Unas bolas de discoteca de los años 80 cuelgan del techo. Justo al lado, una estantería de madera sobre la que reposan miles de libros antiguos, un catalejo y un timón de un barco pirata. Bienvenido a la tienda de objetos y libros de Antigüedades Miqueleiz, en la avenida de Roncesvalles 11, que Javier Cía Alcorta, pamplonés de 46 años, regenta desde 1999.

El origen de la tienda, como sus artículos, se remontan tiempo atrás. En concreto, a 1944, cuando la abuela materna de Javier, Florencia, subió por primera vez la persiana de Antigüedades Miqueleiz. “Eran un montón de familia, no tenían estudios e iban tocando los palos que podían. Igual que mi abuelo se dedicó al ganado y a los coches, a mi abuela le interesó el mundo del arte. Empezaría a comprar, vio que vendía y poco a poco se fue dedicando”, relata Javier.

En esa época, vendían sobre todo a extranjeros. “La situación era la que era. Un país muy empobrecido, en el que, sin embargo, había mucha riqueza patrimonial. Por eso, venía mucha gente de Europa a comprar antigüedades, igual que había pasado antes con los americanos”, narra. Estas personas compraban arte religioso, esculturas, pinturas y mueble inglés victoriano.

Pasaron los años y llegó el turno de su madre, María Teresa y su tía, María Pilar. Trabajaron codo con codo hasta que Pilar enfermó y se plantearon bajar la persiana para siempre. Era 1999, a Javier se le acababa el contrato con el Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX) en Chile y volvía a Pamplona. Así que con 24 años decidió adentrarse en el mundo de la compra-venta de objetos antiguos. “Había pasado muchas horas en la tienda de pequeño y le ayudaba a mi madre. Llevaba o traía cosas y le acompañaba de viaje. Me interesaba el arte, las exposiciones y los museos, pero lo hacía como observador, no como comprador. No era aficionado a las antigüedades, estudié administración de empresas”, explica. Aquel chaval de 24 años probó suerte, le fue bien y lleva dos décadas al frente del negocio.

La compra-venta La mayoría de los objetos que vende los compra en casas particulares. “La gente llama a uno o más anticuarios, explica que tiene unos artículos que quieren vender, bien por herencias o cambios de domicilios, nos envían una fotografía por WhatsApp para tener una primera impresión, si nos interesa vamos a sus casas y observamos en qué estado está, hacemos la oferta y al final el propietario elige si vende o no vende y a quién”, indica. También compra, a una menor escala, a otros anticuarios y en mercadillos de antigüedades en Francia.

Para realizar una buena compra, la observación sobre el terreno “día a día” es esencial: qué se vende y qué no, qué demandan los clientes, qué comentarios se escuchan en la tienda, qué hay en otros establecimientos y países o fijarse en los catálogo de subastas. “Te vas forjando un criterio sobre la marcha”.

A pesar de ello, reconoce que la compra-venta se reduce “a prueba y error” porque “hay cosas que se quedan aquí 15 años y otras que se venden al día siguiente de comprarlas. Muchas veces no hay explicación”, expone. Según Javier, esta incertidumbre se debe a que en la actualidad las modas varían “fugazmente” y porque la sociedad contemporánea ha “roto” con los cánones que determinaban qué objeto era de calidad, normas que otorgaban seguridad. “Se consideraba antigüedad al objeto que tenía más de 100 años. Eso ha saltado por los aires. O que lo caro era lo mejor. Ahora hay muchos artículos que no valen tanto, pero que estéticamente son bonitos y gusta a la gente”, comenta. Pone un ejemplo: las piezas de alta época -Edad Media, Renacimiento- ya no llaman la atención y los objetos más modernos “cosas que hace 30 años se considerarían chatarra, se compran. Como una escalera de hierro de piscina que compró un amigo mío. Si lo piensas es chatarra, pero sí, se vende”, se reafirma.

Capa de los templarios En el caso del comprador, predomina el cliente navarro, aunque también gente que viene a Pamplona de paso: Camino de Santiago, San Fermín, un congreso... Además, tiene una cierta edad y nivel adquisitivo “ya que en el fondo no deja de ser más que un capricho”, confiesa.

Entre todos esos “caprichos”, destaca una capa “moderna” de la orden de los caballeros templarios procedente de Malta. “Tendrá unos 40 años, no más. Si fuera antigua tendría más interés. Además, ser de una orden militar ya no es tan relevante. Ahora mismo, la capa tiene un carácter más simbólico”, finaliza.