha por mantener viva una tradición que se desvanece en la era de la tecnología y las grandes maquinarias agrícolas.

“Desde mi infancia llevo en contacto con los caballos”, comienza Juan, mientras acaricia con cariño a Apolo, un caballo de 14 años que ahora es parte de su vida diaria.

Su conexión con estos majestuosos seres se forjó gracias a su tío, también llamado Juan, quien compartió con él la fascinación por la equitación y todo lo relacionado con el mundo del caballo.

El camino del aprendizaje

El gusanillo de aprender sobre el herraje y la podología equina picó a Juan hace unos años, cuando se encontraba en una encrucijada laboral. En un gesto valiente, decidió dedicar cuatro meses de su vida a una escuela de Córdoba, en Andalucía, para aprender el oficio.

Esto no se aprende en un rato, es cuestión de práctica. Cambiarle los cuatro cascos al caballo puede llevarte una hora aproximadamente, depende el temperamento del propio animal”, enfatiza Juan, subrayando la dedicación necesaria para dominar la habilidad.

Aunque este joven trabaja en el mundo de la administración como su ocupación principal, el herraje de caballos es mucho más que un simple trabajo secundario. Lo considera un hobbie que aspira a convertir en su profesión.

“Soy defensor de los oficios antiguos, no me gusta que se pierdan”, comenta, destacando su compromiso con la preservación de tradiciones que están en peligro de desaparecer.

Juan también señala las dificultades burocráticas y documentales para mantener estos animales en la actualidad. “Para tener un caballo propio necesito que la finca o huerto donde vaya a estar, tenga un número de ganadería, de registro”, explica.

Lamentablemente, estas barreras limitan la presencia de estos majestuosos animales en ferias locales, como las de febrero en Tafalla.

Juan Rodríguez, joven herrador de caballos de Tafalla Saioa Martínez

Luchando contra la desaparición

El herraje de caballos es un oficio que, sin duda, se enfrenta a la amenaza de desaparición en la era moderna. “Ahora el caballo se tiene por afición, no por necesidad”, lamenta Juan. A medida que las maquinarias agrícolas avanzan, los caballos pierden su papel esencial en las labores agrícolas, convirtiéndose en símbolos de nostalgia para aquellos que buscan preservar la esencia de antaño.

A pesar de los desafíos, no pierde la esperanza y anima a los jóvenes a explorar este mundo. “Es cuestión de las vivencias y aficiones de cada uno”, afirma.

Con su dedicación y amor por los caballos, Juan se erige como un ejemplo, luchando contra la corriente para mantener viva una conexión ancestral e iluminando un camino hacia la preservación de los oficios que definen nuestra historia.

Las ferias locales

La participación en ferias locales, aunque limitada por las rigurosas regulaciones, sigue siendo una parte esencial del compromiso de Juan con su oficio. “Es una pena”, reflexiona, “pero también es cierto que no ponen facilidades para tener este tipo de animales”.

La documentación requerida, desde el número de explotación hasta las condiciones de la edificación, presenta obstáculos significativos que disuaden a muchos de mantener caballos en la región.

Estas dificultades se traducen en la ausencia de ejemplares en ferias locales como las de febrero en Tafalla, donde la presencia de caballos y otros animales de granja solía ser una tradición arraigada. Juan destaca la importancia de estas ferias como lugares donde los amantes de los caballos pueden compartir experiencias y conocimientos.

Sin embargo, la falta de incentivos y la burocracia asfixiante amenazan con silenciar estas celebraciones, dejando a Juan y otros defensores de los oficios antiguos luchando contra viento y marea por su preservación.