Hoy en día no queda rastro del antiguo pasadizo, derribado en 1928, y estamos persuadidos de que no pocos pamploneses ignoraban su existencia misma.

José María Baroga, buen escritor de las cosicas de Pamplona, contaba una anécdota sobre del viejo pasaje. A principios del siglo XX, y ante las denuncias de insalubridad, el consistorio instaló bombillas en su interior, para disuadir a los guarros de hacer allí sus necesidades. Al poco tiempo, sin embargo, un guardia municipal descubrió a un barbero, de apellido Aranarache, defecando bajo una de las bombillas, y aprovechando la luz para leer el periódico. El policía amonestó severamente al barbero por su conducta, y le obligó a usar el periódico para recoger el “fruto” de sus esfuerzos. Y cuando el guardia le amenazó, diciéndole que iba a dar parte al alcalde, el amonestado le contestó, sin perder ni por un momento el aplomo: “¿Parte? ¡Por mí como si se la das entera!”. Tal cual, oigan.

En 1925 la callecita que en suave descenso une la calle de Descalzos con el Museo de Navarra estaba ocupada por un oscuro pasadizo, construido a mediados del siglo XVI, y que atravesaba de parte a parte el bloque de viviendas situado encima. El pasadizo permitía transitar desde la rúa de las Carnicerías Viejas (actual calle de Descalzos) hasta las mismísimas puertas del antiguo Hospital Provincial (actual Museo de Navarra), o incluso proseguir camino hacia el portal de la Rochapea (que estaba en la actual bajada de Santo Domingo), evitando así dar un larguísimo rodeo.

La fotografía muestra el interior del pasadizo, que adivinamos largo y lóbrego. No en vano, nuestras bisabuelas se quejaban frecuentemente del ambiente de insegura oscuridad que reinaba allí, que les obligaba a transitar de manera apresurada. Además, parece ser que algunos desaprensivos aprovechaban para hacer allí sus necesidades, mayores y menores.