Hola personas, ¿qué tal la vuelta a la puñetera rutina? Yo ya he dado mi paseo semanal y hoy lunes a las 23:55 aquí estoy para contároslo. El motivo de haber dado mi garbeo tan tempranero ha sido que quería sentir esos Sanfermines que, latentes, todavía flotan en los lugares que han sido protagonistas. Hoy he añadido un cambio importante: he ido en bicicleta. Resulta que hace meses me regalaron una bici porque estaba rota de los cambios o no sé qué, la adopté encantado con la sana intención de darle nueva vida, y así ha sido, el otro día los chicos de Mundoraintxe, en la calle San Antón, me la dejaron como nueva por 50 euritos de nada y no veáis lo agradecida que se muestra conmigo y lo bien que me lleva y me trae, es mi “Joven y veloz corcel”, así bautizada en homenaje al coche de mi amigo Gonzalo que talmente se llamaba, si ese coche hablase?

Pues bien, he tomado a golpe de pedal la calle Sangüesa para llegar a Conde Olivetto y por Yanguas y Miranda a Sarasate donde he hecho mi primera parada para ponerme un jersey ya que entre el relente de la noche y la vertiginosa velocidad que alcanza mi velocípedo tenía frío. He tomado el centro del boulevard y a mi izquierda sentada en un banco entre dos de esos reyes que nadie sabe quiénes son, había una chica como única ocupante de todo el gran paseo del genial violinista. El aire silbaba, y silbaba entre “Tengo un hermano en el tercio” y “A una madre hay que querer” salmodiando tantas jotas recias, nuestras, que se habrán cantado estos días en esos metros cuadrados. Y? hablando de jotas, ¿es posible que no haya nadie capaz de cambiar la indumentaria de las joteras?, esa falda ancha, plisada, por debajo de la rodilla es lamentable y fácilmente mejorable.

Enseguida he llegado a la Tómbola y, como corresponde a la fecha, he visto que la estaban desmontando, entonces me he acordado que he dejado de recoger “Aperitivo para dos personas canjear en información” y un premio que no sé qué es, en el boleto pone “Chaskis”. Me quedaré con la duda. Dono con gusto mis premios a Cáritas.

Mi bici, emulando el Tour del 96, ha entrado en la Plaza del Castillo y ahí había menos gente aun que en su vecino paseo: en el cuadrilátero central no había nadie, cero personas, pero en sus paredes aun retumbaba y se reflejaba lo que esta Plaza ha vivido y ha permitido vivir entre ellas siendo la gran anfitriona que siempre ha sido.

El escenario desde el que orquestas con nombres tan sugerentes como Jamaica Show, En Esenzia, Magia negra, La fania perfect o la mítica Nueva etapa, que ya era nueva cuando yo iba al cole, lo dieron todo para que aquellos que optaron por las verbenas de la Plaza pudiesen bailar, reír, beber, cantar, tocar, abrazar, besar y demás verbos que conjuguen con fiesta, el escenario, digo, ya no era más que unas pilas de madera y metal, unos tubos por el suelo y la cubierta triangular de frontis neoclásico que aun guardaba sus formas.

He dado un par de vueltas al kiosko y he visto con agrado que estaba todo impecable. La capacidad de recuperación de Pamplona es alucinante, ni siquiera quedaban malos olores, solo tres montones de basura barridos y apilados para su recogida delataban lo que horas antes ahí había sucedido.

He tomado Chapitela y he bajado a tumba abierta para salir a la plaza del Ayuntamiento, auténtico espacio protagonista de nuestra Fiesta, en él sucede lo mollar del lío: ahí em-pieza y acaba todo, es la imagen internacional de nuestro jolgorio y ciertamente, como todo el mundo dice cuando la visita, es mucho más pequeña que cuando sale en la TV.

En un ejercicio de imaginación he sido un gaitero saliendo hacia mercaderes después de hacer botar a los miles de pañuelos rojos que abarrotaban la plaza, y me he metido en la cabeza de Caravinagre para hacer correr a algún perillán que me citaba en corto, y he visto partir a las mulillas hacia la plaza acompañadas por todos los castas que tienen arraigada tan bella costumbre, mi padre me llevó muchas veces; con el cortejo la Centenaria deja volar los sones de “Pamplona Feria del Toro” del maestro Turrillas. En esas estaba, ensimismado y distraído, cuando el griterío de los balcones me ha hecho mirar atrás con el tiempo justo de retirarme de la trayectoria de un veloz Jandilla que venía abriendo la manada como un tiro y derrotando a ambos lados, si no hago un quiebro en el último segundo me lleva puesto. San Fermín con su capote ha estado al quite.

Los titanes que flanquean el tímpano de la Casa consistorial y que siempre están ahí vigilantes con sus cachiporras me han dicho que este año no han tenido que bajar a poner orden ni una sola vez. Bien.

He bajado Santo Domingo, (eso de la bici cuesta abajo no tiene parangón), he llegado al portón de los sustos y he seguido bajando hacia el puente de la Rotxapea cuando de repente las fiestas han vuelto, ya no era mi imaginación, era la realidad: eran las barracas, ¡qué grata sorpresa!, he bajado raudo siguiendo las luces de mil colores que se dejaban ver entre las hojas de los grandes plataneros, he atravesado el puente y he llegado al último coletazo festivo: estaban petadas, los mesones con público en las mesas, los artefactos infernales funcionando a pleno rendimiento: “¡¡¡Que no te lo digan, que no te lo cuenten, súbete que te diviertes!!!”, boceaba sin cesar el curtido feriante de una de las atracciones; luces, gente, bocinas, músicas, manteros, olor a fritanga y un puesto de Salchipapas. Para que quieres más. ¡Que no decaiga!

He hecho un ida y vuelta por la calle Río Arga y, dejando a mi derecha los corrales del Gas donde 48 bureles han pasado sus últimos días, he vuelto a pasar el puente y he tomado el ascensor de Descalzos para subir a lo Viejo. Intentarlo a pedal me ha parecido sobrevalorarme. En el ingenio mecánico que me ascendía he pasado la prueba del nueve de la claustrofobia: en la cabina íbamos diez personas y tres bicicletas. Y ese artilugio tiene antecedentes de parón. Ahí lo dejo.

Por Eslava he salido a la Calle Mayor, testigo también de cosas principales, entre sus paredes aun resuena la jota que hizo a San Fermín llorar y aun se adivina el vuelo de las faldas de Braulia y de Toko-Toko bailando al son del merecumbé del Negro José entonado por los “Saturninos”. He salido de nuevo a la vieja plaza de la Fruta, hoy Consistorial, y a mi bici le han salido cuernos y se ha convertido en un Cebadita, de un arreón he acelerado para correr los mismos adoquines que tantos miles de pies han hollado y que tanto miedo han soportado. He tomado la famosa curva abriéndome hacia la tienda de Pío, su privilegiada atalaya fotográfica, y he seguido Estafeta, vacía y llena a la vez, pegado a la pared izquierda, los mozos me rodeaban, me citaban, los balcones eran fuente de grito y clamor, junto a mi suenan cencerros, me centro en la calle, llego al palacio de Goyeneche, la marcha se ralentiza, se hace mimética, todo avanza como un todo, a la altura del Fitero la calle se ensancha, barro de un derrote la pared derecha, los balcones se vienen abajo, sigo mi camino y tomo el callejón que al fondo me promete luz. Una pedalada me ha vuelto a la realidad y ya en 15 de julio he tomado Carlos III para recogerme en mi tranquilo barrio.

¿Vosotros/as también los sentís? Que disfrutéis de la caló.

Besos pa tos.

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