Ni los errores en el programa de fiestas, ni el acuciante calor han podido con la XLVII Gigantada, uno de los acontecimientos más queridos y esperados por los pequeños santaneros, que desde las once de la mañana han acompañado a las casi 100 figuras que han recorridon las calles de Tudela. En total, 85 gigantes de 21 comparsas de toda Navarra que no han querido fallar a la llamada de la Orden del Volatín. De nuevo, los seis gigantes de Tudela han sido los más solicitados, aunque no han faltado los debates sobre quién era el más alto y cuál era el “más chulo”. Cualquier detalle resultaba relevante: si estaban serios o sonrientes, si llevaban espada, escudo o cualquier otro objeto que dejara fluir la creatividad e imaginación.

En torno a las 10.30 horas, los gigantes han comenzado a concentrarse en el Paseo del Queiles. Bien cargados de botellas de agua para los bailadores, estos se preparaban para la intensa jornada que les esperaba. Mientras, los gigantes recibían las primeras visitas de los niños más leales, deseosos de encontrar a su gigante favorito o dispuestos a dejarse seducir por uno nuevo. A las 11.15 horas, ha comenzado el desfile por las calles Zurradores y Yanguas y Miranda, donde se desdobló en tres recorridos: uno partió hacia la plaza de la Judería por el Muro, otro subió por la calle Eza hasta la plaza de la Constitución y el último alcanzó la plaza Sancho el Fuerte. A la 13.30 horas, se producía el momento más especial, el baile final en la plaza de los Fueros, cuandotodos los gigantes bailaron al son de la música de los Gaiteros de Tudela.

Así, durante casi cuatro horas, los gigantes han demostrado su grandiosidad ante los atentos ojos de los niños. Para muchos, esta era la primera ocasión en la que se topaban con semejantes criaturas y no han faltado las miradas de recelo e incluso de temor entre muchos de los asistentes, que se aferraban a las piernas y brazos de sus padres con gran fervor.

Sin embargo, conforme ha ido pasando el tiempo, los gigantes han sabido ganarse la confianza de los más pequeños, a los que esperarán en un futuro con las manos abiertas para recibir sus últimos chupetes. Es tradición que los niños entreguen sus chupetes a los gigantes el día final de las fiestas, asumiendo que se hacen mayores y dejando una de las imágenes más hermosas de la semana.

Pero, para dar ese paso, uno de los más importantes de la infancia, los gigantes tienen que ganarse antes la simpatía de los niños. Algo que no es sencillo, y más teniendo en cuenta que los cabezudos siempre merodean alrededor de ellos con sus porras de espuma, encorriendo a niños y no tan niños sin compasión.

Además, los gigantes no gozan de una reputación demasiado positiva. En la mitología clásica, son representados como seres violentos que aplastan y persiguen a los humanos, especialmente a los niños. David contra Goliat, Ulises contra el cíclope Polifemo y Hércules y los dioses olímpicos contra toda la estirpe durante la Gigantomaquia son solo algunos de los mitos que evidencian la maldad de estas criaturas. Para desprenderse de esta mala fama, deben hacer un gran esfuerzo de paciencia y perseverancia. Algo que, sin lugar a dudas, realizan los bailarines a lo largo de toda la semana festiva.

Luego, una vez el vínculo se ha creado, la conexión entre niños y comparsas alcanza una fidelidad sagrada, casi reverencial, bien representada en el brillo de los ojos de los más pequeños. Se entregan así a los desfiles y bailes, deseando que los gigantes aterricen en el suelo para poder introducirse dentro y observar los grandes secretos que se ocultan entre las telas. Atreverse a entrar supone un paso para el que muchos prefieren esperar todavía, pero algunos, viejos resabiados, no dudan en pedirle a los bailadores el permiso para aferrarse a las maderas y simular que ellos también pueden bailar si lo desean. No obstante, el futuro de las comparsas estará en ellos, que siempre necesitarán hombros rectos y pies habilidosos que sorteen las callejuelas y recovecos más estrechos. Afortunadamente, el cierzo reapareció para refrescar las calles y levantar las capas con elegancia al compás de la música, mezclando los colores y dejando huella sobre el ardiente pavimento.

Desde la localidad de Artica hasta Cascante, pasando por Tafalla, Pamplona u Olite, la veintena de comparsas han aprovechado el acto para rendir un homenaje póstumo desde el kiosco de la plaza de los Fueros a Javier Marín, que durante décadas organizó el evento. Al acto asistieron sus hijos, su viuda y gran parte de su familia, a los que se les ha hecho entrega de una placa en honor al hombre que fue secretario de la Orden del Volatín y “el alma de la gigantada”. Asimismo, se le ha realizadoun homenaje a la comparsa de gigantes de Tudela por su 35 aniversario.