El papa Francisco ha puesto de moda la palabra periferias queriendo motivarnos para el trabajo pastoral de los cristianos en las periferias de las grandes ciudades o en los pueblos o lugares donde viven los pobres: cerros en Caracas, fabelas en Brasil, pueblos jóvenes en Lima, selva en la Amazonia, etcétera. Antes de que el papa invitara, muchos sacerdotes habían hecho esa opción.

Jesús Urriza (Pamplona (10-01 1944) se ofreció siendo seminarista a ayudar a la Iglesia necesitada de sacerdotes en la Obra de Cooperación sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA). Al poco tiempo de la ordenación sacerdotal, todavía caliente, marchó a Venezuela, a la diócesis de Maracay, donde los compañeros navarros le esperaban en el pueblo de Turmero (Edo. Aragüa), pueblo rodeado de muchos barrios de emigrantes venidos de diferentes estados de Venezuela. Al tiempo, dejando Venancio Azpiroz y Jesús la parroquia a otros sacerdotes nativos, se instalaron en uno de los barrios periféricos, en una casa sencilla, una más del barrio.

En los quince barrios periféricos que atendían, trabajaban por las mañanas construyendo las capillas insistentes como obreros y por las tardes construían la comunidad cristiana en comunidades de base organizando evangelizando y promocionando a los jóvenes, a los niños, y a los adultos.

Jesús, que de niño estudió en la escolanía de Santa María la Real de Pamplona y tenía grandes dotes musicales, ha estado fundando grupos enseñando a tocar guitarra, piano, cuatro y bandolina y a valorar las tradiciones locales con su grupo de cantos e instrumentos que participaban en las misas.

En las capillas dejó sus huellas de artista tallando relieves en las puertas, altares, o sagrarios expresando lo que él mismo iba tallando en su vida: su seguimiento a Jesús y su vida como buen pastor al servicio del pueblo de las periferias, gastando y desgastando su vida para que fuera una buena imagen de Cristo.

Los últimos 21 años pasó al equipo sacerdotal de Caracas en Macarao-Las Adjuntas y otro grupo de barrios donde termina la ciudad de Caracas en donde ha completado los 53 años oliendo a oveja y dando su vida por ellas. Sus feligreses nos dicen “que fue un roble y que sus semillas cayeron en tierra fértil, unas están dando fruto y otras a punto de darlo, que no le gustaba la propaganda de lo que hacía, hombre de Dios que puso sus talentos al servicio del que le llamó y de quienes estuvieron bajo su responsabilidad como pastor”.

Junto a su pueblo pasó la pandemia viral y sufrió la dieta de hambre que los políticos impusieron. Regresó a Pamplona para revisar sus dolencias desconocidas. Desde aquí ha seguido enviando medicinas para los que carecían de ellas en sus barrios.

Gracias, Jesús por tu servicio y testimonio.

El autor es sacerdote y amigo