ace seis décadas, la noche del 4 al 5 de julio de 1960, murió Victorio Ochoa Oyarbide, el León Navarro como era conocido en el mundo de la lucha libre. Tenía 41 años. Campeón de Europa y de España, este urdiaindarra fue una de las figuras del momento en los años dorados de este deporte, una brillante trayectoria que se vio interrumpida por una muerte violenta que transcurridos 60 años, sigue sin explicación. Y es que una puñalada a traición acabó con su vida cuando volvía con su familia de disfrutar de las fiestas de su pueblo.

Eran cerca de las tres de la madrugada cuando Victorio Ochoa, junto con su mujer y una cuñada se dirigían en su furgoneta a su casa. En el camino, dos individuos. Miguel Lizarraga y Luis Pozueta le hicieron señas de que parara, según se recogió en la prensa. "Victorio bajó confiado y conciliador preguntándole a Miguel qué quería y diciéndole que no tenía nada contra él. Tan confiado que hasta lo abrazó. En ese momento su mujer salió del vehículo gritando:- ¡Cuidado, Victorio, que tiene una navaja! Victorio se echó a un lado, pero entonces Luis, que también llevaba puñal, se lo clavó en el hígado con un golpe brutal. Intentó defenderse, pero una nueva puñalada, esta vez dirigida al cuello, dio con Victorio en tierra, mientras la sangre salía a borbotones", se dice.

Al respecto, también se cuenta que ese mismo día le avisaron de que Miguel Lizarraga andaba diciendo que iba a arreglar una deuda que tenía pendiente con su familia, algo que negaba el propio Victorio y de ahí que saliera confiado. "Todo es fruto de un cerebro calenturiento, animado por un corazón perverso, que fue planeando algo monstruoso. Y este hombre, Miguel Lizarraga, tuvo la rara habilidad, diabólica diría yo, de inducir a su cuñado, Luis Pozueta, a perpetrar juntos este horrendo...", escribió Santi de Andia, redactor jefe de El Pensamiento Navarro., en una carta publicada el 8 de julio de 1960.

Estos dos vecinos de Urdiain fueron juzgados en la Audiencia Provincial de Pamplona un año después. Pozueta fue condenado a cuatro años, dos meses y un día de prisión menor, con las circunstancias atenuantes de provocación por parte de Victorio Ochoa y de no haber querido causar un mal de tanta gravedad. Lizarraga, por su parte, quedó absuelto, pero retenido a disposición del Gobernador Civil de Navarra a efectos de observación e internamiento de un establecimiento psiquiátrico de Navarra. Así fue. Si bien la viuda recurrió, el Tribunal Supremo ratificó el fallo.

"Para mi madre y los hijos fue un golpe terrible", apuntan Javier y Victorio Ochoa Celaya, más conocido como Vicholo, dos de los tres hijos del luchador. Lo cierto es que a los hermanos todavía les duele y evitan hablar del tema. "Fue una pena muy grande. Hasta que murió, a mi madre no se lo quitó de la cabeza", observa el menor . De su padre solo guardan buenos recuerdos y señalan que sus grandes aficiones eran el deporte, la caza y la pesca. "En octubre siempre volvía para cazar. De vez en cuando también hacía alguna juerga en Alsasua", apunta.

Victorio Ochoa era hijo de Javier Ochoa Berástegui (Urdiain, 1885-1949), de quién tomó su nombre, el León Navarro. Con un físico espectacular moldeado a fuerza de trabajos rudos en las minas de Bilbao y Goizueta, también trabajó en las obras del Plazaola, dónde ganaba el doble porque era capaz de levantar un rail de 19 arrobas cuando era tarea de dos. También trabajó en el puerto de Burdeos, ciudad en la que tuvo su primer contacto con la lucha grecorromana. Según recordaba en la revista Vida vasca, en 1947, eran fiestas de esta ciudad y en un barraca se anunciaba un premio de 25 francos para el espectador que levantara más peso. Lo ganó subiendo a la altura de su cabeza un saco de 210 kilos. Entre los que se midieron había un grupo de luchadores franceses y ante la fuerza de Ochoa, el público pedía algo más espectacular. Derribó a tres que componían el equipo. Con 18 años, fueron los primeros aplausos de una larga carrera que le llevó por todo el mundo, incluso a San Petersburgo para luchar ante los zares de Rusia.

Cómo muchos otros, decidió probar fortuna en Buenos Aires. Su suerte cambió una tarde en la que paseaba por las afueras de la ciudad cuando vieron un gran grupo en torno a un tranvía que había descarrilado. Él solo fue capaz de volver a colocarlo sobre los raíles. La hazaña pronto se supo y le ofrecieron participar en un torno de lucha grecorromana. Se presentaron más de 300 luchadores de todas las nacionalidades. Cada noche, después de trabajar más de 12 horas, cenaba fuerte y se acercaba al Teatro Nacional a derribar de uno en uno, hasta diez adversarios por sesión. Así, durante dos meses, hasta que solo quedó él. Fue el principio de una larga carrera y también de su fortuna. Y es que con aquel dinero montó El café del vasco Ochoa.

La derrota en otro combate con un luchador más experimentado le quitó las ganas de seguir. Además, quería volver a Urdiain para afincarse con su mujer, una joven de Idiazabal que conoció en Buenos Aires. Pero cuando llegaron a Vigo se enteró del Campeonato Internacional que se celebraba en Madrid. Corría el año 1912. Se clasificó segundo. El campeonato del mundo llegó al año siguiente, cuando Frischtenski, que ostentaba el título, lo puso en juego en Praga rente a 52 hombres. Javier Ochoa se trajo el galardón y las 25.000 coronas del premio. Después realizó otros diez viajes a América, sobre todo el Sur, y también recorrió Cuba y Méjico.

En 1925 puso en marcha una línea de transporte de autobús, La Burundesa, para comunicar los pueblos del valle con Pamplona. También fue alcalde de Urdiain. "No habrá título mejor que el que ahora tengo, también de amo de mi casa en paz. Esto de ahora vale más que todo lo de antes", dejó escrito en 1944.

De sus cinco hijos varones, el tercero, Victorio, continuó la saga y no se quedó atrás. "Era un luchador muy completo, con mucha agilidad", apunta Javier Ochoa. "Mi padre entre la guerra y la mili estuvo seis años fuera. Siempre se dedicó a la lucha libre y los tiempos libres los dedicaba a La Burundesa", añade. "Entrenaba por su cuenta pero el abuelo no le dejó ir a luchar a Madrid hasta que mi padre le ganó a Urtasun, que era un luchador también de Urdiain, en una pelea en fiestas de Alsasua", apunta Vicholo Ochoa.

Fue cinco veces campeón de España y en dos ocasiones ostentó el título europeo, aunque nunca luchó por el mundial. Lo suyo eran las veladas en las principales plazas españolas y también en Francia e Inglaterra, donde solía permanecer los meses de enero y febrero, combates en los que se medía con las figuras del momento y Victorio Ochoa era garantía de calidad y nobleza entre las cuerdas, y de lleno absoluto. También luchó en Estados Unidos, en el estado de Idaho, entre los años 1953 y 1954. Su última pelea fue el 2 de julio, en Sevilla. Se midió con el campeón del Mundo, Pedro Catarecha, con el que hizo combate nulo. Volvió para trabajar como chófer de La Burundesa en Sanfermines.