Bonifacio Labarta Monente nació en 1829 en Caparroso en el seno de una familia numerosa y siendo aun joven se trasladó, junto con cuatro de sus hermanos, a Pamplona en donde pusieron varios talleres de construcción y reparación de carros y carretas, oficio habitual de toda la familia. En la calle Estafeta llegó a haber hasta cinco de estos talleres, todos llevados por los Labarta. En una guía de la ciudad editada en 1863 ya figuraba el taller de Bonifacio en Estafeta 87 (corresponde al actual 67) y su hermano Gregorio figuraba como encargado, en su propio taller, del arreglo y reparación de todos los vehículos municipales.

Cuentan de Bonifacio Labarta, hombre muy peculiar e ingenioso, que durante el bloqueo de Pamplona en la guerra carlista en 1874 cuando ya se habían agotado todas las existencias de carne en la ciudad, tuvo que sacrificar un ciervo que tenía como capricho y al que cuidaba con cariño. Enterados vecinos y conocidos comenzaron a pedirle una parte de la carne del animal. Labarta que no estaba muy conforme mató un burro que tenía en su taller y repartió raciones entre los solicitantes. Como nadie había comido nunca ciervo y el hambre acuciaba, no hubo protestas.

La trayectoria profesional de Bonifacio iba a cambiar pronto, orientándose hacia el mundo del espectáculo, aunque realmente nunca dejó del todo su oficio primitivo. Era muy aficionado a los caballos y en aquella época los espectáculos ecuestres eran muy habituales entre los artistas ambulantes en ferias y fiestas. Los llamados Teatros Circo, fueron agrupando a estos artistas y proliferaron por toda la península, llegando a haber algo más de cuarenta repartidos por las principales ciudades; alguno de ellos está aún en pie, como el de Albacete. Realmente la mayoría eran pequeños teatros, a veces en estructuras estables y otras desmontables e itinerantes, en donde se programaban espectáculos teatrales o específicamente circenses, payasos, malabaristas o acróbatas.

En este contexto, Bonifacio se planteó la posibilidad de montar uno de estos teatros circo en Iruñea. Fue en mayo de 1871 cuando los hermanos Román y Bonifacio Labarta, solicitaron permiso al consistorio para instalar un circo en el patio trasero de su vivienda y taller de la calle Estafeta. El permiso les fue concedido sin problemas, montaron la estructura y en octubre de 1872 ya se dio la primera de las funciones con la compañía del Sr. Grau, compuesta por malabaristas, acróbatas y clowns. Había nacido el Teatro Circo Labarta que iba a tener una trayectoria de más de cuatro décadas.

Una referencia importante para Bonifacio, era el Cirque d’Hiver de Bordeaux adonde acudía con frecuencia, él o su hijo Evaristo, a conformar los contratos con las distintas compañías para las funciones que, se programaban especialmente durante las fiestas tanto en las de julio como en las de septiembre. Cabe señalar que además de las sesiones circenses, el establecimiento se utilizaba, también, para conciertos y obras de teatro.

El Orfeón pamplonés fundado en 1865 y disuelto en 1873 por problemas económicos, se refundó en 1881 con el nombre de Ateneo Orfeón Pamplonés, pero al no contar con un local propio en condiciones, Bonifacio Labarta le cedía su local para las actuaciones. Especialmente señalada fue la sesión celebrada en los sanfermines de 1884 con la actuación estelar del prometedor tenor pamplonés Francisco Cumia.

También es sabido que se celebraban en el teatro sesiones de baile, siendo muy notables sus bailes de máscaras en la época de carnaval, para los que había que solicitar una autorización especial. Tras la temporada sanferminera de 1884 el propietario Labarta, con el ánimo y la ambición de tener un espacio mayor y más apropiado cerró el local, poniendo a la venta todos sus enseres, telones, sillas, maderamen etc.

NUEVA INSTALACIÓN

Una vez cerrada la instalación de Estafeta, en mayo de 1885 Bonifacio Labarta solicitó al consistorio instalar un nuevo teatro circo para las inmediatas ferias y fiestas de san Fermín en los glacis interiores de la ciudad. El ayuntamiento le concedió el permiso para un total de 22 días por un precio de mil doscientos reales. El lugar donde colocó su barracón, que realmente era una estructura de madera cubierta por una gran lona, fue al final del entonces paseo de Valencia, aproximadamente donde hoy se encuentra el edificio del Parlamento.

El espectáculo que ofreció fue el de la compañía ecuestre, gimnástica y cómica dirigida por Mr. Wolsi, que estrenó el día uno de julio. Iban a ser protagonistas, como así fue durante años los ejercicios gimnásticos sobre las grupas de caballos al trote o al galope, aunque también fue novedosa la participación de unos malabaristas chinos. Volvió en octubre y noviembre a ofrecer otro espectáculo, el Circo Ecuestre Barcelonés dirigido por la gran gimnasta a caballo, la riojana Micaela Alegría y el clown inglés Tony Grice como estrellas de las funciones.

