uenan gaitas al entrar: la canción de los gigantes. Risas, juegos y carreras por los pasillos son la tónica habitual en un hogar comunitario que respira vida por sus cuatro costados. Karrikagune, erigido como el centro de operaciones de la Asociación Umetxea Sanduzelai en San Jorge, ha conseguido fundar en sus 25 años de vida una pequeña gran familia, diversa pero unida, como un punto de encuentro entre vecinos y vecinas que tejen redes, estrechan lazos y crecen y aprenden juntos. Una “piña” muy bien avenida en la que más de 40 voluntarios trabajan a destajo para educar y transmitir valores y vivencias a los hasta 600 menores que, cada año, pasan por sus instalaciones. Son 230 niños y niñas los que participan en sus actividades permanentes que, más allá del ocio, crean y hacen barrio gracias a uno de los equipos preventivos que trabajan en las diferentes zonas de la ciudad. Hace unas semanas, Navarra Suma anunció su decisión de suprimir esos 8 equipos, que pasarán a ser gestionados directamente por el Ayuntamiento a través de un programa denominado coworkids.

La decisión fue avalada en el último pleno por los socialistas y consiguió luz verde a pesar de la oposición del resto de grupos municipales, las críticas de otros colectivos ciudadanos y vecinales y la advertencia de los propios afectados, que aseguraron que se trata de una decisión que, además de mermar considerablemente la calidad del servicio, atenta directamente contra los derechos de la infancia y la adolescencia. Afrontan ahora un futuro “incierto”, pero siguen trabajando a pesar de que el panorama cambiará, completamente, a partir de enero.

En Umetxea, cuentan con grupos de participación de diversos tipos, uno de los veteranos es la comparsa txiki de gigantes. “Antes del covid venían dos veces por semana y ahora una, en dos turnos, porque son 42”, explica Alberto Jáuregui, que forma parte del equipo técnico. Desde los 5 hasta los 18 años, en el centro realizan actividades por las tardes, con ludotecas abiertas, excursiones, salidas, campamentos, charlas... El grupo más numeroso es el de sexto de Primaria y primero de la ESO, que trabaja además en procesos de participación en la vida del barrio. También en fiestas o los días especiales, “es como una escuela del vecino. Hacen la transición y cuando los de sexto empiezan el instituto ya conocen a los que llevan ahí un año, es importante para crear lazos y que todos y todas se conozcan, se impliquen en el barrio y con sus compañeros”.

A partir de los trece años, tienen la opción de ser educadores comunitarios, con formación teórica y práctica, colaborando en la organización de las actividades que se realizan en Umetxea y con la posibilidad de sacarse el título de monitor de Ocio y Tiempo Libre. Oihana Girona, de 17 años, acude desde txiki y ahora es voluntaria. “Vas viviendo todas las etapas, el proceso, y cuando creces un poco eres tú quien organiza las actividades. Te implicas, conoces a gente del barrio que de otra manera no conocerías... Es bonito y socialmente es algo importante”, señala. Sus compañeros y también voluntarios, Manuel Pereira y Nahia Hualde,asumen también que “es un espacio para la juventud más allá del colegio. Aquí aprendemos a cuidarnos, a respetarnos, a ser responsables”. Aunque en principio acuden una o dos veces por semana, explican que normalmente se quedan mucho más tiempo. “Pasamos aquí más horas que en casa -bromea Maialen Ridruejo-. Hay muy buen rollo. Y siempre hay algo que hacer”.

El equipo técnico, además de apoyar en la formación y actividades, se encarga de las labores de gestión y coordinación con los centros educativos y otros colectivos del barrio. “El local está casi siempre lleno”, cuenta Jáuregui. Y los voluntarios confiesan que este año a pesar del covid “se ha apuntado más gente que nunca”. No han parado, cerraron sus grupos de manera voluntaria adaptándose a las medidas de higiene y seguridad y permitiendo, con su trabajo y tenacidad, que no se haya producido ni un solo contagio.

Esos mismos jóvenes que realizan talleres de educación comunitaria y de conocimiento del barrio han sido quienes, durante la pandemia, se han encargado de repartir las tareas escolares, ordenadores, comida... Fueron la red de ayuda del barrio en colaboración con otras personas. Ahora, con la fulminación de los equipos preventivos, ven su futuro un tanto ambiguo, pero seguirán intentándolo. “No van a tirar tantos años de trabajo en el barrio por una decisión política. Y si nosotros no queremos parar, no vamos a parar. Queda mucho por luchar”, coinciden los jóvenes, que explican que su cuadrilla, “y muchas más”, han salido de Umetxea. Saben que la juventud es el futuro del barrio, y explican que aquí “los txikis tienen como ejemplo a mayores, que también han estado en Umetxea desde pequeños. Tienen esa meta de llegar a ser luego monitores, de participar”, señalan. “Tendremos que juntarnos en enero y ver cómo lo organizamos”, avanzan.

