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Casa Ibarrola, en Doneztebe, baja la persiana

Maite Ibarrola Manterola, nacida en Doneztebe en el año 1960, se jubilará en julio y pondrá fin a la trayectoria de la centenaria mercería

Casa Ibarrola, en Doneztebe, baja la persianaOndikol

Curiosamente Casa Ibarrola o Mercería Ibarrola, como le llaman también, no tiene persianas en sus escaparates, pero el 31 de julio cerrará sus puertas, quizás para siempre. Ya no es una novedad que establecimientos centenarios desaparezcan en los pueblos, normalmente por jubilación y falta de relevo generacional.

La historia de Casa Ibarrola comenzó en 1918, cuando con una licencia de quincallería y bisutería, el abuelo de Maite, Miguel Ibarrola Mutuberria, y su esposa Ángeles García Falces abrían el negocio en la casa Elizaldea (1813). Posteriormente, hacia 1930, el negocio se trasladó a la casa Korkollenea (1571) que es donde se ubica actualmente, en la calle Parroquia 6 de Doneztebe. Posteriormente se hizo cargo del negocio Visi Ibarrola, tía de Maite, hasta que en 1985, la actual propietaria dejó sus estudios y comenzó a trabajar en la tienda con su madre Eulalia Manterola.

En los inicios, en el nuevo local -recuerda Maite- que “era banco y mercería, porque mi abuelo era agente del Banco Vizcaya, había una parte donde estaba cobrando letras o lo que se hiciera y, al lado, estaba la tienda donde atendía mi abuela”. Aún se mantiene el mostrador del banco, que duró hasta 1958, cuando se abrió una sucursal en la localidad. Es entonces cuando el abuelo de Maite se fue a la sucursal y en la tienda se quedaron su tía Visi y su amatxo Eulalia.

Recuerda Maite que “hasta el año 1981 la tienda era la típica tienda de pueblo donde se vende de todo, era droguería, se vendían telas, sábanas, manteles, camisas, pantalones mahón, y encima de los mostradores había unas urnas de cristal donde, en un lado, estaban los botones y en otro lado, la bisutería, los pendientes, las pulseras”. Recuerda también que se vendían artículos de mujer y hombre. Ese año, en 1981, murió el abuelo y “pudimos meter pala y hacer obra en la tienda. Quitamos la droguería, la bisutería, las telas, las toallas, las sábanas, mantelería y la ropa de hombre y mujer, y organizamos ya la tienda como específica de ropa de niño y mercería”.

“A mí la mercería me ha gustado siempre; los botones, los hilos, las lanas, como un complemento además de la ropa de niño”, señala

Cierre tras 107 años

Y ahora llega el cierre de la tienda tras 107 años por su jubilación, algo que no le da pena. “Pena no es la palabra, no sé qué sensación es, pena me hubiera dado si por ejemplo hace unos años, en el 2008 con la famosa crisis y estuve a punto de cerrar... eso sí me hubiera dado pena, tener que cerrar porque no era viable, o que físicamente no pudiera seguir. Cerrar así me da cosa, porque a mí me han salido los dientes en este mostrador, a mis hijas lo mismo, aquí la gente entra a casa y entra por la tienda; en el fondo trabajo en mi casa”, expone. De hecho, su aita Miguel, con 92 años, cumplirá 93 en mayo, y está sentado cómodamente en la trastienda de la tienda.

“Lo que tengo es una satisfacción muy grande de poder acabar mi vida laboral con la tienda, que no me ha pasado por encima. Ha habido altibajos, momentos de tirar la toalla pero lo hemos conseguido”, afirma.

Servicios necesarios

Del cierre de tiendas en los pueblos señala que “se veía venir, no podemos tener tiendas si la gente no las necesita, tenemos que tener servicios que se necesiten. La gente no necesita tiendas hoy en día, siempre hay alguien en casa que teclea el ordenador y, al día siguiente, tienes el paquete en casa”.

Afirma que “Doneztebe se está quedando como pueblo dormitorio; la gente trabaja fuera, si tú vienes a las 5 de la tarde de trabajar, pues tienes todas las oportunidades de venirte con la compra hecha”.

No tiene claro qué hará a partir del 31 de julio, día que se jubila: “No tengo ni idea de lo que voy hacer, algún tiempo nada. Lo primero que quiero es acomodarme a no tener horarios, que me despierte a las 7 de la mañana y diga, huy, pues no me tengo que levantar, y no sepa ni qué día es; será un proceso de adaptación que habrá que hacer”.

Difícil relevo

Ve difícil que alguien se haga cargo de la tienda. “En la familia nadie, aunque mis hijas podrían trabajar tranquilamente porque han estado aquí conmigo como estuve yo con mi madre, conocen a los proveedores, conocen el sistema, pero tienen su vida fuera de aquí”, admite.

Hasta el día de su jubilación Maite seguirá tras el mostrador como ha estado estos últimos 40 años, vendiendo lo que le queda de material, y una cosa tiene clara: “Mi escaparate nunca estará apagado, no voy a poner papeles blancos en el escaparate, he pensado en poner vinilos. Aún no sé qué pondré, algo seguro, los gigantes en fiestas, Olentzeroen Navidad... los escaparates cerrados y apagados son oscuridad, por lo menos de día las luces estarán encendidas aunque la tienda ya no esté”, subraya.