s una historia más de resistencia en esta guerra. La de un aislamiento más duro que el del resto, un confinamiento sin vivienda. Podría estar a cobijo en un centro de transeúntes, ya se lo han ofrecido, pero se niega. Está enganchado al vino y tener que cumplir unas normas no le viene bien.

Desde que se quedó sin techo hace dos años Ángel Ramos González nunca pensó que las calles que un día le recogieron quedarían desiertas de la noche a la mañana, y que en su deambular de cajero en cajero, al otro lado del cristal, las personas desaparecerían como si de un mal sueño de borrachera se tratase. El consumo de alcohol, "el vino es mi válvula de escape" junto a la radio, no le ha nublado sus recuerdos ni su deseo de subir del suelo y poder vivir en una habitación. Tiene dos hijos viviendo con su ex mujer en San Sebastián.

"Y los quiero. Se que están bien, que no les falta de nada, ya son mayores, de 16 y 18, pero no puedo ir a verlos", reconoce. No tiene ni para coger el autobús. Su última relación terminó con una "bronca monumental" y una "denuncia vecinal". Ha pasado seis meses en prisión en Pamplona y tiene orden de alejamiento de su ex pareja. "Como ahora vivo no puedo seguir mucho tiempo", asume. Hace dos meses y medio solicitó la renta garantizada. Cuando llegue, confía en tener una habitación y empezar una vida "normal".

El día 30 salió de prisión y se refugió en otro cajero, también de Burlada. "Si salgo a la calle la policía me dice que no puedo estar fuera. Aquí estoy de momento bien. Me respetan. Una vecina me llevó el otro día toda la ropa a lavar. Otra me trajo una manta... Cuando entran al cajero de noche algunas me tapan... me traen comida, me dejan monedas en el vaso... todo buena gente", explica aunque también los hay que muestran su extrañeza al ir a sacar dinero. Las circunstancias son distintas.

Su madre María del Carmen comparte piso (vive en una habitación) muy cerca, en Burlada, pero con un subsidio de desempleo y 61 años "no puede hacer más". Antes su hijo, nacido en Beasain, acudía al comedor de Cáritas en Burlada, ahora recoge su madre el táper y lo calienta en el microndas. "Ayer le dejé que subiera a cambiarse de ropa a la habitación pero no es mi vivienda", confiesa.

"Trabajó en la construcción, tuvo unos años buenos pero luego empezó con la droga.. la dejó, y ahora está con la bebida. Además, ha estado ingresado dos veces; le dieron ataques epilépticos. Ando vigilante, me preocupa sobre todo las noches...", subraya quien le mira a diario la libreta para ver si ha habido ingreso. No le gusta ver a su hijo tirado en un cajero y expuesto a cualquier virus pero él no tiene miedo a eso, incluso se ríe. "Es una mariconada. Una gripe como otras muchas. Yo nunca me he cogido nada y llevo 2 años en cajeros. El coronavirus es para débiles, mi padre me dice que a esta sangre mía no se le pega nada", asegura a sus casi 41 años desoyendo los avisos sanitarios sobre la pandemia. Le gustaría ir a Salamanca y estar con él -"tenemos buena relación"- pasando antes por San Sebastián. Hasta entonces, toca vigilar a la banca.