ola personas, ¿cómo va todo?, pregunta retórica, no necesita respuesta que me temo lo peor. Esta mierda de bicho que hace unas semanas nos ofreció un espejismo en el que nos veíamos libres ya de máscaras, distancias y preocupaciones, ha vuelto a la carga con fuerza renovada, es igual que cuando un enemigo declara una tregua y lo hace para rearmarse y contraatacar. Este hijo de mil putas no parece que tenga intención alguna de entregar las armas, se diría que le queda todo el alfabeto griego para seguir tocándonos las entretelas. Bueno, ¿qué deciros?, que os cuidéis y que no deis ningún ambiente por sano, no se puede bajar la guardia con nadie y ante nadie, "él" está ahí, invisible, agazapado, silente, listo para saltar a la nariz del más pintao. Ojito, no estoy diciendo que vivamos acojonados, ni mucho menos, simplemente prudentes.

Bien, dicho lo cual veamos que ha sucedido por las pamplocalles esta semana. Ayer miércoles desafiando fríos y nieblas me bajé a golpe de calcetín hasta las universidades, carretera de Tajonar abajo llegué a la pública y directamente me dirigí hasta el río Sadar que pasa por su lado sur, bajé a su cauce por el extremo del edificio central bajando esa cuesta que te lleva a una casa que sigue en pie como testigo mudo de otros tiempos y fui paseando entre la niebla a la vera del caudal que el pequeño rio llevaba, el frío se dejaba notar pero mi menda es ya perro viejo y se había abrigado de lo lindo. Llegué a la zona del lago , allí donde el río tiene una moderna canalización que se realizó cuando el pobre volvió a ver la luz después de pasar muchas años oculto bajo la fábrica del Pamplonica. Por un paso subterráneo salvé la Avenida de Zaragoza a la altura de donde en tiempos de la primera guerra carlista tenía su venta El Mochuelo, aquel guerrillero liberal llamado Urbano Igarreta que se dedicaba a recorrer los pueblos que sabía desprotegidos por estar sus hombres en el campo de batalla, y, aprovechando esa circunstancia, quemaba casas y haciendas haciendo perrerías sin cuento a las familias de los carlistas. Este sujeto dio nombre al barrio que en 1937, por petición vecinal, cambió por el de Milagrosa, sin embargo, nunca perdió su nominación original y todos los vecinos castizos de aquella zona de huertas y casitas siempre le llamaron el Mochuelo.

Entré en terrenos del campus de la otra universidad y ahí la niebla se dejaba sentir con toda su fotogenia. Sobre el blanco tenue, agrisado, apagado del fenómeno atmosférico se recortaban siluetas de arces, hayas y secuoyas organizando auténticos fenómenos de pareidolia fantasmagórica: la que no mostraba un barbado ser de brazos abiertos cubiertos de flecos, asemejaba un esqueleto viviente de huesos retorcidos. Saqué mi móvil y almacené algunas de esas imágenes, valía la pena. Seguí a paso ligero mi camino hasta llegar al puente que lleva a Cizur menor, tentado estuve de aceptar su invitación y alargar mi paseo hasta el vecino pueblo, pero se me hacía tarde, así que tomé la cuesta de Fuente del Hierro y dejando a mi izquierda el murete que recuerda al medicinal manantial de ferruginosas aguas llegué a terrenos de Iturrama. Cuando llegué a la rotonda con Pedro I vi el primer signo que me recordó que estamos en navidad, nada hasta entonces lo había hecho. En el patio de la Ikastola Amaiur, ikasleak eta irakasleak, es decir, alumnos y profesores, ataviados con trajes típicos de la tierra, caseros y caseras, a ritmo de txistus y acordeones cantaban y bailaban. He llegado a la vuelta del Castillo y ya que estaba allí he aprovechado para acercarme al centro a hacer unos recados. En un pispas me he plantado en el edificio Singular. Ese edificio que cuando se levantó en su pliego de condiciones tenía como condición sine qua non que fuese respetuoso con el entorno y lo entendidos dicen que lo fue. Yo no opino, está claro que no entiendo nada. Llegué a Navas de Tolosa y la navidad empezaba a estar más presente. Entré en lo viejo por la calle Nueva de Almazan (me gusta llamarle con el nombre completo) y al llegar a la plaza de San Francisco me encontré con otro correcalles escolar, ignoro de que centro, pero unos cuantos niños y niñas vestidos de baserritarras, dirigidos por un pequeño acordeón que tocaba una chica menos niña y armados con instrumentos de viento y los demás con un tambor, daban vida a la plaza al ritmo del famoso bat, bi, iru, lau, bat-bi-iru-lau...

Salí a la calle de San Antón por la plaza del Consejo y llegué a San Miguel que era donde tenía que hacer el recado. Una vez cumplido el mandao, volví sobre mis pasos para darme una vuelta por las calles de lo viejo. Las vi apagadas, no sonaban villancicos en las tiendas, no vi belenes, no vi alegría, que duda cabe que esta circunstancia por la que atravesamos está pesando en la sociedad.

Recordé las navidades de mi infancia y vi que no se parecen en nada a las actuales por miles de circunstancias. Para empezar porque yo ya no soy el niño aquel al que todo ilusionaba y que esperaba estas fechas como agua de mayo. En mi casa las navidades eran sinónimo de belén. Mi padre, belenista impenitente, nos hacía vivir con él su amor a los belenes y nos llevaba de aquí para allá a verlos, en iglesias, en tiendas, en fábricas. Recuerdo uno que vimos un año en Inquinasa y que me dejó alucinado por su tamaño y por el enclave en que se encontraba, rodeado de autoclaves, bombonas, tuberías, grifos, manivelas y demás elementos propios del sistema de producción de la fábrica de Echavacoiz, los viejos trabajadores del lugar seguro que lo recuerdan. Cada año era visita obligada al belén del padre Alejandro en los Escolapios, con su pescador que pescaba y su burro que sacaba agua con una noria.

La ilusión de la cena del 24 con los abuelos en nuestra casa y la juerga posterior en casa de mis primos que vivían en el mismo rellano y que nos daban las tantas, y, antes de la cena salíamos a darlo todo en aquellos primeros olentzeros como si no hubiese un mañana. Y la ilusión de la cabalgata y de la noche de reyes, incluso cuando ya nos habían descubierto el pastel, daba igual, era ilusionante de todos modos. Todo era ilusión.

Lógicamente todos hemos cambiado, pero, salvando estas distancias personales, las navidades precovid eran otra cosa, eran ruido, eran luz, eran vida. Espero que tan rápido como se largue él, vuelvan ellas.

Ese es el último ERP del 21 el próximo que llegue a vuestras manos será de 2022.

Feliz año nuevo.

Besos pa tos.