- Lo mejor de la corrida de toros fue, sin duda, fue el reencuentro con la tauromaquia en el mismo sitio donde la dejamos hace dos años exactos. Bajo la mitra abadial de San Raimundo nos confinamos por alerta sanitaria y, a escasos metros de su mítico Monasterio Cisterciense, el patrón de la histórica villa navarra le quitamos al mono taurómaco la mascarilla.

Como ya se imaginarán algunos, las crónicas, buscando viento a favor de la reconstrucción, serán benévolas. Sí, así serán, pero permítase el apunte de que el festejo tuvo bastante báscula de tedió y largura. A los largos pasajes de ida y vuelta del arte de Marialva se añadieron dos tractoradas (eso si, eficaces para arreglar el ruedo tras los caballos), hay que apuntar debilidades varias y sonantes de la materia prima y un listos más bajo de lo previsto en el palco. Pero, vamos, que el martes pasado daban lluvia por tierras del Alhama y, a la postre, la tarde estuvo cercana a lo agradable. Aunque la falta de ritmo y continuidad y el regalo del sobrero por parte de Esaú obligo al despliegue de la típicas mantas habituales en el coso de la calle Calatrava.

Del resultado y para una foto imposible por la anochecida hay que destacar la salida a hombros de Esaú Fernández, que repetía guisa en esta plaza once años después, y del conquense Mario Sotos, que se presentaba como matador por primera vez en Navarra. El conquense, llegado el sexto toro, el único toro con bravura y motor de la tarde, cortó dos orejas y era el único que tenía visado para salir a hombros. Esaú, que ya lo había pedido tras la muerte del inválido quinto, pero no se le había concedido, consiguió que se echara el sobrero a su cuenta. No podía ser que abriera la puerta grande su colega y él no. Coraje del sevillano que le honra. El toro, descastadillo, se dejó algo y el diestro quiso asegurar en las cercanías otra oreja. Sorprendentemente, incluso para él, le dieron dos, que sumando la primera que del su primero, que se ven en la foto superior de esta página. En el palco, una vez más y van ya demasiadas veces, el aparecer y desaparecer de los pañuelos blancos es una ruina para la cordura y el conocimiento de los aficionados. Dos orejas, aunque sean mucho más que muchas, son dos pañuelos. Dos pañuelos que se tienen que ver al unísono. La parroquia no tiene porque averiguar por su cuenta si está en la primera lectura a los filipenses o en el salmo responsorial del regreso a la vida y al amor por los designios del Señor.

Y por comparanza, que dirían en la vecina Cirbonia, la chavala portuguesa Ana Rita también tenía que haberse llevado dos orejas , tras una faena eficaz y certera, el cuajado primer toro. Por cierto un toro de nombre 'Labrador', cinqueño de capa negra y del hierro de El Canario, que devolvió las ferias de siempre a nuestro viejo Reino.

Rita estuvo más nerviosa con el desigual cuarto. Los tres primeros toros de lidia ordinaria fueron una pena por su falta de fuerzas.

Los toreros, eso sí, pusieron todas las ganas posibles por agradar y llevarse un buen número de orejas para las estadísticas.