Como el barracón era desmontable la propia compañía barcelonesa se lo alquiló a Bonifacio Labarta para llevar su espectáculo a otras ciudades con el único compromiso de que en los siguientes sanfermines debería estar en Pamplona. De esta forma en las fiestas de 1886 se volvió a montar el circo haciéndose otra vez cargo de las funciones la misma Compañía Ecuestre Barcelonesa añadiendo como gran novedad la actuación de las afamadas xilophonistas Carolina, Eva y Celina Delapierre que causaron gran sensación.

El sábado 25 de julio se hizo una gran función que a pesar de la que se consideraba hora intempestiva, las doce de la noche, tuvo gran afluencia de público. Se trataba de la pantomima en 15 cuadros titulada Los Gigantes de Calabria, una especie de obra teatral en la que participaron todos los componentes de la compañía y que tuvieron que repetir varios días más, dada la demanda de los espectadores. El Teatro Circo Labarta se había consolidado como uno de los locales más frecuentados en las fiestas de aquellos años.

Pero llegó el año 1888 cuando el consistorio firmó con el Ramo de Guerra la cesión de terrenos para la construcción del primer ensanche. En la manzana E del proyectado ensanche iba a construirse la nueva Audiencia, hoy Parlamento, justo en el lugar donde Labarta solía montar su teatro circo. De esta forma, en 1891 tuvo que solicitar un nuevo terreno para poder continuar su actividad. El ayuntamiento le dio permiso para instalarse en el espacio que quedaba libre entre la plaza de toros y la muralla del baluarte de la Reina, junto al polvorín del mismo nombre y que en algún documento denominan como “el jardincillo”.

El barracón, ya con vocación de estructura fija, era de madera forrada de chapa y pintada de almagre, óxido de hierro de color rojo, y su tejado era de planchas de zinc. Para llegar al mismo desde el final de la calle Espoz y Mina apenas había un camino de tierra que cuando llovía se embarraba mucho y los empleados del circo lo cubrían de paja para hacerlo más transitable. Junto a la puerta de entrada tenía a un lado la taquilla y al otro se colocaba la orquesta que iba amenizando los prolegómenos a la función del día intentando así, atraer a más espectadores. A la hora del comienzo de la función un estridente timbre colocado en un poste daba la señal, que dicen se oía hasta la plaza de la Constitución. El interior se componía de un patio capaz para quinientas sillas frente al escenario y a los lados varios palcos.

En aquello finales del XIX el precio de las entradas rondaba un real, 25 céntimos de peseta, por una localidad de palco y 15 céntimos por las sillas. Como era costumbre entonces, los niños y los militares sin graduación tan solo pagaban una ochena, la minúscula moneda de 10 céntimos. Los espectáculos circenses alternaban con el teatro y, sobre todo, con la frecuente representación de zarzuelas, género muy en boga en la época. Ocasionalmente y cuando las compañías ecuestres tenían dificultades de espacio para sus actuaciones, Bonifacio solicitaba al consistorio el alquiler de la aledaña plaza de toros, aunque no pudo hacerlo muchas veces pues el precio era muy elevado para su economía.

Para abrir la temporada de 1901 el 27 de mayo se programó la representación de la obra de teatro Electra de Pérez Galdós que ya en algunos lugares había resultado polémica por su claro contenido anticlerical, alegato, se decía, contra el poder de la iglesia católica y las órdenes religiosas que le servían. En aquella ultracatólica Iruñea de primeros de siglo, el propio obispo de la ciudad fue quien anunció públicamente que todo el que asistiera a la función caería en pecado mortal. Ni el gobernador civil ni el militar atendieron su petición de suspensión y Labarta, republicano manifiesto, se mostró firme en mantener la programación. El lleno fue absoluto en los tres días que se representó, por lo que muchos ciudadanos se convirtieron en reos de condenación eterna por desobediencia al pastor, así lo señalaba la prensa liberal esos días.

PÉRDIDAS Y DEUDAS

Bonifacio Labarta falleció en agosto de 1902, lleno de deudas ya que a pesar de la intensa actividad dicen que el circo le generaba más pérdidas que ganancias. A su muerte se hicieron cargo del teatro y del taller de carrería sus hijas, Joaquina e Inés, asociadas con José Bon. De esta forma en los sanfermines de 1903 se reanudaron las sesiones con la conocidísima compañía de la amazona Micaela Alegría, que ya llevaba 15 años viniendo a Pamplona, en esta ocasión con la gran novedad de la presencia de una domadora de elefantes. Además de las sesiones de circo, se siguieron programando también zarzuelas, conciertos, obras de teatro y como vamos a ver la gran novedad que iba a suponer el cinematógrafo. Por otra parte, el local se utilizaba para reuniones políticas y mítines, asambleas de sociedades, banquetes o los muy populares bailes de máscaras en carnaval.

