Boni Luis Erdozia y Clarita Olmedillo Aldasoro, de Lizarraga y Altsasu respectivamente, han entrado a formar parte del selecto club de centenarias. Y es que estas dos sakandarras han cumplido esta semana cien años de vida. Aunque no se conocen, comparten un tiempo y un territorio; una infancia marcada por el alzamiento fascista y una juventud de posguerra. También mucho trabajo detrás.
Boni le lleva cuatro días a Clara. Nació un 5 de agosto de 1925 en este concejo de Ergoiena, un aniversario que quiso celebrar el martes con una fiesta por todo lo alto con una merienda a la que estaba invitado todo el pueblo en la puerta de su casa, Linosena, en la misma plaza. “Nos dijo que quería celebrar su cumpleaños así, y que no faltasen morcillas caseras”, contaba su nieta Amaia Elso. Así, sus hijos e hijas prepararon fritos, tortillas, sin faltar queso en esta tierra de pastores además de tripotas, txistorra y panceta a la brasa entre otros alimentos. Y es que en los pueblos, y más antes, en toda celebración que se precie la comida es fundamental.
Fue un día lleno de emociones y de encuentro de toda la familia así como de buena parte de los vecinos y vecinas de Lizarraga que se unieron a la celebración. Ya por la mañana, los auroros del pueblo fueron a cantarle a su casa. Después se reunió la familia en una comida y por la tarde fue la merienda popular. Además, el Ayuntamiento de Ergoiena le rindió un pequeño homenaje y no faltó un aurresku, que le bailaron su nieta Edurne junto a sus bisnietas Ane, Mireia e Irune. No hay fiesta sin música, y sus bisnietos Oihan y Mairi le cantaron Txoriak txori.
Matriarca de una familia con amplia descendencia
La tercera de cinco hermanos, Boni comenzó a trabajar siendo niña. “Fue a servir a Etxarri y cuenta que se escapaba a Lizarraga”, recuerda su nieta. Casada con Cesáreo Elso, también de Lizarraga, tuvieron cuatro hijas y dos hijos. La familia ha crecido con 14 nietos y 11 bisnietos. “Está de maravilla. La cabeza la tiene de cine. Físicamente siempre ha estado muy bien pero hace unos meses se cayó y ha bajado. En la huerta anduvo hasta los 96 años”, apuntó su nieta.
Y es que Boni es una de esas mujeres, que en segundo plano, eran pilar de las familias, madres y trabajadoras sin apenas descanso. “Hace unos años, cuando se murió el abuelo con 96 años, quisieron ponerle una cuidadora y no quiso, que a ver que iba a hacer ella. Desde que se cayó vive con sus hijos e hijas. Hasta entonces era autónoma, siempre arreglada con su blusica y falda, y con los labios pintados si tenía que salir de casa”, comentaba Amaia. También recordaba que la amala les hacía talos para merendar y les cantaba canciones.
Clarita, una centenaria de Altsasu con tacones
El cumpleaños de Clarita fue el sábado y lo celebró con los suyos. Como siempre, iba hecha un pincel; bien peinada y vestida, con zapatos de tacón. Por la mañana, a las once, ofreció un lunch a sus amigas en la cafetería Zelai y después comida familiar en un restaurante de Arbizu. Tampoco faltó un aurresku, que le dedicaron su sobrina nieta Naia y su amiga Eider. Le pilló por sorpresa en un día con los sentimientos a flor de piel. Lo cierto es que ayer era un manojo de nervios. “Suelo dar una vuelta con mi amiga Carmen al mediodía pero con estos calores llevaba unos días sin salir”, apuntaba. De lo que no prescinde nunca es de su cita semanal en la peluquería.
Autónoma, no utiliza ni bastón, vive sola. “Me arreglo de maravilla”, asegura reacia a contratar una cuidadora por la mañana, como le aconsejan sus sobrinas. “Me levanto cuando quiero y hago lo que me da la gana. Mientras me arregle quiero seguir así. Una mujer viene unas horas a la semana para hacer limpiezas que yo no puedo porque no me siguen los brazos pero para lo demás no me hace falta”, incidía. Y es que esta altsasuarra es un prodigio de la naturaleza. A un físico envidiable le acompaña una cabeza lúcida. “No toma ninguna medicación. Le falla la vista”, comentaba su sobrina, Erkuden Olmedillo. “Es porque he sido 40 años bordadora. Ahora que tengo tiempo para hacer labores no puedo”, lamenta.
Una larga vida entre Altsasu y Barcelona
Y es que a Clarita también le tocó trabajar desde niña. “Sin dejar la escuela, con nueve años empecé a bordar”, recordaba. También fue modista y trabajó durante más de 12 años en una tintorería y otros tantos como operaria en Isphording, hasta su jubilación. Su vida tiene mimbres de novela romántica. Y es que en su juventud se enamoró de un catalán, Domingo Castro, pero el noviazgo no prosperó porque no quería alejarse de sus padres. Casi medio siglo después, después del fallecimiento de su madre con 93 años, fue el reencuentro. Entonces se casó y se trasladó a Barcelona. “No tenía escapatoria”, bromea. En la capital catalana residió durante 22 años, hasta el fallecimiento de su marido en 2010, Entonces decidió volver a su pueblo, a la calle San Juan, a pocos metros de dónde nació hace un siglo.
“No pensaba que iba a vivir tanto. Estoy agradecida a la vida”, contaba. Aunque no tuvo descendencia, siempre ha mantenido una relación muy estrecha con sus sobrinos y sobrinas, con los que se reunió en una comida así como su descendencia. Eran 25 comensales. También estaba su hermano Gerardo, de 96 años, y su cuñada, Juanita Arakama, de 93. “Gracias a que les tengo a todos cerca. A cualquier puerta que llame me van a ayudar”, destacó. Lo cierto es que su familia está pendiente de Clarita, atenta todas las mañana a que levante las persianas