El elemento natural del cetrero es el suelo. Y el del ave rapaz el cielo. Pero en esta historia los dos levantan el vuelo: “Yo tenía una deuda con ella, de viajar a su mundo y ver las cosas desde su punto de vista. Que fuera ella la que me dijera: ‘Ahora soy yo la que te va a guiar a ti”. La frase de Alfonso Bañeres sirve como punto de partida de un documental que protagoniza con su hija mayor Irati y el águila de Harris Tabira, que da nombre a la cinta. Un pollo “que nadie quería” y que durante sus casi 10 años de vida se convirtió en uno más en casa. “Es como si fuera ese animal pues mi hermano, mi tío... alguien de mi familia. De lo bien que se comportaba y de lo cariñosa que era conmigo”, dice Irati (8 años) en el cortometraje dirigido por Aner Etxebarria (Old Port Films). “El mejor recuerdo que tengo de Tabira es que extendía el brazo, ponía la carne en el puño y decía, ‘Tabi, ven, Tabi’. Y venía”, añade la niña.

Alfonso, 'Tabira' e Irati, en un fotograma de la película.

Al igual que sus protagonistas, el documental ha volado lo suyo. Se ha exhibido en festivales internacionales de Kuala Lumpur o Rhode Island, y hasta el 25 de enero puede verse en el catálogo on line de la sección oficial del Wildanscenic festival (wsff.eventive.org).

Profesión desde el embrión:

Este vecino de Ororbia -oriundo del barrio Tabira de Durango- se recuerda con cuatro años, mangando el botiquín de emergencia del Simca 1200 de su padre para socorrer a gatos callejeros. “Él siempre me ha inculcado la pasión por los bichos. No podía concebir otra cosa que no fuera estudiar veterinaria. Viene del embrión”. Una profesión que comparte con su mujer Nati en la clínica veterinaria de Buztintxuri.

Especialista en aves rapaces, adoptó a Tabira y la sacaba a volar todos los días como quien pasea al perro. Hasta que recibió una llamada del piloto del parapente Jon Uribe. “‘Oye, me han dicho que tienes un águila... ¿no te gustaría volar en parapente con ella?’ Pues claro”, respondió. “Fui, volé un par de veces con él y la tercera llevé el águila. Casualmente estaba Aner, director del documental. “¿Dónde vas? ‘A Sopelana a volar’. ‘Vale, pues te grabaré’. Y apareció un día con un guion. La grabación llevó dos años. La idea era culminarlo volando los dos, yo en el parapente y ella libre, pero no pudo ser”.

A Tabira le agarró la aspergilosis, un hongo que le afectó a una vértebra y la dejó paralítica. “He curado miles de rapaces, conozco a los mayores especialistas del mundo, estábamos en contacto y entre todos no pudimos salvarla. El peor caso que he tenido en mi vida me tocó con la mía. Casualidad”.

Aunque la enfermedad truncó el proceso, “sí llegamos a volar con ella, pero no fue un vuelo natural, espontáneo, libre. Ella iba amarrada a mi puño. El último paso habría sido que nos siguiera volando, que es lo que hacen en esta actividad llamada parahawking”. Una disciplina para la que entrenan a las aves desde que nacen. “Les dan de comer debajo de un parapente y les sacan a volar siempre con el parapente. Para ellas es normal y no tienen ningún miedo. Pero cuando intentas acostumbrar a un ave adulta el proceso es más tedioso, y tuvimos la mala suerte de que contrajo la enfermedad y nos impidió culminar el proyecto”.

Alfonso explica que esta rapaz es la única “que caza de forma cooperativa, igual que los lobos. Unos levantan la presa, otros le acechan, otros le atacan... Y entre los miembros de la bandada se ayudan a criar a los pollos ajenos. Es el ave rapaz más inteligente y sociable. Esto hace que sea la más fácil de adiestrar”. En el caso de Tabira, “era un animal que transmitía mucho. La utilizamos también para hacer terapia asistida con críos con problemas y personas mayores en residencias. Y no dejaba indiferente a nadie”. Una realidad patente en el documental