Cuando Meghan Sapp e Iñigo Arana se conocieron, ella le aseguró que su sueño era vivir en un rancho. Y así fue. La pareja formada por el donostiarra y la estadounidense, natural de San Francisco, comenzó hace ocho años con la búsqueda de un terreno donde construir su casa y, tras visitar 60 lugares, compraron la borda Martixene, lo que hoy es Curly Creek Ranch, situado en Oskotz, un municipio del Valle de Imotz que cuenta con 64 habitantes.

El nombre del rancho, que estrenaron hace cinco años y medio, homenajea a uno de los grupos de música favoritos de la pareja. “Meghan es la tercera generación de criadores de caballos y ella se trajo al suyo de EEUU. Allá, cuando nace un caballo, le ponen las iniciales de su rancho. Buscamos algo que fuera CCR, porque es una de nuestras bandas favoritas, Creedence Clearwater Revival. El ‘ranch’ era claro, como hay un arrollo por ahí abajo, pusimos ‘creek’ y yo tengo el pelo rizado, así que añadimos el ‘curly’. Y así quedó”, relata Iñigo.

Dos orígenes unidos

Aunque tenga nombre de rancho, Iñigo y Meghan han unido sus dos orígenes en Curly Creek y la vivienda esconde tanto objetos como tradiciones de la cultura vasca y la estadounidense. “Tenemos nuestras lámparas de ruedas, nuestros animales y caballos para montar, nuestro arco de entrada... pero en mitad de Navarra”, dice Iñigo, “pero también con los lauburus, los eguzkilores… es una mezcla de todo”, añade Meghan. “El diseño de la casa es el típico de las bordas aquí. La forma, el tamaño, tener los animales abajo y las personas encima. Con la misma huella de la antigua casa, Martixene”.

El aspecto más importante de la vivienda, que engloba su estilo de vida y su trabajo, es que es sostenible y supereficiente en todos los sentidos. Los materiales que utilizaron para su construcción son de kilómetro cero. “Nosotros hemos venido aquí para mostrar que se puede vivir de una manera sostenible, pero teniendo todos todo lo que queremos y necesitamos viviendo en el siglo XXI. Tenemos lavavajillas, lavadoras, arcones, wifi y todo eso. Vivimos una vida normal, pero desconectada de la red y produciendo el 95% de nuestra energía con la solar y eólica”, explica Meghan.

El rancho cuenta con baterías de almacenaje y un grupo de generador backup, un equipo de autoconsumo fotovoltaico que es capaz de suministrar energía cuando no hay red eléctrica. Por esto, la vivienda empezó como un proyecto demostrativo de su empresa Planet Energy, que se dedica a integrar energías renovables en la agricultura y producción de alimentos.

La comida que consumen viene casi al 100% de lo que les aporta el rancho o de productores locales que hacen una gestión ecológica de los animales. Además, venden sus productos, huevos y verduras, a familias de Navarra y Gipuzkoa. “Nosotros practicamos el manejo holístico, que es un tipo de producción regenerativa que tiene que ver con cómo queremos que los bienes que gestionamos sean en cien años. Cada vez que tomamos una decisión es con este concepto, intentar que nuestra forma de vida esté alineada con los procesos naturales”, expresa Meghan.

La pareja realiza este tipo de producción que se practicaba generaciones atrás y espera que este estilo de vida se vaya expandiendo en la sociedad. “Lo hacemos por vocación, es la esencia de las bordas de toda la vida. Antes no vivíamos así, viajábamos mucho por trabajo pero decidimos que lo que queríamos era otro tipo de cosas, vivir conectados con la naturaleza y producir nuestra comida y energía”, asegura Iñigo.

El solsticio y Acción de Gracias

Compartir con su familia y amigos este estilo de vida es de lo que más les gusta a ambos, por eso, tienen dos citas muy importantes durante el año. “Acción de Gracias es una celebración muy importante en Estados Unidos. No va de dar regalos, es juntar a la familia y agradecer lo que tenemos. Eso para mí es muy importante, una forma compartir culturas. Ese día, ponemos pavos, los horneamos al estilo americano y hago tartas de calabaza, boniato, nueces, con la receta típica de mi bisabuela”, relata la americana.

La otra gran fiesta que realizan cada año es la del solsticio, cuando se juntan en el rancho decenas de personas. “Es otro tipo de agradecimiento, el arranque del verano, el buen clima, amigos, cerveza, animales... no necesitamos más”.

Además de compartir estas tradiciones con amigos, Meghan e Iñigo practican desde hace cinco años el Woofering, un sistema de voluntariado en el que acogen en el rancho personas que trabajan en él y reciben a cambio alojamiento y comida. “Hemos recibido a personas de todo el mundo y para nosotros es una experiencia muy importante porque enseñamos a los jóvenes, que son los que van a cambiar las cosas, que esta forma de vida no es una fricada”, asegura Meghan.

Rodeados de animales, vegetación y tratando a su entorno de forma digna, Iñigo y Meghan continúan cada día dando pasos para vivir de la naturaleza de una forma respetuosa, haciendo que perdure y enseñando a su al rededor que esta forma de vida es posible.