De mis largas conversaciones, entre el hojear del periódico, el sonido del último recitado de la misa televisada y el visionado de fotos y recortes, recuerdo especialmente lo que me dijo en aquella primavera, resumiendo, abrochando en una frase su vida lejos del pueblo: "Quizás no tuve que haberme ido de Echauri. Me tendría que haber quedado aquí a ayudar en casa, como hizo mi hermano". Siguió un silencio serio, cálido. Yo miré sus ojos, creo que llorosos o tal vez eran los míos los que lloraban, intentando llegar a su alma para confirmar sus pensamientos. Y entonces entendí su permanente recordar y contar. Mientras que para el tío el relato fue una necesidad, para mí, y creo que para todos nosotros, ha sido una obligación escuchar y reflexionar sobre lo que recordaba y contaba.

Hace un tiempo leí a un escritor japonés, Kazuo Ishiguro, en “El gigante enterrado”: "En esta comunidad raramente se hablaba del pasado. En cierto modo se había diluido en una niebla tan densa como la que queda estancada sobre los pantanos. Una niebla de olvido. Aquel hombre, ya muy mayor, preguntó a su anciana mujer ¿Tienes miedo de lo que podamos recordar? Desde luego que no -respondió- siempre y cuando el rencor haya abandonado nuestros corazones"

Descanse en paz, tío.