Si la visitas a media mañana en su casa del barrio Lourdes, estará comiendo carne de membrillo y nueces. El consumo de estos frutos, combinados con el dulce casero que elabora ella misma, es uno de los secretos que explican la longevidad de Gabina Escalada Ruiz (Valdegutur, La Rioja, 3 de octubre de 1925). “Desayuno café con leche y magdalena, luego como lo normal: alubias, arroz... Después de la siesta otro café con una pasta y para cenar tortilla o sopa, algo ligero”, detalla sobre su dieta. ¿Y pastillas? Su sonrisa pícara nos da la respuesta: “Una. Por la mañana, para la tensión, y las vitaminas para el cansancio”.
Solo el oído le dificulta seguir bien la conversación. Soraya, su nieta, le asiste permitiendo que ella relate su larga vida, salpicada de anécdotas, casi todas felices. Se levanta del sofá sin ayuda, se apoya en un bastón y coge los álbumes familiares. Ahí está José Escalada, su esposo fallecido hace 20 años, y sus tres hijos: José Ramón, María Nieves y Conchita. También aparecen Sergio, Sandra, Soraya, Andrea, Nerea, Candela y Lucas. Son sus cinco nietos y sus dos biznietos.
Riojana de nacimiento y tudelana de adopción, al jubilarse el matrimonio se trasladó a la capital ribera, donde vivían ya sus tres hijos. Antes, Gabina se retrata trabajando en el campo, con varios de sus diez hermanos. “Con la Rosario íbamos a segar el trigo, la cebada… y la Amparo iba con las caballerías”, cuenta.
Tres de sus hermanos siguen vivos. Incluso hay alguien que le supera en edad. Amparo, que vive en Fitero, tiene 102. “Mira, la foto es de este verano, cuando fuimos al pueblo”, enseña. Amparo y Gabina, apoyadas cada una en su bastón, posan erguidas y sonrientes. Les siguen con fuerza Vitorino (96) y Gregoria, algo más joven.
De pueblo en pueblo, en burro
Su infancia y juventud las pasó entre la escuela y el campo, pero de mayor quien le marcó, aparte de la familia, fue el burro negro con el que recorría los pueblos de la comarca. “Mi marido era el cartero, pero como pagaban poco, yo repartía el correo para que él fuera al campo”, rememora. Ataba al burro a la entrada de Cabretón para repartir a pie. Antes, paraba en el Convento de las Carmelitas Descalzas. “Y luego ya ibas en bicicleta mamá, ¿te acuerdas que aprendiste con nosotras?”, ríen sus hijas.
Quizás por eso, al cumplir 90, tuvo claro su regalo: “Pidió esa bici estática”, afirman señalando una esquina del salón. La vitalidad de Gabina no tiene límites. Para los 100 quiere una fiesta: “Iremos al pueblo e invitaré a chocolate con churros”, confiesa, “¿vendrás?”. Siempre vuelve a Valdegutur. En diciembre a recoger olivas, en enero a hacer chorizos y en abril morcillas.
“Abuela, ¿y quién lanzó el cohete este año en las fiestas?”, pregunta Soraya. Ambas ríen al recordar.
¡A jugar la Primitiva!
Otra costumbre de Gabina es echar la Primitiva los lunes. “Me bajan al estanco, pero no me toca nunca… bueno sí, ayer cobré seis euros”, bromea. También reúne a la familia los domingos y luego juegan a las cartas. Hasta la pandemia jugaba en el Club de Jubilados La Ribera. “Me gusta jugar a los seises”, detalla.
Aunque pasea por la calle, disfruta de su patio, cuida un pequeño huerto y contempla cómo crecen sus flores y uvas, a pocos días de su centenario Gabina ha ido más allá. “He vuelto a la escuela”, explica, “me llevan los martes y jueves a un centro, para que no se me olviden las cosas, antes venían a casa, pero hoy he empezado allí y ya quiero volver”.
Nueces, membrillo, ir al pueblo, jugar la lotería, estar activa… Pero, ¿cuál es el gran secreto de Gabina para llegar a los 100 años? Nos lo cuenta antes de arrancarse a bailar al son de Manolo Escobar:
“Hay que ser una buena familia. Que siempre la familia esté unida. Unida de verdad, ¿eh? Sin reñir y, sobre todo, con cariño verdadero”.