ola personas, ¿cómo va la vida?, ¡venga!, ¡sursum corda!, o dicho en castellano: ¡arriba los corazones!, lo único que está en nuestra mano contra este joputa bicho es el ánimo, no lo perdamos.

Un servidor esta semana se ha pegado un paseo de órdago a la grande; esta mañana de miércoles he quedado con dos amigos, J.E.V. y J.O.E. y nos hemos dado un voltio de 9 kilómetros como 9 soles.

La cita era en la puerta de Larraina y para llegar a ella he atravesado de buena mañana nuestra querida Taconera que estaba solitaria y vestida con un otoñal terno grana y oro digno de verse. Gayarre en su personaje de El pescador de perlas se desperezaba al sol cálido de primera hora. Tras parar media docena de veces para llevarme en mi móvil tanta belleza he llegado puntual a la cita. Hemos empezado la caminata bajando por el final del baluarte de Gonzaga para salir al túnel del Plazaola y, por su correspondiente puente, llegar al paseo del Arga en su tramo de Rochapea alcanzando por él el puente de Santa Engracia. El tramo entre puentes estaba bonito, la vegetación, acorde al calendario, ofrecía un cromatismo propio de la paleta de Basiano y el río, acorde a las lluvias, llevaba viva la corriente, componiendo todo ello la imagen que nos gusta, porque con la rotura de la presa el río en estiaje es ciertamente triste, y así, con caudal, es otra cosita.

La zona de Santa Engracia está irreconocible, yo la conocí bien de muy niño cuando mis abuelos vivían en Joaquín Beunza y nuestra zona de juegos y aventuras llegaba hasta sus inmediaciones, a este lado del puente un caserón albergaba una central eléctrica vieja y desportillada a la que precedía una tapia que daba acceso a un misterioso patio, al otro lado había una fábrica de caucho que aportaba al río una masa viscosa y hedionda de residuos industriales y, cruzando la carretera, cosa que teníamos prohibida bajo pena de excomunión, estaba Villa Miranda poniendo con sus flores un contrapunto de luz, color y olor en la zona.

Hemos seguido camino dirección Cuatrovientos dejando a nuestra derecha el cruce con el paseo de los enamorados donde tenía la fábrica de charoles el señor Echamendi y, atravesando Marcelo Celayeta, avenida nominada en honor de ese sacerdote que tanto hizo por impulsar el barrio, hemos llegado a la acera donde estaba el viejo caserón que en sus bajos albergaba la tienda del inolvidable Eliseo y su fábrica de palomitas endulzadas y de aquellas manzanas bañadas en azúcar rojo que tanto nos gustaban. Esa zona sí que no la reconoce ni la madre que la parió, hace cuatro días era un cruce gris, fabril, con la azucarera de Eugüi, su chimenea y su infinidad de construcciones sin orden ni concierto a un lado y casas oscuras, cargadas de tiempo, de hollín ferroviario, de vidas duras al otro. Hemos pasado el puente que salva las vías para llegar a ese mini barrio que se construyó entre la curva del tren y la calle Santa Engracia a la derecha y entre los almacenes de la estación y la calle Ferrocarril a la izquierda y que hoy marca el comienzo del novísimo Bustintxuri.

Este nuevo barrio aun no había sido protagonista de ningún ERP y ya era hora, es un barrio nuevo, como digo, y como tal bien trazado, bien urbanizado y con casas bien acabadas, dista mucho de lo que allí había hace no muchos años, casas que se levantaron para obreros y que con el tiempo y la falta de cuidados habían degenerado en infraviviendas conformando una zona ciertamente deprimida; los depósitos de Campsa, fábricas como Perfil en frío o Gaseosas Odériz y las Hermanitas de los pobres- de solemnidad, cabría añadir- completaban el cuadro.

Hemos seguido andando carretera adelante y tras el nuevo y relumbrante Asilo y una especie de centro comercial que en sus bajos alberga el Centro de extranjería hemos tomado a la derecha por la calle de las Madres de la Plaza Mayo con sus edificios espaciados y sus grandes zonas verdes. Me he fijado que los nombres de las calles de Bustintxuri obedecen a dos temas: las primeras están dedicadas a arquitectos de renombre de ayer y de hoy, así encontramos al principio las calles de Ventura Rodriguez y Santos Angel Ochandategui, padres de la fachada de la Catedral, del decimonónico y modernista Martinez de Ubago, autor de la estatua de los Fueros, y de los contemporáneos Sainz de Oiza y Victor Eusa, todos ellos renombradísimos profesionales de la escuadra y el cartabón. Les siguen las calles dedicadas a mujeres ilustres como María Moliner, Rigoberta Menchú, Clara Campoamor o Leonor de Aquitania, la madre de Ricardo Corazón de León y suegra, por tanto, de Berenguela de Navarra, entre otras.

Acabadas las casas hemos llegado a una enorme pasarela con un sinfín de rampas que la hacen accesible y que salvando las vías del ferrocarril nos ha dejado en un camino que ocuparon las vías de otro mítico tren, el Plazaola y que hemos recorrido un poco expectantes por saber a dónde nos llevaba y nos ha llevado a la parte final de la Rotxapea, al final de la calle del ilustre doctor leizatarra D. Bernardino Tirapu, calle que en sus primeros tiempos era una calle pequeña que salía del puente del viejo tren de vía estrecha y siguiendo su trazado hacía la curva que la vía marcaba y llegaba hasta el final de la calle Ezcaroz, en las casas de esa curva recuerdo una fábrica de bolsos que se llamaba Urbasa y Solis-color, un laboratorio de fotografía en el que trabajé unos meses a las órdenes de un señor muy malhumorado, pues bien, esa pequeña calle hoy en día se ha convertido en el arteria principal del barrio formando cruz con el otro eje que es la avenida de Marcelo Celayeta.

De nuevo hemos llegado al paseo del Arga y lo hemos tomado en dirección contraria a la corriente para salir a Errotazar y cruzando el puente de San Pedro llegar al parque de Aranzadi, autentico vergel en tiempos y multifuncional espacio hoy en día que a mí me gusta y que suelo frecuentar, hemos recorrido el meandro (eufónica palabra) por su perímetro, hemos salido a las murallas para tomar el portal de Francia y por la calle del Carmen, cual peregrinos jacobeos , hemos entrado en la ciudad y hemos rendido viaje a las dos horas de haber comenzado. Ha sido un bonito paseo, hemos conocido nuevas zonas de la ciudad y hemos oxigenado los pulmones. ¿Qué más quieres?.

Cuidaros mucho que os quiero a todos siguiendo mis pasos.

Besos pa tos.