Síguenos en redes sociales:

Del Retiro de Madrid al retiro en Arrieta

Isabel Etxamendi y Jon Usandizaga dejaron en 2020 una cómoda vida en la ciudad para ofrecer retiros de yoga y meditación en un pueblo del valle de Arce

Del Retiro de Madrid al retiro en ArrietaPatricia Carballo

Tenían una vida cómoda, un buen trabajo y un piso con vistas al Parque del Retiro en el corazón de Madrid, pero decidieron dar un giro radical y mudarse hasta una casa ancestral de un pequeño pueblo del valle de Arce.

Éste es el viaje que emprendieron Isabel Etxamendi, con raíces navarras, y su pareja Jon Usandizaga, natural de Bilbao, que hace cinco años dejaron sus trabajos, ella como fotógrafa y él como directivo en una multinacional, para instalarse en la antigua casa familiar de Isabel en Arrieta, la histórica casa-palacio Marterena donde ofrecen retiros de yoga. Un viaje –como ellos dicen– muy humano y desde el corazón. “No fue fácil porque teníamos una muy buena vida y cuesta mucho dejarla, pero el coronavirus nos lo puso en bandeja. Era el momento”, aseguran.

VIVIR EN TRIBU

Y es que, bajo el nombre de Centro de Retiros de Yoga y Meditación en los Pirineos, llevan una década ofreciendo retiros en Arrieta aprovechando los veranos que pasan aquí y los conocimientos de Ion como yogui, pero no fue hasta 2020 cuando dieron el paso definitivo de establecerse. “Había un componente familiar muy importante. Era la casa de mis ancestros, la casa de mi padre que teníamos que cuidarla y no dejar que se cayera para mantener la familia. Y, además, tenía naturaleza alrededor, una huerta de la que comer…Todo lo que te da el pueblo que con el coronavirus se magnificó”, reconoce Isabel.

No sólo la pandemia les llevó a tomar la decisión de cambiar la ciudad por un pueblo, sino también el deseo de ofrecer a su hija, de entonces 5 años, una infancia más libre y segura. “Nos cuestionamos mos qué era la vida de una niña en una gran ciudad. En Madrid ya se empezaban a oír casos de secuestro cerca de nuestra escuela. Y aquí sabíamos que la niña iba a estar en un entorno seguro y con amigas de su edad”, expresan, loando la crianza en comunidad. Porque si algo resaltan de la vida rural es que se vive y se cría “en tribu”, que siguen existiendo unos valores de apoyo y de compañerismo que hacen que en los pueblos “se mantenga la esencia”.

La transición a la vida campestre no fue repentina. Isabel pertenece a la 15ª generación de la Casa Martearena y, hasta que falleció su padre hace pocos años, han contado con su inestimable ayuda. Así, en estos 10 años, han aprendido a trabajar la tierra, a entender los ritmos de la naturaleza y a manejar un tractor o una motosierra, nociones básicas para la gente que vive en el campo. “Hay una sabiduría muy profunda que llevan generaciones aprendiendo y que en la ciudad no la vives. Estás muy desapegado, no profundizas con las estaciones y aquí valoras algo tan tonto como tocar la tierra”, expresa Jon.

MILAGROS Y SANACIONES

Así, desde una emblemática casa-palacio de origen medieval, que fue Cabo de Armería y que también han descubierto que tiene alguna conexión con la orden de los templarios, Isabel y Jon ofrecen un refugio de paz y calma a toda aquella persona que necesita parar su mente. En retiros de 2 días, en fines de semana, o de 3-5 días en festivos y veranos, ofrecen clases de yoga y meditación (próximamente de chamanismo), salidas a la naturaleza, comida de huerta y hospedaje en una de las 9 habitaciones rústico – modernas con baño privado. “Lo que ofrecemos es parar. Buscamos que cada uno obtenga sus respuestas y su verdad mediante la naturaleza, el yoga y la meditación”, apostillan.

Una calma que ha tenido sus resultados. En diez años, más de 3000 almas han pasado por sus retiros. Gente que llega perdida, agotada, estresada… acaba yéndose curada o, al menos, en proceso de curación. Cuentan casos como la sanación de una anoréxica que, a raíz de estar en el retiro, volvió a comer; de una persona con problemas en los ojos que nunca más tuvo que echarse gotas o una madre que no podía amar a sus hijos y que, tras regalarle su marido este retiro, acabó abrazándolos con amor de verdad. Pero no hay que mirar casos extremos, Isabel y Jon también han visto pasar gente con problemas cotidianos como personas que no pueden dormir, personas estresadas en el trabajo, abuelas sobrepasadas por la carga de cuidar a sus nietos, o personas divorciadas que necesitan un tiempo de reflexión. “Nosotros nos quedamos alucinados. Todo esto refleja que nos marcamos unos objetivos que nos impiden ser personas y tener un break es sanador y milagroso. Nos sorprendemos al ver que la vida de muchas personas ha mejorado. No porque nosotros seamos especiales, sino que es un conjunto de circunstancias: el lugar, el grupo, el vivir en comunidad, la buena comida, los bosques de aquí”, confiesan.

Una experiencia que no sólo deja poso en quienes la viven, sino que a ellos también les deja una huella profunda. “Todos los grupos nos aportan energía y alegría y notamos mucho el vacío cuando se van. Ver la sonrisa con la que se van y los milagros que suceden es muy gratificante. Así que sí, sólo por eso, nos ha compensado venir a vivir”, concluyen con emoción.