Fecha muy señalada fue el 13 de mayo de 1905 pues ese día se hizo la primera sesión de cine en el teatro a cargo del llamado Chronophone del Sr. Roca. Simultáneamente a la película se ponía en marcha un Gramophone, lo que supuso una de las primeras experiencias de cine sonoro. A partir de ese día el cine, por su gran y novedoso atractivo, fue ganando protagonismo sobre el resto de sesiones y espectáculos. Realmente el teatro no contaba con una estructura estable para las proyecciones y eran las propias compañías quienes traían sus proyectores y cintas a los distintos locales. En el Labarta había algún problema con la luz excesiva en el interior por lo que se le puso un cielo raso de tela. Dicen que este pronto se deterioró por las goteras y el propietario tuvo la ocurrencia de teñirlo de azul cielo, pintando encima algunas nubes tratando de disimular los goterones.

Las películas eran en general mudas y eran explicadas por un individuo al que llamaban Capitanico que, como buen sevillano, lo hacía con mucha gracia, lo que le hizo ganarse una gran popularidad entre el público. Otra curiosidad es que entonces el precio de las películas se valoraba según su duración, que se medía por los metros de la cinta. Así, era corriente anunciar la película de 4.000 metros titulada tal o la de 2.500 metros titulada cual. Normalmente eran sesiones continuas de varias películas desde primera hora de la tarde hasta la noche. En las sesiones previas a la Navidad había costumbre de sortear entre los asistentes un pavo y una caja de turrones y licores.

Casi un año después de aquellas primeras cintas, en abril de 1906, un familiar de Bonifacio, Antonio Labarta, también dedicado a la construcción de carros, montó un nuevo local en la calle Estafeta 55, el Teatro Eslava, en donde pronto comenzó a programar no solo variedades si no también películas con lo cual competía con la programación de sus parientes. En aquel Teatro Circo Labarta, además de las sesiones continuas de cine de los cinematógrafos Farrusini o Novalty, tuvieron aquellos años mucho éxito las actuaciones del ventrílocuo Felip y sus muñecos Don Tripa y Don Cirilo, el famoso imitador de pájaros Mr. Augusto o los asombrosos experimentos de telepatía del Sr. Bermúdez.

En el otoño de 1907 se contrató a un cinematógrafo traído desde Valencia y propiedad de Matías Belloch que durante toda la temporada invernal tuvo gran éxito. Poco a poco fueron desapareciendo otro tipo de programaciones de tal forma que el Teatro Circo se convirtió casi en exclusiva en local de cine. Ante tal situación, las herederas de Bonifacio Labarta dieron en arriendo el teatro al propio Matías Belloch por una renta de 4.000 pesetas anuales. Este introdujo una serie de mejoras en su interior y ya en 1908 aparece en prensa como cine Belloch. Tan solo le quedaban unos pocos años de vida como vamos a ver.

El día 19 de febrero de 1915, sobre las siete de la tarde, a causa de una pequeña estufa eléctrica que había en la taquilla se produjo un gran incendio, que ayudado por el viento sur reinante redujo a cenizas la instalación en apenas media hora. Justo detrás del circo estaba el polvorín de la Reina, aunque por suerte el viento era contrario y no llegó a afectarse, lo que hubiera sido catastrófico. Sin embargo, el intenso bochorno llevó una lluvia de brasas a toda la ciudad, dicen que hasta la calle Mayor y en una de las cercanas casas de Espoz y Mina llegó a prender el fuego.

Por suerte, la rápida intervención de los bomberos hizo que el incendio no se extendiera. Entre las cenizas quedó un piano recientemente adquirido por 1.500 pesetas y la última cinta proyectada, valorada en 3.000 y dicen que hasta las monedas recaudadas en el día quedaron fundidas en un amasijo. La reacción del gobernador civil tras la tragedia fue la orden de cierre de otra instalación similar que había en la calle Chinchilla, el cine Novedades instalado en 1911 en el barracón que anteriormente había sido la sala de baile “La Gotera”. Ese cine Novedades, debidamente reformado para evitar los incendios, se montó sobre las cenizas del que había sido circo Labarta y después cine Belloch.

Finalmente, tras el derribo del frente sur de la muralla y el baluarte de la Reina, se desmanteló también y terminó reinstalándose en Tudela. Y ahí termina la historia de aquel circo teatro cine que el bueno de Bonifacio Labarta había inaugurado casi 40 años antes en el patio de su casa en Estafeta y que durante tantas temporadas había alegrado a los pamploneses.

01. Los restos tras el terrible incendio. Foto: Col. Arazuri AMP

02. Anuncio programación del 30 de julio de 1901

03. Dibujo conservado en la colección Arazuri. Foto: AMP

04. Bonifacio Labarta junto a uno de sus carros. Foto: Archivo familiar