ola personas, ¿qué tal llevamos esta invernal primavera? Esta semana un servidor se ha dado un paseo bien lejos de nuestros barrios, calles y plazas. Incluso he traspasado fronteras. El domingo monté en mi troncomóvil y enfilé dirección a un país que tiene un poco más de superficie que las Bardenas reales y una población total de 78.000 habitantes. Es un principado, pero no es una monarquía, sus jefes de estado son dos príncipes y uno de estos dos es un obispo, y el otro el presidente de una república, vaya lío ¿no? Es país fronterizo con España y con Francia, de clima frío y orografía agreste en el que un palmo de terreno plano tiene alta cotización ya que la gran mayoría de sus metros cuadrados son altas e indómitas montañas. Famoso por su oferta en el deporte de la nieve y por sus muchas y variadas tiendas en las que se puede comprar absolutamente de todo; otro de sus factores conocidos es el buen asilo que dispensan a la pasta que uno les quiera llevar. La relación con sus vecinos no fue muy fluida ya que hasta 1916 no se construyó la primera carretera que lo conectase con España, pero su historia se remonta a los tiempos de Carlomagno. Tenía un organigrama de gobierno en el que 7 eran los responsables del mismo, eran los "Consols", algo parecido a un alcalde, uno por cada parroquia de las 7 que componen el principado. Las leyes se guardaban celosamente en un precioso armario de 7 cerraduras y que solo se podía abrir si estaban los siete Consols presentes cada uno con su llave. Su idioma oficial es el catalán y su patrona la Virgen de Meritxel. Imagino que ya habréis adivinado que hablo de Andorra, el país de los Pirineos. Siempre fue independiente, excepto en alguna ocasión en que fue anexionado por algunos de sus estados vecinos entre ellos el de Aragón y el de Navarra y así en los siglos XV y XVI unos de los copríncipes fueron nuestra Catalina I de Foix y su marido Juan de Albret. Tras muchos avatares Andorra recuperó su independencia y la sigue manteniendo felizmente hoy en día. El pequeño principado está preñado de arte prerrománico. Cuenta con unos cuantos mini templos pertenecientes a esa alejada época y el lunes este pobre escribidor se paseó por tres de ellos: San Miguel de Engolasters, San Martín de la Cortinada y San Cernin de Llorst. Muy diferentes los tres; el primero levantado sobre una montaña, que lo convierte en privilegiada atalaya vigía del valle, posee una alta torre campanario con tres pisos, cada uno de ellos cuenta con cuatro ventanas con parteluz orientadas a cada uno de los cuatro puntos cardinales lo que la convierte en eficaz torre defensiva. El templo tiene una planta rectangular de apenas 8 por 4 metros y cuenta con un porche protector en su portada. Todo él está construido en una tosca piedra de sillería y algo de sillarejo. La segunda iglesia visitada es mayor, pero de factura más normal, también cuenta con su torre, pero menor, está levantada con sillares en los vanos de puerta y ventanas y el resto con unas diminutas piedras de sillarejo. Los andorranos eran unos maestros en esto de la mampostería, levantaban paredes con piedras que aquí no servirían ni para munición de un tirabeque y, sin embargo, llevan doce siglos en píe, es increíble. La tercera es la menos interesante de las tres, una sencilla fachada con una pobre portada de medio punto y una espadaña son todos sus atributos, el pueblo en el que se encuentra es digno de verse por su autenticidad y buena conservación. A estos templos habría que añadir San Joan de Caselles, Santa Coloma y San Julián de Loira. Esos serán para otro viaje. Andorra es una tierra de grandes contrastes, en pocos metros pasas de una tienda de Rolex y un McDonald, a una granja de vacas con su color gris oscuro propio de la piedra de allí y su verde pradera dando luz y color al entorno. Vale la pena visitar ese curioso y acogedor país.

Bajando ya para casa, el martes, hice una parada en un lugar de los que no se puede dejar de visitar aunque sea tarde como ha sido mi caso, me refiero al Castillo de Loarre en tierras oscenses.

Pasada la ciudad de Huesca me desvié de mi ruta para tomar un desvío que según su señal prometía llevarme al citado castillo. En pocos kilómetros cumplió su palabra y me vi ante una inmensa mole que, sin exagerar, puedo decir que sobrecoge el espíritu, es increíble que en el siglo XI fuesen capaces de acometer semejantes obras. La fortaleza está considerada como el castillo románico mejor conservado de toda Europa. Sancho III el Mayor, rey de Pamplona, fue quien ordenó su construcción y lo levantó en lo alto de un monte para defensa de los ataques que por aquellos años llevaban a cabo los musulmanes contra posiciones cristianas. Ciertamente desde el castillo la vista llega lejos y en todas direcciones. Una muralla fortificada rodea parte del castillo, las rocas se encargan de defender el resto. Al llegar a la puerta el paseante se encuentra con la primera maravilla, es alta y fuerte con gran decoración en capiteles y arquivoltas, da paso a unas largas escaleras con diferentes escalas, una central y dos laterales, que se encuentran bajo una alta bóveda y que dan acceso al interior del castillo. Sus dependencias son muchas pero una es, sobre las demás, digna de mención: la iglesia de San Pedro o capilla real, que en 1076 levantara el rey Sancho Ramírez, rey de Aragón y de Pamplona, quien convirtió el conjunto en castillo-abadía. Es una de las mejores obras del románico aragonés. Dotada de una impresionante cúpula, destaca el ajedrezado que rodea todos los muros y las amplias ventanas que iluminan toda la estancia, el ábside está decorado con columnas y capiteles que muestran ricas tallas. Salí de la iglesia y seguí subiendo para salir a un patio que pertenecía a la fortaleza primitiva anterior a la iglesia. A partir de ahora todo es un laberinto de escaleras y pasillos desde los que alcanzamos diferentes estancias. Las que más me llamaron la atención fueron la torre de la reina y la torre del homenaje. En ésta me chocó una pequeña estancia, de poco más de un metro por dos, con una gran ventana y en un lateral un asiento de piedra agujereado y con tapadera de madera que no dejaba lugar a dudas sobre su función.

Comencé a bajar y retomé , no sin esfuerzo, el camino de vuelta para salir del impresionante castillo.

Volví a ponerme a los mandos de mi perolo y dos horas más tarde entraba en mi querida Pamplona con los ojos bien llenos de historia.

Abrigaos.

Besos pa' tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com