La Abogacía navarra está de luto por el fallecimiento de nuestro querido compañero Javier Iribarren Goñi. Los desenlaces no por esperados resultan menos tristes o dolorosos. Nacido hace 54 años estudió en los Jesuitas de Pamplona y posteriormente estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra incorporándose al Colegio de Abogados de Pamplona nada más acabar la carrera. Javier ha pertenecido -engrandeciéndola, con su buen hacer- a una de las más insignes familias de la abogacía navarra. Nieto de abogado (el inolvidable Jesús Iribarren Rodríguez, que amenizó durante años las sobremesas de la comida anual del Colegio de abogados) e hijo de abogado (José Javier -Tito- Iribarren Udobro) se ha dedicado con éxito a la abogacía al igual que lo hiciera su tío Luis Antonio (Antón) y lo hacen su hermano Carlos, o sus primos Belén, Cristina, Rafa y Santi Iribarren Gasca.

Javier ha sido un gran abogado. Durante muchos años lo he conocido como compañero de defensa o como compañero de la parte contraria. Y destaco el término compañero porque pese a la adversidad en algunos pleitos, Javier se caracterizó por un trato exquisito con el resto de abogados, pese a la vehemencia con la que siempre defendió a sus clientes. Como buen jurista Javier Iribarren tenía la capacidad de abarcar distintas especialidades y defendía con el mismo buen hacer la nulidad de un testamento, la extinción de una servidumbre, un delito societario o una violación. Sin importarle -como a los buenos abogados- el sexo, la raza o la ideología de su cliente.

A través de twitter he recibido este emotivo mensaje. «Fui cliente de Javier. Fue mi abogado en lo que posiblemente ha sido lo más importante de mi vida. Gracias a él se solucionó. Lo conocí y estaré eternamente agradecido a él. Me demostró que los abogados no solo son tu defensor, sino que son personas que te apoyan, están ahí en cualquier momento y estoy ahora mismo sin palabras. No sabía nada de su enfermedad ni nada pero siempre me he acordado de él. Era pasar por la calle donde está su despacho y acordarme de él. Siempre lo voy a llevar en mi corazón ya que en mi vida ha sido una persona muy importante y gracias a él, puedo decir que hoy puedo ser feliz. Eternamente agradecido».

La Abogacía ha sido una de sus pasiones, pero no la única pues disfrutaba mucho de la vida. Antes de conocer su enfermedad ya tenía en su perfil de @abogadonavarra la frase cada día es un regalo. Para él y quienes le rodeaban lo era. Amante del deporte -era frecuente verlo en carreras populares- destacaba especialmente en el esquí primero en Candanchú y después -más vale tarde que nunca- en Formigal, donde hizo grandes amigos. Formó junto a su querida Amaya Mateos una gran familia fruto de la cual nacieron Adriana y Gonzalo. Tienen un gran ejemplo que seguir y seguro que si Adriana al acabar la carrera se anima a continuar sus pasos, honrará la profunda huella que su padre nos deja a todos los que hemos tenido la fortuna y privilegio de conocerlo y compartir estrados. Descansa en paz, Javier.