Una pelota con cascabeles, dos porterías de nueve metros y seis jugadores con antifaces.

Es el goalball, el único deporte específico para personas ciegas o con baja visión. Su origen se remonta a 1946 y se inventó como un programa de rehabilitación para los veteranos de la II Guerra Mundial que habían perdido gran parte de la visión.

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En la Comunidad Foral solo existe un equipo, Goalball Navarra, que entrena los martes y viernes en el Colegio Público Vázquez de Mella de Pamplona.

Pablo Segura es el veterano, “el viejo”, “el padre” del equipo que juega a goalball desde 2002. De joven, le diagnosticaron retinosis pigmentaria, una enfermedad genética que degenera progresivamente las células del ojo sensibles a la luz. Hace cinco años se quedó ciego.

Llega acompañado por Bred, su perro guía. “Es un deporte duro porque supone aceptar que tienes una discapacidad visual. Hay gente que niega el problema y no lo acepta”, comenta Pablo.

El capitán del equipo confiesa que el goalball no es un deporte más: “Es de ciegos. Tus amigos juegan a pelota, a baloncesto o a pádel. Y tú a goalball. ‘¿Y qué es eso?’, te preguntan. Es un deporte duro que conlleva un bagaje, una mochila detrás”, incide.

Durante estas dos décadas, Pablo ha conocido a muchas personas -a la mayoría ya los define como “amigos”- en su misma o parecida situación. “Cuando entra gente joven, te alegras. ‘Joe qué bueno es, menudo tiro, con este vamos a ganar torneos’, piensas. Pero por otro lado dices, ‘pobre chaval, otro con problemas de visión’. Lo mejor es que no existiera el equipo”, asegura.

Aunque rectifica pronto: “Te sirve para sentirte parte de algo, porque si no estás desencajado y desubicado”.

Para Unai Bikandi “es el antídoto, la vacuna, ante el aislamiento. También te ayuda a afrontar y sobrellevar tu realidad”, subraya. Unai lleva dos temporadas en el equipo y conocer a personas ciegas -él aún ve- le ha supuesto un aprendizaje. “Ver cómo se manejan fuera y dentro del campo nos ayuda mucho a los que aún tenemos resto visual”, recalca.

El goalball trabaja el sentido auditivo -fundamental para detectar la pelota con los cascabeles -, la orientación -para interceptar o lanzar el balón en la correcta dirección- y la movilidad. “Son capacidades esenciales y fundamentales para nuestro día a día”, apunta Ramón Estévez, en el equipo desde 2015.

Y cómo no, les sirve para realizar ejercicio. “Me aporta una excusa para mantenerme en forma, moverme, porque si no al final te inclinas por la vida sedentaria”, expresa Raúl Murillo, miembro de Goalball Navarra desde 2015. “También me ayuda a distraerme de mi trabajo, que me absorbe mucho. Aquí me relajo y desconecto”, incide Ramón.

Goalball Navarra se fundó en noviembre de 2015, aunque en la Comunidad Foral, explica Pablo, este deporte cuenta con una larga tradición. “Empecé en 2002 y ya se había jugado antes aquí. Con los años, el equipo se diluyó y desapareció. Soy un apasionado del goalball y en 2015 volvimos cinco jugadores”, relata.

Entrenadora por amor

Paradójicamente, no había nadie que quisiera dirigir el renacido equipo. “Me lo propusieron porque había visto muchos partidos y me relacionaba con los anteriores entrenadores. A Pablo, mi pareja, le encanta el goalball y dije, ‘venga, me lanzo por amor’. Hice un curso y desde entonces soy la entrenadora”, recuerda Martina Goñi, ganadera y monitora de autobús escolar ya jubilada.

Martina lleva seis años entregada al equipo, en la actualidad en la Segunda División Masculina, pero reconoce que no está totalmente cualificada. “Ojalá me sustituyeran y les pudieran enseñar y tecnificar mucho más. Ahí ando justilla porque aterrizo en el goalball desde la nada. Desde el amor, sí, pero sin grandes conocimientos. Cuando vamos a torneos, observo mucho al resto de entrenadores y les digo a los jugadores ‘he visto cómo solucionan esta papeleta y estas jugadas’. Me busco la vida”.

Su labor va mucho más allá de entrenar, ya que también ejerce de “madre” con sus “pocholicos”. “Al final tienes que estar un poco ahí. Desde ‘a ver que te has dejado las gafas’, ‘no te olvides la sudadera’ o ayudarles cuando nos desplazamos a un torneo”, indica.

También se encarga de la compra cuando se van juntos de casa rural o sirve las cervezas del tercer tiempotras los entrenamientos. “Somos una familia. Son muchas horas juntos y después de los entrenamientos nos echamos juntos unas cervezas. Eso es casi lo mejor”, asegura Pablo. “Hay mucho compañerismo, buen ambiente y ya somos un grupo de amigos”, subraya Ramón.Condiciones precarias

A pesar del buen rollo, entrenan en unas condiciones precarias. Por ejemplo, solo disponen de una portería reglamentaria, construida por el jugador Jon Moran, y para la segunda emplean una cortina azul de las mismas dimensiones.

“La portería es muy importante a la hora de coger referencias dentro del campo y también te sirve para orientar el lanzamiento. Estamos esperando a que nos consigan una segunda portería. Si no es así, me plantearía construir otra”, avanza Jon.

Por otro lado, el terreno de juego, de 18 metros de longitud, no dispone de las rayas que divide el campo en tres. Para que el lanzamiento sea válido, el balón tiene que botar en las tres áreas y Martina se las apaña, tras medir con un metro, pegando unas tiras en las bandas que le sirven de referencia.

La precariedad se palpa más allá de las instalaciones: excepto los campeonatos nacionales, financiados por la Federación Española de Deportes para Ciegos, el resto de viaje “nos los pagamos de nuestro bolsillo. Somos los sin techo del deporte”, se queja Martina.

“La mayoría de los partidos se juegan fuera de Navarra y nos pagamos buena parte de los desplazamientos. El goalball te cuesta más dinero que cualquier otro deporte mayoritario, que están ampliamente financiados. Que cedan un cacho”, reivindica el recién incorporado Aritz Huarte, que dejó de jugar a balonmano al empezar a perder visión.

A pesar de todo, esta temporada están de celebración porque cuentan con equipaciones “fantásticas”, protecciones, antifaces opacos y bolsos gracias a Construcciones Izquierdo Ibáñez. “Antes jugábamos con camisetas viejas y rotas, las protecciones se las pagaba cada jugador… Y hasta los balones, que cuestan 70 euros cada uno”, se queja Martina. Poco a poco, se revierte la situación.