Aunque en Altsasu los días de fiestas no tienen nombre propio, el de ayer tenía unos claros protagonistas, la personas mayores. Y es que el Ayuntamiento rindió homenaje a la veteranía, personificada en José Bergera Fernández de Garayalde y Lazcano, y Mª Clara Olmedillo Aldasoro, dos altsasuarras de la quinta de 1925. El punto de encuentro era la cafetería Zelai, a donde acude todos los días José Bergera y cuya propietaria es sobrina de Clara Olmedillo; un lugar común al que acudió buena parte de la Corporación acompañada de la Fanfarre de la Escuela de Música. Una vez allí, les anudaron un pañuelo festivo y les entregaron un ramo de flores con hojas de fresno, que en Altsasu simboliza cariño y respeto.

La Fanfarre de la Escuela de Música acompañó a la corporación al homenaje.

La comitiva se unió a las numerosas personas, entre familiares y amistades, que no se quisieron perder el homenaje. “Estoy vendido con tanta gente. No se puede atender a todo el mundo a la vez”, lamentaba José Bergera, que en noviembre cumplirá 98 años. “Es muy sociable y la pandemia nos hizo polvo”, recordaba su hija Mª Ángeles al tiempo que apuntó que siempre trabajó en el negocio familiar, primero una fragua, después un taller mecánico y, por último, en una fontanería. Es el quinto de 12 hermanos en una familia que puede presumir de longevidad. No en vano, cuando vivían todos llegaron a sumar más de 1.000 años, como recordaba Fernando, el menor de su tres hijos, el tercero es Manuel, concejal de Geroa para más señas. Viudo de Mª Ángeles Ijurco, tiene siete nietos y cuatro bisnietos.

La comida de los mayores reunió a 120 comensales en el Centro Cultural Iortia.

En un día tan especial, era inevitable hablar de las fiestas de su juventud, en plena posguerra. “Salíamos en cuadrilla y poníamos cuota para los músicos y vino. Quedábamos a las ocho de la mañana el Círculo. Teníamos que dar alegría al pueblo”, recordaba, al tiempo que señaló que todo no era fiesta. “Había que ir a la pieza a escardar nabos”.

Clara Olmedillo recordaba sobre todo los bailes de aquellos años. “En Semana Santa quitaban la música de la plaza e íbamos a Egino andando, y a las diez de vuelta en casa”, apuntó esta hija de ferroviario y con una vida con tintes de novela. Y es que en su juventud se echó un novio de Barcelona pero le dejó porque no quería alejarse de sus padres. Transcurrido casi medio siglo, después del fallecimiento de su madre en 1992 , fue el reencuentro. “Entonces no tenía escape y me fui a Barcelona”, bromeaba. Años después se casaron en la capital catalana, donde residió hasta el fallecimiento de su marido, Domingo Castro, hace 13 años.

Mujer trabajadora y activa, sin todavía dejar la escuela, con 9 años empezó a bordar. También fue modista y trabajó durante 12 años y medio en la tintorería de José Luis Arakama y otro tanto en Isphording, empresa metalúrgica que se instaló en Altsasu en los años 60. “Dejé el trabajo para cuidar a mi madre”, destacó.

Por otro lado, ayer fue la comida homenaje a las personas mayores, que reunió a 120 comensales.