ola personas, como si lo viera, seguro que ya habíais lanzado las campanas al vuelo veraniego y deslumbrados por el espejismo de cuatro días soleados ya habíais guardado los abrigos con su naftalina hasta próximo invierno. Error, grave error, estamos en Pamplona, aquí esa operación se lleva a cabo el 20 de julio y con riesgos, hasta entonces tenemos peligro de caer en sensaciones térmicas ciertamente desagradables. Y esta semana lo ha demostrado. El paseo que voy a contar se llevó a cabo el jueves al mediodía y fui jodido de frío. Palabra.

Bien, vamos a verlo. Hacía tiempo que quería dar un paseo por la Pamplona palaciega del XVIII. Hasta ese siglo en nuestra ciudad no se reconocía más palacio que el Real de San Pedro, nombre que recibía el palacio de los reyes sito en el barrio de Aldapa. En la centuria que nos ocupa nacieron unos cuantos edificios que merecieron tal tratamiento de Palacio y que enseñorearon la ciudad de manera considerable, fueron pocos, un poco más de media docena. Fueron familias adineradas, alguna de ellas titulada, y el estamento episcopal quienes levantaron los edificios que entre hoy y el domingo que viene vamos a conocer.

Mi paseo empezó por el Palacio Arzobispal. Pamplona, pese a haber sido una ciudad regida por un obispo antes que por un rey se vio por distintas circunstancias sin una sede propia y digna de tal estamento que albergase a quien dirigía la iglesia en la vieja Iruña de nuestros ancestros. El palacio Real de San Pedro fue lugar de enfrentamiento entre el rey y el obispo y este último, por hacerlo breve, perdió la partida. Durante años vivió arrendado en el viejo caserón del Condestable en la calle Mayor, pero aquello no era solución. Ésta vino a principios del siglo XVIII de la mano del obispo Ángel Melchor Gutierrez Vallejo a quién una bula papal encargaba en 1729 la edificación de un edificio capaz de albergar todas las dependencias que el obispado necesitase, incluidos archivo y cárcel. En 1732 se acuerdan los términos para llevar a cabo la obra y en 1734 el Papa da su visto bueno comenzando las obras el 4 de octubre de ese año y terminando en 1740. El navarro Francisco Ignacio Añoa y Busto fue el obispo que lo estrenó. Para levantar el palacio se eligieron los terrenos que se encontraban entre el convento de la Merced y la huerta de la Catedral de la cual se tomó un buen pedazo para el mismo hortelano fin en la trasera del nuevo palacio.

Llegué en mi paseo hasta la plaza que lo alberga y me planté frente a él para verlo con calma, vi que tiene los dos primeros pisos levantados en firmes sillares y los dos siguientes de ladrillo con balcones y ventanas. Corona el edificio una galería de arcadas de medio punto, también en ladrillo, que se encuentra entre dos aleros. Tiene dos portadas, una a la plaza de Santa María la Real y la otra hacia el edificio de la Providencia, y tienen algo que siempre me ha llamado la atención y es que son idénticas. Los adornos vegetales que las enmarcan, sus metopas y triglifos y sus notas episcopales son igualitos en ambas, incluso ambas son culminadas con una hornacina en la que podemos ver una talla en piedra de San Fermín, patrón de la diócesis. No sé a qué se deberá está duplicidad en las portadas.

Visto el palacio del obispo abandoné la zona para ir a ver otro de los palacios que se levantaron en el casco viejo pamplonés y que por suerte aún se conserva. Para ello tomé la calleja de la Merced, crucé Dormitalería, crucé Merced y salí a San Agustín atravesando un horroroso pasillo que para tal fin tiene ese feo e infame edificio del Acuavox, auténtica agresión a su entorno. Al salir de él me arrancó una sonrisa el nombre del local que hay enfrente: Birra box. El sentido del humor nunca está de más. Por San Agustín llegué a tomar la Bajada de Javier que en este caso es subida, pero aquí somos así, a una calle que primero baja y luego sube, ya que tiene forma de V, se le llama "Bajada" o dicho en pamplonés "Bajadica". Cosas. Pues bien subí la bajada y llegué a otro de los señoriales palacios que el XVIII dejó en nuestras calles: el palacio de Goyeneche que ocupa el solar de Plaza del Castillo 7, teniendo su fachada principal hacia la calle Estafeta. Dicho caserón fue mandado construir por Pedro Fermín Goyeneche Beracearte nacido en Pamplona en 1694, hijo del baztanés Miguel Goyeneche Iriarte y de la pamplonesa Josefa Beracearte Echeverría. Pedro Fermín heredó de su padre el espíritu de hombre de negocios y desde temprana edad desarrolló una importante labor económica. Siendo muy joven se hizo con la administración de correos y postas de Navarra, siendo él quién instaló en los números 50-52 de la calle de San Tirso la primera estafeta de correos de Navarra, dando esta circunstancia su internacionalmente famoso nombre a esta calle. Tuvo negocios en Cuenca, en Salamanca, en Ávila, donde explotaba la renta del tabaco, y en mil sitios más, en fin, que fue un acaudalado de la época y su fuerte billetera le permitió comprar en 1738 la casa que había tocante a la suya y que hacía esquina con la bajada de San Agustín (escaleras de Estafeta), por la que pagó 1.330 ducados y 2 reales, derribó ambas y levantó la que todos conocemos que le costó 18.000 pesos. La casa guarda el estilo típico de las construcciones navarras del XVIII guardando similitud con el seminario de San Juan Bautista, en la calle del Mercado, levantado poco antes por Juan de Iturralde, con sus pisos con balcones corridos y la galería superior en arcada de medio punto. La casa permaneció en manos de la familia hasta 1847 año en que se vendió a los Rived, conocidos comerciantes de la plaza, perteneciendo a este linaje las armas del escudo que la enseñorea. En 1885 volvió a cambiar de manos y fue Miguel Mª Zozaya Irigoyen quien lo adquirió manteniéndose en manos de dicha familia hasta 1986 que una sociedad lo compró restauró y dividió en pisos y locales.

Bajé por San Tirso, hablaré en terminología de la época que hoy tratamos, y llegué a Mercaderes para salir por la plaza de Santa Cecilia al barrio de Zugarrondo y plantarme ante el palacio barroco de la familia Guendica, más conocido como palacio del Marqués de Rozalejo.

Haré un inciso para contar algo anecdótico, al bajar por Estafeta me llamó la atención que el Churrero de Lerín en la fachada de su tienda tiene una imagen de San Fermín con un cierto tuneo, en vez de báculo lleva un churro. Palabra.

Y ahora volvamos a lo nuestro. Pero eso será el domingo que viene, mi espacio se la han tragado los datos, la historia es así.

Besos pa tos.

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