Cuando Cascante llenó el Vaticano
Medio siglo después de la canonización de Santa Vicenta María López y Vicuña, la localidad ribera recuerda cómo 500 vecinos y vecinas viajaron a Italia para vivir ese histórico 25 de mayo de 1975
“¿Cómo fui yo? ¡De rebote! La Caja de Ahorros sorteó viajes y me tocó”. El pintor y escultor cascantino Javier Hernández, entonces un muchacho de 25 años, cumplía hace medio siglo su sueño de juventud. “Ir a Roma era mi gran ilusión, me apasionaba el pasado romano de ‘Cascantum’ y quería descubrirlo allí”, afirma quien, cincuenta años después, es uno de los más jóvenes en recordar cómo vivió, en el Vaticano, aquel 25 de mayo de 1975.
Esa fecha pasó, inmediatamente, a ser quizás la más importante de la historia reciente de Cascante. Ese día una de sus vecinas, la entonces beata Vicenta María López y Vicuña, fundadora de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada, fue canonizada por el Papa Pablo VI en una Basílica de San Pedro abarrotada de gente. Se estima que había 500 cascantinos y cascantinas. Santa Vicenta se convirtió en ese momento en la primera santa navarra.
El viaje
Javier, que llegó a la capital de Italia en autobús junto a un puñado de amigos y “mucha gente mayor”, comparte sus anécdotas de aquellos días con los entonces concejales Fernando Huerta (84) y Joaquín Huerta (79), así como con la viuda de Jesús Sola, Concepción Hernández (90). “Los del Ayuntamiento fuimos en autobús a Barcelona y, desde ahí, en barco a Génova. Luego pasamos por Pisa y Padua, hasta Roma”, detalla Fernando. Y recorrieron otras ciudades más, incluso, ya de vuelta, pasaron por las playas de Cannes. Como dice Joaquín, “ahora ir a Roma está al alcance, pero hace 50 años era lo máximo”.
A sus 95 años y con la memoria intacta, Agustina Martínez se sienta en la misma mesa y nos aporta su visión. Ella también viajó en otro de los grupos, pero fue en tren. Y lo revive así: “Recuerdo como si fuera hoy cuando estaba en el campo y, subida en el remolque dije, completamente en serio: Así como voy, ahora mismo me iba a Roma a ver al Papa. Y me fui, pero mi viaje solo duró cuatro días, contando el día de ida y el de vuelta”. Ya casada y con dos hijas, se sumó ella sola a otras vecinas y logró ver, muy de cerca, al Papa. Tal y como lo soñaba mientras recogía las olivas.
Visualizan perfectamente ese momento, el que más les impactó. La entrada de Pablo VI, por el pasillo central de la Basílica, alzado sobre la silla gestatoria, un trono portátil que poco después se dejaría de utilizar y que les permitió casi tocarle. “¿Os acordáis que ‘la Jesusa’ se subió al banco y gritó ¡Viva el Papa!?”, ríen. Concepción tampoco olvida cómo se prepararon para ir elegantes en tan importante ocasión. “Las mujeres de los concejales íbamos hasta con peineta y mantilla”, destaca. Y, ¿cuánto les costó, desde ese instante, acostumbrarse a decir ‘la Santa’ para referirse a quien, hasta entonces, era ‘la Beata’ o, simplemente, la Madre Vicenta?
En sus miradas, por momentos vidriosas, se refleja la emoción. “Escuchar el nombre de Cascante, alto y claro, en medio de aquel inmenso lugar… Es algo que nos llenó de orgullo a todos, no se puede explicar”, reconoce Joaquín, “¿y la emoción cuando nos encontrábamos con nuestros vecinos en medio de esa plaza enorme?”. Javier, dice, se topó incluso “con uno de Ablitas que nos pilló el acento a la primera”.
“Escuchar el nombre de Cascante, alto y claro, en medio de aquel inmenso lugar… Es algo que nos llenó de orgullo a todos, no se puede explicar”, reconoce Joaquín.
Recuerdos
Son días para la nostalgia. Los nombres de quienes ya no están aparecen en cada anécdota, en cada recuerdo. Como el de Ceferina Fernández, que se dirigió hacia Roma pertrechada con un gran cesto de mimbre lleno de magdalenas. También están presentes los sacerdotes locales de aquellos años. “Don Florentino Lategui concelebró, ¿verdad?”, quiere confirmar Agustina, sobre la función que ese día tuvo el entonces capellán del Santuario del Romero. “Sí, y para las ofrendas se llevaron espárragos y un pequeño tonel de vino, precioso”, complementa Fernando. Tampoco olvidan a su todavía vecina, la religiosa María Jesús Martínez, residente en Roma, que participó en el momento de las ofrendas junto al entonces alcalde Miguel Burgos y su esposa, María Motilva. “Luego, junto con algunos ministros, les recibió el Papa”, destaca Joaquín.
Si los aplausos retumbaron en San Pedro, igual ocurrió en Cascante. El mismo 25 de mayo de 1975, a 1.727 kilómetros de allí. “Al volver nos contaron que aquí, don Enrique Arellano, celebró misa justo a la misma hora y, al recordar lo que en esos momentos estaba pasando en Roma, todo el mundo aplaudió muy, muy fuerte”, detallan. Y es que, si ese mismo momento ocurriera hoy, todo se seguiría minuto a minuto por televisión o Internet, pero era otra época.
Otro mundo fuera de Franco
Una época en la que salir de una España gobernada aún por Franco era abrir los ojos a un mundo diferente y bastante desconocido. “Fue la primera vez que manejamos otra moneda que no fuera la peseta… ¡ahí usaban liras!”, destacan. Pero, sin duda, una de las cosas que más les impresionó fue pasar ante la sede del Partido Comunista de Italia que, aquí en España, todavía no era legal. También vieron otras formas de vestir, más modernas, especialmente en las ciudades costeras.
“Fue un viaje para no olvidar, no paramos de aquí para allí aquellos días”, rememora Joaquín, quien nunca ha vuelto a pisar la capital italiana. Fernando recuerda con cariño incluso al guía, que era su tocayo, y al chófer que les paraba en cada rincón. Javier también visualiza aún a los carabineros que, en el Foro Romano, le llamaron la atención porque “en mis ansias juveniles de conocer y conocer, me acerqué más de la cuenta a un mapa para confirmar que Cascantum había sido importante en las posesiones romanas”.
Todos juntos recuerdan una frase que no es ni de Agustina, ni de Joaquín, Javier, Fernando o Concepción. Es de don Jesús Sola, el difunto esposo de esta última, pero todos sonríen al recordarla. “¡Ay Santica Vicenta! ¡Que por ti fuimos hasta Roma!"