“Lo que ha ocurrido es una irracionalidad”

Desde el equipo técnico lamentan que se acabe con todo el trabajo comunitario conseguido

Alberto Jáuregui lleva en Umetxea desde sus inicios, en los años 90. Sus hijas también acuden al centro comunitario, “y los hijos de muchos de los que empezaron con nosotros hace 20 años”. Asegura que nunca han hecho únicamente ocio, “hacemos una labor de cohesión social. Generar convivencia. Es el único espacio en el barrio donde personas de los dos modelos lingüísticos, de colegios concertados y públicos y de familias de todas partes del mundo, tienen la posibilidad de hacer cosas juntos”, señala.

La rescisión del contrato de estos equipos preventivos de los barrios, dice, “es una irracionalidad, porque no se sujeta en ningún planteamiento técnico. Va contra las leyes de protección a la infancia y tiene que ver solo con intereses políticos”, lamenta, explicando que la decisión del equipo de gobierno “es muy discutible desde lo jurídico y desde lo humano, sobre qué son los servicios sociales. Tienen que ser para toda la población y promover la convivencia, que es fundamentalmente a lo que nos dedicamos también en barrios como San Jorge, donde gran parte de la población se encuentra en situaciones de vulnerabilidad. Hemos conseguido ir integrando a las distintas generaciones sin conflictividad, y todo eso se va a perder”, denuncia.

Es un servicio necesario “en todos los barrios, en cada uno hay que adaptarlo a su realidad. Muchas veces hay que romper muchos prejuicios, y eso sólo se consigue con la convivencia. Nosotros facilitábamos eso, un espacio en el que vivir juntos, en el que se atiende a las personas vulnerables en un marco de normalidad, junto al resto de vecinos. Y ha sido una intervención que les ha permitido en muchos casos seguir adelante gracias a que no han roto su relación con el barrio”.

Jáuregui, que es también profesor en la universidad, asegura que “se va a perder la atención permanente. Aquí los niños y niñas y adolescentes sabían que podían venir en cualquier momento, les acompañamos, escuchamos y orientamos. Se va a hundir el acompañamiento socioeducativo porque el equipo tendrá que trabajar en otro sitio y vamos a pasar a ser voluntarios”.

labor “insustituible El Ayuntamiento contará con su propio equipo técnico a través de ese cambio de modelo “y el servicio, obviamente, no va a ser igual. Hemos sido nosotros quienes, en todos los barrios, hemos trabajado con los grupos. Hemos establecido redes y nuestros propios equipos, coordinándonos con otros profesionales y todo eso, que es insustituible, se va a perder. El nuestro es un servicio comunitario, lo ha creado el propio barrio”, reconoce.

También las educadoras Ana Bejarano y Silvia Martín asumen que la situación es dramática. “Ha sido un batacazo”, explica Bejarano, de 29 años, que lleva 5 en Umetxea. “Para los txikis es muy necesario pero son los adolescentes los que más colgados se quedan. Pasan aquí muchas horas preparando actividades como el Día de los derechos o una cabalgata para Navidad... ¿Qué se piensan que hacemos aquí? El acompañamiento es real: ayudamos a hacer tareas, incluso acompañamos a consultas médicas o les llevamos a casa cuando sus padres no llegan a tiempo porque están en el trabajo. Es implicación pura, la mía y la de todos”.

Por eso, Jáuregui quiere seguir con la formación, mantenerla porque “aporta a los jóvenes herramientas para su vida personal, les sirve de apoyo y les aporta una manera de trabajar con sus vecinos, de verlos y de disfrutar de su tiempo”. Las próximas semanas, adelanta, “iremos dibujando qué se va a hacer. Reforzaremos la parte técnica voluntaria y seguiremos trabajando con la infancia y la adolescencia, adaptaremos nuestro proyecto a las nuevas circunstancias y la vida comunitaria va a seguir hacia adelante: trabajamos por la vida del barrio en el que vivimos, no hay otra motivación. Y en medio de este lío con la pandemia, hemos tenido el apoyo total de todas las redes vecinales, de todas las familias, que es muy importante”.