ituado al pie de la carretera N-121, el restaurante El Maño recibe, desde hace cinco días, a su clientela habitual, camioneros, transportistas y trabajadores de alrededor que han tenido que esperar casi un año para volver al comedor que ya suma 55 años de historia. Dos duros golpes sacudieron al matrimonio que regenta, con la ayuda de sus dos hijas, uno de los emplazamientos hosteleros más conocidos de la Zona Media. Primero fue la riada. Ocho meses después, llegó la pandemia.

“Son dos fechas que se nos han quedado grabadas”, asiente María Jesús Marco, propietaria, camarera y cocinera del lugar. La historia de El Maño en el último año es la historia del desaliento y la esperanza. De la incertidumbre y el miedo. De la fuerza y las ganas. “Después de las inundaciones estuvimos siete meses cerrados, reconstruyendo el interior del local, trabajando sin parar para poder abrir de nuevo y cuando por fin conseguimos volver, la pandemia nos obligó a cerrar de nuevo”, relata Naira Rabal Marco, la hija mayor del matrimonio. El agua arrasó con el interior del restaurante, se llevó todo por delante, pero consiguieron ponerlo a punto para su esperado regreso el pasado 11 de febrero, el día de su reapertura. La vuelta al trabajo duró poco, tan solo un mes, pues el 13 de marzo volvieron a cerrar por la pandemia.

“Sentimos mucha frustración, después de estar siete meses cerrados, volvimos al trabajo con mucha ilusión, motivados para recuperar la normalidad y, de repente, otros tres meses cerrados”, apunta Naira Rabal y confiesa que en esta segunda reapertura, la del pasado 18 de junio, el regreso “no ha sido igual”.

“Se va perdiendo poco a poco esa motivación, es muy complicado porque estamos en una incertidumbre constante, no sabemos qué va a pasar en unos meses, ni en unas semanas”, señala la hija del matrimonio. Confiesa que tanto ella como sus padres y su hermana, viven esta reanudación del trabajo con cierto miedo “pero con mucha esperanza”.

“Después de la riada tuvimos que poner todo nuevo, casi empezar de cero, el mobiliario, las máquinas, todo. La única manera de poder amortizar ese gasto es trabajando, no podemos volver a cerrar”, esgrime Naira. Porque, como apunta María Jesús, su madre, aunque “hemos recibido el dinero que correspondía del Consorcio de Compensación de Seguros, no hemos podido cubrir todas las pérdidas”. El Maño cuenta con una gran ventaja en esta segunda reapertura, pues es un lugar muy conocido en el gremio de los transportistas. La clientela habitual del restaurante son, en su mayoría, trabajadores, transportistas y camioneros, personas que utilizan su local para hacer un descanso de las rutas en la carretera. “Son clientes fieles, con los que contamos al reanudar la actividad, ellos nos conocen y nosotros les conocemos a ellos, esto da una cierta seguridad”, menciona Naira Rabal. Añade que durante los diez meses -sumando las dos paradas- en los que El Maño ha estado cerrado, los clientes habituales han estado “preocupándose y preguntando a ver cuándo íbamos a volver”. “Saber que están ahí nos ha dado muchos ánimos y buenas sensaciones”, ahonda Naira Rabal.

Aunque con las restricciones actuales será “más complicado” recuperar todo lo perdido, la familia Rabal Marco mantiene las ganas y la esperanza en el tiempo que está por venir. “Los primeros días han sido más tranquilos, pero poco a poco irá viniendo más gente, aunque supongo que ahora todo será más pausado porque tienen que enterarse de que hemos vuelto y, además, hay muchas personas que todavía tienen miedo a salir e ir a un bar”, explica Naira Rabal y reconoce que de momento no hay “”tanto tráfico, ni tanto camionero”, pero que quizás con el fin del estado de alarma aumente la clientela. A pesar de los golpes, El Maño encara los días con positividad, empaque y el mismo servicio de siempre, el que, según sus clientes destaca por la cercanía de sus dueños.

“No podemos volver a cerrar, es la única forma de recuperarnos”

Camarera de El Maño